Eje Temático: Posición del analista y lógica femenina

Posición del analista y lógica femenina

Por Xavier Esqué

Este eje interroga la relación existente entre la lógica femenina y la posición del analista como semblante de objeto a en el discurso psicoanalítico, que es una relación de afinidad.

De entrada, es preciso aclarar que en psicoanálisis cuando hablamos de masculino y de femenino nos referimos a posiciones sexuadas y no del sexo anatómico como tal. El modo en que hombres y mujeres se ubican en las fórmulas de la sexuación, tal como fueron construidas por Lacan, es para cada sujeto particular. Dichas fórmulas van más allá de la diferencia establecida por Freud en función de la relación que hombres y mujeres tienen con el falo, significante al que Lacan da el estatuto de semblante, el parecer por excelencia. Existe entonces en la enseñanza de Lacan una tensión entre género, estructura y sexuación.

Es en el Seminario sobre El acto psicoanalítico [1], donde Lacan plantea la fórmula hay psicoanalista sin utilizar el artículo definido, introduciendo de este modo la lógica del no-todo. En efecto, la definición de qué es un psicoanalista en tanto universal contiene una imposibilidad. También una imposibilidad recae sobre el universal de La (/) mujer en las fórmulas de la sexuación.

La proposición existencial negativa sobre el universal suscita en Freud un misterio: ¿Cómo se deviene mujer? ¿Qué quiere una mujer? En cambio, con Lacan se abre el camino a la invención. La mujer y El psicoanalista no existen como un todo. Las mujeres existen una por una, los psicoanalistas existen uno por uno. Existen de un modo siempre singular. Precisamente por eso la pregunta de qué es un psicoanalista hace agujero en el saber, un agujero que los psicoanalistas que seguimos la orientación lacaniana situamos en el centro de la Escuela, siendo el germen de nuestra transferencia de trabajo, y siendo el pase el dispositivo principal donde ponerla a trabajar.

Existen algunas referencias de Lacan –hay que decir que son un poco provocadoras, y que dan lugar a ciertos equívocos- que reflejan muy bien la tensión que hay entre género y sexuación, y que dan cuenta de la imposibilidad de generalizar el no-todo femenino.

En la Conferencia en Ginebra sobre el síntoma [2] señala que «las mujeres analistas son las mejores, son mejores que el hombre analista». Ellas son “más activas”, agrega, ellas “avanzan”, mientras que para los hombres es necesario “un duro quiebre”.

También en otro momento, al final de su enseñanza, insiste sobre el tema al señalar que “las mujeres (…) son las mejores analistas” aunque aquí agrega “y las peores ocasionalmente” [3].

Si examinamos la cuestión en función del significante fálico nos encontramos con la indicación de Lacan de que las mujeres, por poco provistas que estén, no se encuentran privadas del goce fálico. Además, ellas, a diferencia de los hombres, tienen la particularidad de no estar enganchadas al instrumento. En cambio, decíamos que para el hombre es necesario un “duro quiebre”, en efecto, la función fi mayúscula dificulta en el hombre la reducción del falo al semblante [4]. No obstante, Lacan también dice que ellas, las mujeres, pueden aturdirse con la idea de una naturaleza anti-fálica, de la cual no hay la menor huella en el inconsciente.

Si tomamos la cuestión por el lado de la posición de objeto, que las mujeres sean las mejores analistas ¿significaría que ellas se pueden poner en el lugar de la causa del deseo del otro con mayor facilidad que los hombres? ¿Que su posición de semblante de objeto a les viene mejor a ellas por la flexibilidad que suelen tener respecto del fantasma del hombre?

En La tercera, Lacan lo presenta por el lado del obstáculo, subrayando que para ocupar el lugar de semblante hay que “tener condiciones” y aquí señala que, contrariamente a lo que se dice, eso es especialmente más difícil para una mujer que para un hombre: “Que en ocasiones la mujer sea el objeto a del hombre no significa para nada que sea de su gusto serlo” [5].

Entonces, ¿cómo quedamos? Salimos del embrollo si nos orientamos por la indicación de Lacan de que “… es del no-todo que surge el analista” [6]. Es decir, que si hay afinidad entre la posición del analista y la posición femenina esta es producto del resultado del análisis. En efecto, entonces ya no hablamos de las mujeres y los hombres en general sino de la posición femenina. De todos modos, todas esta puntuaciones de Lacan que acabamos de ver nos enseñan que ubicarse en la posición femenina no es tan fácil, tampoco para los analistas.

Esa afinidad con la posición femenina producto de un análisis, permite al analista estar en la mejor disposición de hacerse causa del deseo del otro.

Es por la desidentificación fálica, es con la construcción y atravesamiento del fantasma -con la extracción del objeto del campo del Otro, con la extracción del objeto tapón al que uno se encontraba identificado y que cubría el agujero del Otro- que éste pierde su consistencia imaginaria y se desinfla, se vacía. De ello resulta que el objeto deja de ser tapón para convertirse en objeto causa de deseo. Es entonces cuando se puede ocupar la posición de analista, cuando uno puede consentir a ocupar el lugar de semblante de objeto a en el discurso psicoanalítico, consentir a que su analizante aloje en él el objeto pulsional acorde a la significación de su fantasma.

 

  1. Lacan, J., Seminario XV, El acto psicoanalítico, inédito.
  2. Lacan, J., Conferencia en Ginebra sobre el síntoma, Intervenciones y textos 2 Buenos Aires,   Manantial, 1988, p. 136.
  3. Lacan, J., Un Otro falta, 15/1/80, Escansión 1 Nueva serie, p. 21.
  4. Miller, J.-A., Conferencias porteñas, tomo 2, Paidós. p.107
  5. Lacan, J., La tercera, Intervenciones y textos 2, op. Cit., p. 83.
  6. Lacan, J., Nota italiana, Otros escritos, Paidós, p. 328.