La primera vez que escuché este significante fue a una mujer en el marco del dispositivo analítico y pensé en un lapsus o un neologismo, pues nunca lo había escuchado, o no le había prestado atención. Resultó ser un término con el que se trabaja en el ámbito de los estudios de género, y la actuación social destinado a las mujeres.

En la lengua española, empoderar es un verbo en desuso que significa apoderar, pero en la actualidad tiene una acepción tomada del inglés, empower, cuyo sentido es “hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”, según la RAE.

El “empoderamiento”, como concepto y mecanismo de acción, surge en los años 60 a partir de las teorías del pedagogo brasileño Paulo Freire. Su “Pedagogía del oprimido” iba dirigida a la alfabetización de los adultos pobres.

Otras fuentes son el concepto de hegemonía cultural de las clases dominantes sobre las clases sometidas, de Gramsci, teórico marxista italiano; y el concepto de poder y su multiplicidad “microscópica” en los diferentes niveles de las relaciones humanas, del filósofo francés Michel Foucault.

El “empoderamiento de las mujeres” se define como un proceso activo individual y colectivo para hacerse dueñas de sus capacidades, controlar los recursos y adquirir protagonismo en el ámbito de la vida personal y social. A nivel individual promoviendo la autoestima y la autonomía, en lo colectivo con la defensa de sus derechos como mujeres.

Por lo tanto, dos elementos clave: poder y género.

Las teorías sobre el empoderamiento de las mujeres, entonces, parten del género como resorte de poder, que sirve para la emancipación del sometimiento y así pasar a formar parte activa en los cambios individuales, socioculturales y políticos. Se trata de la pertenencia a un género, y desde ese lugar, dirigirse al Otro que las coloca subordinadas a su discurso, para transformarlo.

Es interesante la forma reflexiva del verbo, empoderarse, como adueñarse de su poder para transformarse. Llama a las mujeres a reivindicar y a hacerse cargo de un lugar de igualdad y a la vez propio en las relaciones sociales, y en la asunción de su género. Se trata de partir de la realidad de desigualdad, subordinación y objeto de explotación de la que son víctimas, llamándolas a tomar el poder de su propia vida para liberarse de la condición de desfavorecidas.

Para la corriente de la Psicología social que hace estos estudios de género, se trata de conquistar su puesto en los derechos individuales, sociales, económicos y políticos, formando parte activa de la colectividad humana para erradicar conductas discriminatorias sobre ellas, y transformar la sociedad machista.

Y así se expresó en 1995 la Conferencia Mundial sobre la Mujer en la ONU, cargada de grandilocuentes principios sobre los derechos y las libertades de las mujeres.

Incluso desde el año 2010 existe la “Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres” cuya directora es Michelle Bachelet.

 

Por supuesto que el discurso capitalista lo ha incorporado sin problemas a su batería de significantes, añadiéndole nuevas utilizaciones. Así, por ejemplo, en el plano de la empresa, se trabaja el empoderamiento de los empleados para que sientan un “mayor poder” para llevar a cabo su trabajo, hacerse responsables de la productividad y obtener un mayor rendimiento tanto “en el plano humano como profesional”. El objetivo es que se sientan “dueños” de su propio trabajo.

Volviendo al empoderamiento de las mujeres, se podría pensar como un Significante Amo perteneciente a la lógica del Todos, con el que construir un discurso bajo el que ampararse.

Es un esfuerzo por incorporarse a esa lógica, aunque esfuerzo redoblado, porque es una respuesta que tiene la misma estructura que precisamente combaten. La lógica del poder es un ejercicio sobre alguien que recibe los efectos, y produce un resto de goce que lo alimenta.

Ser una mujer empoderada, como significante que viene al lugar de un Ideal, o de una suplencia, con el que instalarse en el Otro, un significante que sirve para ceñir y frenar el goce oscuro y sin nombre que habita en el cuerpo de cada mujer. Un esfuerzo más por intentar responder al interrogante ¿qué es ser una mujer?.

Pero como todo significante, a la vez que enuncia, miente, em-poder-a-miento. Identifica, fija a un género, pero no nombra el goce femenino. Este sigue siendo un interrogante misterioso para cada una. Y cada uno.

Porque efectivamente, las mujeres no tenemos la respuesta sobre La mujer. No está inscripto en nuestro cuerpo de mujer.

Mujer es un significante que impacta en el cuerpo produciendo un efecto de goce pero no una significación, porque allí donde debería estar, no hay. Es a ese lugar vacío donde vienen todos los discursos que tratan de rellenarlo, o de construir una barrera que proteja del abismo que supone ese agujero de sentido.

Ejercer el poder sobre las mujeres, contra las mujeres, en un amplio abanico de modalidades según las culturas o las religiones, muestra el horror que produce ese goce del que nada se puede decir pero que amenaza la cada vez más endeble Significación fálica con la que producir un objeto que obture el agujero.

Porque no hay La mujer, pero hay goce femenino. No hay el Significante que mate esta “cosa”, y precisamente por eso hay un goce que escapa al sentido, que está por fuera de él, pero que marca el cuerpo dándole una existencia de la que nada se puede decir, y de la que se sufre.

En esto el psicoanálisis está interesado y es por lo que se interroga. Y en lo que está concernido con una apuesta: que de ese goce oscuro e innombrable que cada sujeto “padece”, sea hombre o mujer, (hetero, homo, trans, y sus posibles etcéteras), surja un deseo inédito y singular a cada uno, del que pueda hacerse responsable.

Felicidad Hernandez. Miembro ELP y AMP. Bilbao.