¿Qué pasa detrás de los muros de la casa arabo-musulmana cuando las mujeres están protegidas por el macizo velo de las paredes o pesadas puertas encadenadas que delimitan el espacio privado? ¿Quién puede decir lo que es un deseo de mujer cuando lo decimos ahogado por esta cultura?

¿El uso del velo solo puede ser abordado en la dualidad del hombre todopoderoso y de la mujer sumisa y estragada?[1]

¿Quién puede pronunciarse sobre el hecho de saber si, velar el cuerpo de una mujer es para evitar que no lo miremos, que no la deseemos, o si es para neutralizar esta mirada, la que en respuesta — a lo que se dice — desvía a los hombres de su camino?

Veladas, pero no mudas

El último número del Magazine du Monde da un espacio muy amplio a las « Palabras de jóvenes con velo»[2]. Son jóvenes, desbordantes de vida, van a la moda, coquetas, procedentes de todos los medios sociales, aman o detestan llevar el hijab. El Forum des Halles en París, en el cruce de las tres líneas del RER viniendo de diferentes suburbios, es el lugar predilecto que tienen para encontrarse, para hacer sus compras en boutiques especializadas; hay un estilo arabo-musulmán que está de moda. ¡Una marca de ropa de moda, Uniqlo, acaba de inaugurar una tienda especial para musulmanas! En este gran espacio público se cruzan con mujeres viniendo de otros horizontes, también con hombres; se sienten como las otras mujeres de su edad. Ejercen trabajos muy diversos. Algunas están casadas con musulmanes, otras no. Algunas son madres jóvenes. Muchas aún son solteras y tienen sueños diversos: escoger a un hombre musulmán u otro que no lo sea con el riesgo de generar un conflicto familiar, casarse con el que le gustaría al padre, al clan, ¡por qué no! Sus discusiones —siempre entre chicas — son animadas, contradictorias, a veces violentas. Serían toda en relación al hijab. Más allá del S1 del velo, de lo que pueda concentrar de religioso y de tradición, hay una mujer en su singularidad, una no-toda que lo universal no puede recubrir. Detrás de cada velo, una mujer. Así, llevar el velo no es unívoco: dos hermanas pueden tener elecciones contrarias; por otra parte, todas lo llevan o ninguna, una por elección, la otra por obligación, etc.

Con el hijab, ¿estas mujeres solo estarían sometidas a una tradición oscurantista aplicada por hombres? Ni la cultura, ni la religión, no delimitan otra cosa que roles — esposa, madre — en un contexto social. ¿El uso del velo no puede reducirse a un determinismo simplista sino es haciéndonos considerar que, más allá de lo que insiste a no darse a ver, pueda haber una mujer que quiera como todo sujeto femenino, en toda cultura, sostener el deseo del padre? Detrás de lo que está velado, sustraído a la vista de los otros, hay una mujer deseante y « si las tradiciones ahogan la feminidad, la aplastan bajo la ley fálica, una mujer no se deja colocar tan fácilmente bajo un significante. »[3]

La mirada velada

Lacan había, después de Freud, puesto el acento en la relación entre el pudor y el cuerpo de la mujer. Ese cuerpo mirado se encuentra bajo la influencia de la mirada que hace que él mismo sea cautivante.[4] Disimular este cuerpo, entero o parcialmente, desplaza el ser mirado, en un ver que viene del Otro y que nos mira en lo que miramos. No es la menor de las paradojas decir que lo que se vela, lo que es velado, capta la mirada y acentúa aún más la dimensión de la feminidad. Por analogía con lo que subraya Marta Serra concerniendo el velo del pudor podemos pensar, en un giro radical, que « finalmente, este velo, ese pudor, sería la feminidad misma. »[5]

He aquí el retorno al primer plano de la inagotable pregunta sobre el goce femenino y, eso aún más que, detrás del velo, puede estar supuesto el acceso a un goce que sería inaccesible a otros. Así, « dejar a ese Otro en su modo de goce es lo que solo podría hacerse si no le impusiéramos el nuestro, si no lo consideramos un subdesarrollado»[6]

¡No velar!

¿Qué hacen estas mujeres detrás de sus velos en estas ciudades en ruinas como Rafah, Alepo, Palmira, en medio de estas casas destruidas? Hacen como todas las mujeres de todos los países donde la guerra ha destruido las ciudades; como las trümmerfrauen, esas mujeres que, en 1945 en las ruinas de Berlín, emprendieron a despejar los escombros, piedra a piedra, para poder reconstruir la ciudad. Adorno mostró que no se trataba de restablecer el orden que reinaba aparentemente, sino de saber lo que se había perdido, en el uno por uno de estas piedras desplazadas, en una contabilidad de los que ya no volverán: un marido, un niño, un padre, una madre, un hermano, una hermana, etc.[7] Una a una se pasan las piedras para reconstruir un lugar donde podrán vivir con los hombres — los que no han perecido en los combates— y sus hijos; para proteger lo que pueda tener aún un poco de vida, lejos de los fantasmas de los occidentales.

Guy Briole. Miembro ELP y ECF.Ex AE. París . Barcelona. 

Traducción: Helena Torres

[1] Briole, G. « L’obscur des traditions », Lacan Quotidien, n° 558 du vendredi 15 janvier 2016, http://www.lacanquotidien.fr

[2] « Paroles de jeunes filles voilées » Le magazine du Monde, 21 mai 2016, n° 22192, p. 39-45.

[3] Liget, Fouzia « Il n’y a pas d’incompatibilité entre psychanalyse et Islam », La règle du jeu. http://laregledujeu.org/2011/10/13/7335/

[4] Lacan J., Seminario 23, El sinthome, B.A, Paidós, 2006, p. 18.

[5] Serra Frediani M., « Pudor », en: Semblante y sinthome, Scilicet, B.A, Grama, 2009,p. 295.

[6] Lacan J., « Televisión », en : Otros escritos, B.A, Paidós, 2012, p. 560

[7] Adorno T. W., Métaphysique. Concept et problèmes. Paris, Payot, 2006.