Eje Temático: Semblantes y mascarada femenina

Semblantes y mascarada femenina

Oscar Ventura.

Probablemente a esta altura de nuestro desarrollo epistémico, podemos afirmar que el binomio semblante y mascarada femenina nos introduce en un eje clásico de la problemática de la feminidad.

Ello no impide que -a partir de la precisión y la rigurosidad con que está cernido en el conjunto de nuestra bibliografía- este eje pueda explorar la mutación de los semblantes, y las ¿nuevas? máscaras de la feminidad que hoy el discurso nos propone. Sobre todo cuando asistimos a ese empuje inédito que atraviesa el lazo social, que pretende hacer del rechazo a la castración el pivote de una nueva forma de habitar la existencia.

En términos generales definimos al semblante como aquello que tiene la función de velar la nada. El semblante nos introduce en el campo de las representaciones que se orientan por un parecer-ser, allí donde la emergencia de lo real viene a desvelar la pura vacuidad de la castración. Esta concepción del semblante es solidaria con la estrategia femenina de la mascarada.

Si “hacer semblante” es una forma de hacer creer que hay algo allí donde no hay nada, la mascarada despliega una función casi análoga, en tanto sustituye ese parecer-ser en una forma de actuación, en un hacer como si, que también tiene como objetivo velar lo real. El falo se inscribe como el operador privilegiado de este movimiento, ya que la mascarada se presenta esencialmente como una solución a la ausencia de un significante que viniera a representar a la mujer. El “La”, que podría significarla en su ser de goce, queda barrado señalando así la imposibilidad de un universal femenino. En términos freudianos, no hay en el universo del Otro que funda el inconsciente la existencia de la mujer.

Esta ausencia de representación desaloja a las mujeres del operador fálico como único destino de su goce, un destino al que el psicoanálisis -antes de Lacan- las había encasillado. La mascarada insiste pues, bajo sus distintos argumentos, en esta problemática.

Puede presentarse bajo la forma de tener el falo, bajo la forma de serlo, o ubicándose como objeto del fantasma de un hombre. Clínicamente, no es fácil aislar estas fenomenologías de manera pura. Todas estas estrategias no la eximen de quedar prisioneras en la esperanza de que el falo pudiera condensar el conjunto de la sustancia gozante.

En la primera forma, y ante la evidencia de que ella no lo tiene, puede hacer apariencia de tenerlo: es la puesta en juego de los semblantes en la vida amorosa. Un pare-ser que la ubica imaginariamente del lado del tener. Esta solución tiene la particularidad de hacer bascular su semblante hacía un atolladero; es la solución que suele brindar la histeria y que la empuja a homologar su goce con el falo, pretendiendo hacerlo existir bajo el semblante de “hacer el hombre”. Encontramos bajo esta declinación de la mascarada una solución de la castración por la vía de la identificación viril; todo su esfuerzo está orientado por constituirse un tener, y el rechazo de lo femenino la empuja sin remedio hacía la masculinización.

Puede ocurrir también que la estrategia no se inscriba del lado de tener el falo sino de serlo, ella lo es. Aquí podemos ver cómo el falo, erigido en el significante del deseo para ambos sexos, juega su partida en los términos de ser lo que un hombre desea.

La lógica de esta maniobra reside no en tenerlo sino en serlo y se consuma como una estrategia del ser. Si sostenemos que el hombre también desea el falo, podríamos decir que el enunciado que sostiene esta posición es: aquí me tienes, soy el falo. La vicisitud de la mascarada a partir de la evidencia no lo tengo, deviene no lo tengo porque lo soy. Ser el falo tiñe la subjetividad y muestra que en esta ocasión el rechazo de la feminidad se verifica en lo que clásicamente se ha conceptualizado como la mujer fálica, aquella que se muestra bajo el semblante fálico: la lógica del todo es su vestimenta cotidiana. Y como el falo es el objeto de deseo, este velamiento bajo la significación “Lo soy” le hace creer en la posibilidad de ser deseada por un hombre.

Puede igualmente suceder que la mascarada no se juegue en el plano del ser el falo, puede inscribirse también bajo la forma soy el objeto, el objeto a. Es otra manera de darle consistencia a las estrategias por las cuales la mascarada siempre apunta al falo como su objetivo prioritario. “¿Quieres una parte? ¿Quieres un trozo del cuerpo? Pues bien: soy eso, aquí me tienes”. Es la manera por la cuál clásicamente entendemos la fórmula tantas veces repetida de consentir a hacerse objeto del fantasma masculino. Y aunque reconocemos que esta operación suele ser necesaria en el desenlace del encuentro sexual, la dificultad reside en que la transitoriedad con la que pueda presentarse se convierta más bien en el argumento que le proporcione aún más fijeza al aparato del fantasma. Porque lo que es pasible de ponerse en juego es una forma más de cómo hacer para procurarse el falo. Se podría escribir bajo el argumento: ella no lo tiene, quien lo tiene es él, pero colocándose bajo la forma del objeto logra procurarse el falo que en ella está ausente. Así, la mascarada vuelve a tomar consistencia representada bajo el recorte del cuerpo elevado al objeto de deseo.

Pero bien, estamos advertidos que para Lacan la solución que la mascarada ofrece es absolutamente insuficiente para dar cuenta de la posición femenina y del goce puesto en juego. Ella no se inscribe del lado del tener, ni del lado del ser, ni tampoco se confunde con el objeto a. La posición femenina -tal y como es conceptualizada a partir del seminario XX- deja fuera de juego toda estrategia que esté orientada a la procuración del falo y sus formas de velarlo. El goce femenino, lo sabemos, guarda su enigma bajo el manto de un silencio que se inscribe más allá del falo.

La conceptualización de la posición femenina ha permitido una rectificación fundamental de la clínica a partir de introducir una nueva lógica con respecto al todo. Una forma de negativización que ha puesto de relieve, de manera definitiva, cualquier sueño de un universal en el que se pueda inscribir el goce.

Los límites del falo abren una perspectiva privilegiada para operar en un mundo en que las mascaradas no son solo patrimonio de la estrategia clínica, sino también de la política que conviene al Psicoanálisis en tiempos de los delirios totalitarios.

Aunque debemos también hacernos eco de que cuando Lacan describe a una verdadera mujer, nos remite a Medea como referencia, lo cual dista de ser fascinante. La ferocidad del no tener, a veces puede empujarnos a hacernos un seguro de vida.