Las dos formas de seguir amando de Nadiezhda Mandelshtam

Del otro lado

El pasaje a lo real ocurre en un momento. Leemos:

Entre nosotros y aquel otro mundo se había formado una barrera, que todavía era de cristal, todavía transparente, pero ya impenetrable. Y el tren partió en dirección a Svierdlovsk”.

Quien habla es una mujer cuyo nombre significa en ruso “esperanza”, Nadiezhda, relatando el momento en el que perdió toda esperanza. Ese tren, camino de la deportación, atravesaba la puerta del infierno sobre la que Dante escribió su famosa inscripción, Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza. Unos versos que su marido, Ósip, el condenado, conocía muy bien pues era capaz de citar de memoria partes enteras de la Divina Comedia, y sobre la que había escrito un libro memorable, Coloquio sobre Dante. Atrás quedaba entonces toda esperanza. El tren partió. Nadiezhda y Ósip, los Mandelshtam, en aquel vagón fuertemente custodiado, quedaron del otro lado del cristal. Año 1934. Él, cuarenta y tres años; ella treinta y cuatro. Él, uno de los más grandes poetas rusos del siglo xx. ¿Y ella? ¿Y Nadiezhda? ¿Qué hizo la mujer del poeta? ¿Cómo reaccionó Nadiezhda?

Nadiezhda y Ósip se conocieron en un Café en 1919. Nadiezhda confesó de mayor que aquella primera noche se acostaron juntos, y bromeaba diciendo que ellos inventaron la revolución sexual. Se casaron en 1921 y ya no se separarían más. Ambos de origen judío viven esos años la loca deriva orwelliana del régimen estalinista. En un acto que se revelará suicida Ósip termina escribiendo un poema satírico sobre Stalin, probablemente el poema político más famoso del siglo xx. O más bien lo compone, pues su escritura tardará algo más en producirse. Lo compone y lo recita en alguna reunión privada de escritores. Corre el año 1933. Mandelshtam no tarda en ser delatado. En mayo de 1934 se produce el primer registro en su casa y el subsiguiente arresto. El poema no es encontrado, no importa, el crimen, innombrado entonces, trabaja en la sombra el destino de los Mandelshtam. Como la memoria de los delatores no es del todo coincidente, se le termina pidiendo al autor que lo escriba, y la misma pluma que le tiende el juez para que el poeta escriba sus versos –que constituirán la prueba de cargo– es la que utilizará aquél para firmar su sentencia de muerte.

Poco después, en plena noche, Stalin descuelga el teléfono para interrogar a Borís Pasternak sobre la calidad literaria de Mandelshtam. ¿Es un maestro?, le pregunta. Pasternak le responde indignado que no se trata de eso y solicita hablar con él, frente a frente. ¿Hablar de qué? De la vida y de la muerte, dice Pasternak. Stalin le cuelga el teléfono. (Pasternak no tardaría en sufrir en sus propias carnes la persecución). Stalin albergaba la esperanza de obtener de Mandelshtam una rectificación escrita, también en forma de poema, con el que poder pasar a la posteridad. Esto evita su ejecución inmediata, aunque no habrá perdón posible, sólo el camino de la deportación buscando una invisibilidad, un olvido que prolongue una vida sin vida, sin esperanza, yendo de campo de trabajo en campo de trabajo hasta alcanzar, cuatro años y medio después, en el extremo más oriental de Siberia, por frío y agotamiento, la muerte del cuerpo.

Pero volvamos al momento del corte del lazo. ¿Qué sucede cuando el discurso queda interrumpido? ¿Dónde queda cada una de las partes que hasta ese momento sostenían el enlace que construye la trama fantasiosa de la realidad, de las realidades por las que se circula? Dejo que una mujer excepcional reconstruya en mí ese momento. Hago lectura. Ella lo cuenta todo. El libro se llama Contra toda esperanza. Nadiezhda –esperanza– le puso ese título definitivo. Ése sería el segundo momento de su hacer, de su hacer con lo imposible. Pero antes habría un primer tiempo, que se prolongó más de veinte años y que arranca en el preciso momento de la cita con la que arrancábamos, ese cristal de la ventanilla del tren convertido en una barrera, aunque todavía transparente, ya impenetrable. Es el momento que marca un antes y un después irreversibles, la irrupción de un real que hace estallar el discurso. La escena sucede en la estación de tren.

En el mismo instante en que pisé el vagón y vi a través del cristal a los hermanos, el mundo se partió para mí en dos mitades. Todo cuanto había existido antes desapareció, se convirtió en un recuerdo confuso, en algo que estaba al otro lado del espejo, y ante mí se abría un futuro que no quería soldarse con el pasado.”

 

La memoria y la escritura

La primera forma de seguir amando a Ósip Mandelshtam que encontró Nadiezhda fue la memoria. Empieza todavía en vida de él, sintiéndose afortunada por poder acompañarlo a las poblaciones próximas a los campos. Tras la muerte de su marido Nadiezhda se convierte en la memoria escrita de éste. Condenada a vagar de ciudad en ciudad llevando una existencia de purgatorio, cuya única garantía se sostenía en pasar totalmente desapercibida, Nadiezhda memoriza cada poema, cada fragmento de texto, pues no puede moverse con nada inculpatorio. Es la fase muda de su escritura. A lo largo de los siguientes dieciocho años vivirá en más de una docena de ciudades, en pisos compartidos, bajo nombres falsos, durmiendo en las cocinas y sobreviviendo con trabajos ocasionales y clases de inglés.

Tras la muerte de Stalin, en 1953, Nadiezhda emprende un progresivo acercamiento a la capital, donde se acaba instalando en 1956. Es su salida del purgatorio. Se produce entonces el segundo movimiento importante en su vida, su segunda forma de seguir amando: la escritura. Nadiezhda se embarca en la redacción de sus memorias. Pero no son unas simples memorias, no sólo porque contengan el relato de toda una época, de los sueños acabados de una época, no sólo por las impresionantes reflexiones que pueblan cada capítulo, tan extremadamente punzantes, es algo más, es escritura, arrebato de escritura, un infatigable arrebato. Una vez que la mano ha podido hacerse con la pluma ya no la suelta. Nadiezhda tiene una relación con la escritura única, de una agilidad sorprendente, donde nada sobra, nada entretiene, donde cada gesto cobra una vida en la lectura que estremece. No interesa especular la acción de los poemas memorizados de su marido en la consecución de un estilo literario. Ese pensamiento tiene algo de rastrero. No va por ahí. Nadiezhda consiguió engancharse a la vida a través del amor y se inventó dos maneras de hacerlo. Ambas son invenciones suyas. Y tuvo pleno éxito en las dos.