Sabemos, como dice Lacan, que «la mujer no existe», no podemos hablar de una identidad femenina universal, «ella permanece sola en su relación con su goce» dice E. Laurent en «El psicoanálisis y la elección de las mujeres».

En cambio, la madre , si existe. La mujer como madre queda sujeta a la función fálica y la maternidad funciona como tapón del no-toda. Hay una disimetría entre la mujer que ocupa para un hombre el lugar de objeto a y la madre que encuentra su objeto a en sus hijos.

La identificación a este significante permite hoy a muchas mujeres, cuando son madres, vincularse socialmente con esas «otras» que se definen como «full time mums» [1]. Alargando la lactancia materna hasta los dos años o más, durmiendo con los hijos en «colecho», optando por retardar el ingreso de los niños en la escuela infantil , pidiendo a los padres (cuando los hay) que se «maternicen» con ellas. Les piden que se impliquen en la educación de sus hijos, pero a la manera materna, porqué són ellas las que saben lo que le conviene al hijo.

Trabajando en el entorno de la educación infantil me voy encontrando con mujeres que hacen de la «maternidad intensiva» su forma de vida, organizan su vida alrededor de las supuestas necesidades del hijo, descuidando la mujer que hay en ellas.

Desde esa posición de «salvar al hijo» tapan los recursos que el niño tiene cuando dicen «me necesita», «no puede dormir solo», «sólo se calma con el pecho». Veo niños atrapados en esta dependencia y padres que consienten y avalan esa presencia materna quedándose en segundo plano , dificultando la separación necesaria y desenganche beneficioso para ambos. Para que así la pulsión del niño ya no se vincule al cuerpo materno sino que pueda seguir los caminos de la propia satisfacción.

En un «espacio familiar», con un grupo de madres y padres de niños de 2 a 3 años , una madre embarazada del segundo hijo me decía -regodeándose de ello – : «soy una teta viviente» y se preguntaba: ¿como voy a arreglármelas cuando nazca el segundo si el primero aún toma pecho?. Se respondía con una solución de compromiso: «les voy a dar pecho a los dos». Otra mamá agregaba: entonces serás «dos tetas viventes» y todos se reían. Luego, se interrogaba por los posibles celos de su hijo mayor, porque ella sentía que lo traicionaba con la llegada de un hermano. Mi intervención fue señalar como poder acompañar algo de la pérdida, en lugar de taparla.

Madre cocodrilo y niño vampiro [2] son los protagonistas de un vínculo incestuoso que niega la diferencia y rechaza la castración. Creo que hay un empuje a la desaparición del sujeto en presencia del goce, cuerpos maternos que gozan con su objeto «bebé», sacando a su pareja de la cama y colocando al hijo en el lugar de partenaire. Muchos hombres consienten bajo el ideal de que «el niño con su madre está mejor» y se retiran porque ellos no pueden ofrecer ese objeto «pecho» que parece lo único que puede satisfacer y tranquilizar a su hijo. Hasta que esa dinámica empieza a producir malestar y angustia en alguno de los implicados.

Esa sobreprotección, que procura que el niño tenga «todo» lo que «supuestamente» necesita , que no le falte nada, que no pueda perder nada, pone a los niños en un lugar de ser mirados y colmados constantemente. Con el ideal de no «desamparar», los niños quedan en una posición difícil y los padres segregados, puesto que no son convocados al lugar de la causa. Estas familias creen que el niño solo necesita los cuidados maternos y algunos padres intervienen desde ese lugar «maternizado»: llevan y traen el niño a la escuela, al pediatra, lo pasean en la mochila bien atado a su barriga, van a las charlas y los «Espacios familiares», etc… Pero renuncian a que su mujer sea objeto de su deseo (sobretodo los dos primeros años de vida de sus hijos).

A la pregunta freudiana ¿qué es un padre?, Lacan responde diciendo : «un padre no tiene derecho al respeto, sino al amor más que si el dicho respeto, el dicho amor, está père–versement orientado, es decir si hace de una mujer, objeto a que causa de su deseo [3].

Así cuando lo insaciable de la madre se ponen en juego y nadie puede poner «el palo en la boca del cocodrilo» [4], eso puede producir estragos. A menudo, las primeras intervenciones para separar al niño de ese lugar de objeto de goce de la madre las hacen las educadoras y maestras de las instituciones infantiles: escuelas y espacios familiares que ocupan ese lugar tercero. Dando un lugar particular de escucha a los niños y a las madres para que se autoricen a ser no-toda madre y puedan salir del lugar «del ideal».

Se trata de poder pensar al padre, no como representante de la Ley, sino como encarnación de una posible alianza entre el deseo y la Ley con la transmisión de desear un deseo propio. El deseo sin ley tiende a la disipación, a la excitación sin límites, a la dispersión desregulada del goce pulsional .

¿Estas condiciones son algunas de las que nos confrontan de una forma más generalizada con niños más desregulados, más sobreprotegidos, más inseguros y caprichosos?

Notas:

  1. Madres a tiempo completo.
  2. Lacan,J. El Seminario La Angustia, libro10, Paidós: Buenos Aires, 2006. Clase 18/5/63.
  3. Lacan, J. Seminario 22, Inédito. Classe 21-1-75.
  4. Lacan, Seminario 17, Paidos: Buenos Aires. 1970, p. 118.