Rosa Padilla nació en Valencia el 5 de Enero de 1949. Licenciada en Bellas Artes en el año 1971. Desde 1974 ha expuesto su obra en distintas exposiciones tanto colectivas como individuales. Siendo su ultima exposición individual este año 2016 en Alarcón (Cuenca).

Nos encontramos con ella en su casa familiar de Moraira. Allí disfruta junto a su marido; de sus nietos e hijos, pero principalmente –como nos dice ella– con el paisaje, los viajes por el mar y sobre todo la luz, que le permiten empezar el dialogo con el lienzo.

 

¿Cómo fueron tus primeros encuentros con el dibujo?

Era muy feliz en mi entorno familiar, una niña privilegiada con una vida cómoda y con mucho cariño. En el colegio religioso femenino, disfrutaba la parte social con las compañeras y relaciones de amistad. En cuanto a la enseñanza, que era muy estricta, no me integraba demasiado con las normas del colegio era un poco rebelde. Ya desde muy pequeña tenia un espíritu creativo y me gustaba dibujar en cualquier momento, eso me aislaba y era un hándicap a la hora de conseguir unos resultados. Yo me veía frustrada porque esa capacidad de abstraerme me limitaba de las obligaciones del estudio y siempre me impidió cogerme a la rueda del curso, me tenía un poco relegada a un ultimo plano. Busqué otra manera de destacar siendo una gamberra.

Pero hubo algo que me ayudo: mi vocación por la pintura, por el dibujo. Fui descubriendo que con mis dibujos, que los convertía en historietas, a mis compañeras les gustaba, eran historietas de chicas aventureras, que finalmente encontraba el amor de su vida. También las monjas descubrieron que yo era una buena dibujante y me daban protagonismo pidiendo que les hiciera los dibujos para los murales, para las misiones y allí, ese complejo que tenia de fracaso en los estudios, lo suplía con esa sensación de sentirme alguien importante porque me necesitaban.

 

¿Cómo fueron tus siguientes pasos?

Viendo que en los estudios no encontraba salida hablé con mis padres y aunque eran un poco reacios, finalmente me apoyaron. Entré en la Escuela de Bellas Artes cuando tenia 16 años. Allí me encontré con otro mundo, tanto chicas como chicos de diferentes lugares más libres. Yo venía de un mundo más reprimido, además había dejado de jugar con muñecas hacía poco, me abrió un mundo que me gustó, me sentía muy libre. Podía ir a clase o quedarme charlando en los compañeros. Yo disfrutaba con todas las asignaturas, tuve la suerte de tener muy buenos profesores, pintores consagrados que me aconsejaron desde el primer momento y me hacían sentir muy valorada. Eso me devolvió la confianza en mí misma.

 

Al acabar tus estudios de Bellas Artes, entras a trabajar de profesora de dibujo en el colegio donde estudiaste. ¿Qué querías transmitir en tus clases?

Sí, he estado 26 años dando clases, yo les transmitía sobre todo que fueran creativas, les daba técnicas para dibujar. Más importante era poder expresar sentimientos con todos los medios a nuestro alcance de técnicas, líneas, puntos, manchas, inventar, crear, imaginar, distorsionar la realidad, transformar las cosas, mi reto era ese. Sabía que en la clase habría tres, cinco, diez personas que sabrían dibujar y que el resto no tenía ni idea, pero quería que ese resto aprendiese a expresarse a través del dibujo. Yo trataba de disfrutar en la clase para que ellas también disfrutaran.

Expresar emociones, sentimientos pero sobre todo transformar las cosas; si pintas un jarrón no lo tienes que hacer como es sino como tú lo ves. Es lo que pasa en mi pintura, cuando yo pinto estoy expresando mis sentimientos, lo que hay dentro de mí que ni yo misma sé.

 

¿Has encontrado dificultades para desarrolla tu vocación de pintora por ser mujer?

De siempre he querido ser madre, era algo muy importante, no se porqué, si porque había sido una niña muy feliz o algo instintivo. Si me hubiesen dado a elegir entre ser madre o pintora hubiese elegido ser madre, por eso he tenido que renunciar muchas veces ha encerrarme en mi estudio, y si a eso le sumamos que a los 39 años tuve problemas muy serios de salud con muchos baches hasta llegar a los 49 con un trasplante de hígado, he tenido etapas que le dedicaba menos tiempo. Fue una etapa más gris más intimista, pero aunque no le podía dedicar todo el tiempo la pintura me acompañaba, pues me permitía seguir descubriéndome. Nunca dejo de pensar en la pintura, y en mi imaginación estoy pintando, estoy creando, o veo algo y enseguida te lo imaginas en el cuadro, y cuando lo retomo vuelvo con más fuerza, me cuesta unos días de adaptación, pero da la sensación que todo está como siempre. La pintura ha sido mi compañera, ha estado siempre conmigo.

Mi pintura es mirada, todo lo que contemplo es lo que me sale a la hora de pintar, no me propongo hacer esto o lo otro, sale. Ni yo misma sé lo que va a salir, no lo puedo dirigir, voy descubriendo, se establece un dialogo entre la obra y yo, y a la vez una lucha.

 

¿Qué te impulsa a seguir en esa lucha?

Que siempre he descubierto algo nuevo. Mi pintura es mirada, pero sobre todo dialogo conmigo.

Ahora se ha convertido en algo muy necesario, ya mis hijos no dependen de mí, en esta etapa de la vida en donde ya no me queda mucho horizonte por delante aparece la madurez, ese dialogo que establezco con el cuadro es mucho más culto, más sincero, aunque sigo con los vértigos, los miedos, ahora se establece un diálogo más adulto. Siempre ha sido mi compañera pero ahora sabemos lo que la vida tiene de bueno, lo que vale la pena. Sé como dirigir mejor lo que quiero hacer.

A mí me influye todo lo que me rodea, a la hora de trabajar delante de la pintura está mi mirada que refleja todo: los paisajes, los contrastes de las luces, pero unido a ello están mis sentimientos, todas las agresiones de nuestra sociedad, me produce un dolor y cuando trato de plasmar un bonito paisaje me sale ese dolor, esas heridas.

También aparece el placer de ese encuentro, yo diría que es más que un orgasmo, es un trance, cuando llevo una hora pintando y empiezo a meterme eso es lo más, ¡claro! no siempre lo consigo, a veces tengo que romper lo hecho, pero cuando llegas a ese encuentro, es lo más, y cuando sale la obra, está ahí, lo puede disfrutar todo el mundo, si saben verlo…

Lo bueno que tiene el arte es que se queda ahí. Cada cuadro es único lo compararía a un hijo, parido no con mi cuerpo sino con mi espíritu.

Gracias Rosa por ser tan generosa en tu discurso.

Realizada por  Mimí Bayarri. Miembro de la AMP y de la ELP  Valencia