El Die Lichtung heideggeriano y Los claros del bosque de María Zambrano cautivaron hace tiempo nuestra reflexión por su fraternidad con el decir lacaniano sobre el vacío central en la topología del nudo. Es por ello que ya en otras ocasiones hemos hecho dialogar a Zambrano, Heidegger y Lacan haciendo de la frontera del concepto en cada uno de ellos, el punto de bisagra que permite anudar su pensamiento como resonancia en los otros.

Para el pensador Massimo Cacciari:

“La relación entre el pensamiento de Heidegger y el de María Zambrano se impone como una de las cuestiones básicas de la filosofía contemporánea, y, sin embargo, inmediatamente se percibe hasta qué punto es ardua la posibilidad de afrontarla».(1)

Heidegger no conoció la obra de Zambrano y las referencias de ésta al pensador son muy fragmentarias. Como el citado autor señala, tal vez pesó para ella la reivindicación de Ortega, de que sus propias ideas anticiparon los temas de “Ser y Tiempo”. Sin embargo, el interés de la relación tiene lugar más allá de los límites de la analítica existencial propia de “Ser y Tiempo” que el mismo Heidegger cuestionará más adelante. Es en el pensamiento del claro como juego de manifestación y ocultamiento donde la referencia a Heidegger es constitutiva del tratamiento mismo del concepto zambraniano. Ella concibe el claro como crítica a la tradición metafísica y, en este ámbito, al propio Heidegger.

Para Zambrano (2) el claro no debe ser entendido como espacio despejado sino que ha de ser puesto en conexión con el bosque espeso e impenetrable en el que se produce un espacio abierto. Aunque, insiste, el claro no debe confundirse en modo alguno con lo simplemente abierto, porque está inmerso en lo profundo. En la espesura del bosque la luz del claro es opaca, la luz no llega nunca a des-velar el claro. El claro es más bien el lugar de la sombra que el de la luz. Su luz es la sombra misma, la luz de lo opaco, de la tiniebla.

Lichtung es para Heidegger ciertamente lo abierto, die Offenheit, pero entiende por este término lo que concede “un posible dejar aparecer o mostrar”, no la “desvelación”. En el Lichtung juegan a la vez claridad y oscuridad en afinidad con el sentido de la verdad que Heidegger asume: Aletheia, a diferencia de la Veritas latina, indica el no-desvelamiento originario a toda re-velación. Así, si en “Caminos del Bosque» (3) la Aletheia instaura el ser-escondido del ser mientras produce el no-ser-escondido del ente, en la “Carta sobre el humanismo” (4) el Lichtung queda definitivamente conectado a la escucha lejos de toda mirada que pudiera desvelar, desocultar el ser.

El Lichtung, lo abierto, el claro o los claros del bosque son el lugar donde luz y sombra no son términos antinómicos sino un vacío donde el claroscuro propicia el surgimiento de la luz. Una espacialidad que resguarda el vacío sin suturarlo.

En “El final de la Filosofía y la tarea del pensar(5), tras el abandono de su proyecto de “Ser y tiempo”, Heidegger llegará a considerar que la Filosofía no sabe nada del Lichtung. Es verdad que habla de la luz de la razón pero no se preocupa por el Lichtung del Ser. El Lichtung del ser es imposible de absorber por la Filosofía ya que es precisamente el olvido, la exclusión misma en que la Filosofía se funda. Lo que habla a través del Lichtung es la vecindad topológica entre poesía y pensamiento. Obviamente, no se trata de pensar un nuevo uso de la retórica poética al servicio de la Filosofía sino más bien del modo inaugural de aparición del lenguaje. El propio Heidegger advierte que la vecindad expresada en estos términos precisos es lo más difícil de pensar.

Para Zambrano no hay método para alcanzar el claro, solo veredas, filamentos de luz imprevistos, señales en la sombra. Contrapone el bienaventurado (6) aquel que no busca respuesta a través de la interrogación sino quedando a la escucha de la respuesta que ya es el ser, al filósofo. Es una respuesta opaca esa que el bienaventurado encuentra; una respuesta de sombra, que está en las profundidades del originario ser-arrojados. El interrogar del filósofo es la manifestación de su pérdida de intimidad con el propio ser. El bienaventurado, por el contrario, se vacía del funesto deseo de interrogar-desvelar para poder escuchar la luz de la noche. Y allí donde ésta aparece, está el claro. La razón poética es el término acuñado por Zambrano y propuesto expresamente por ella como vía de escritura y conocimiento.

Por el psicoanálisis sabemos que no hay experiencia posible que culmine en la conquista absoluta del saber sobre la verdad. En fraternidad con el decir heideggeriano, estamos de acuerdo en que lo más difícil de elucidar, a la vez que lo más esencial a la tarea del analista, es pensar el no- todo, la confrontación entre el sujeto del inconsciente -sea el de un hombre o una mujer-, a la sexualidad femenina con las deficiencias para encontrar una regulación simbólica de dicha relación. Pensar la mujer desde una lógica distinta a la del todo y la excepción.

María Zambrano y Razón Poética son términos equivalentes de un mismo decir, poético, que acoge lo que la Filosofía excluye por considerarlo ajeno al discurso de la razón. El concepto de Razón Poética, «un método más que de la conciencia, de la criatura, del ser de la criatura que arriesga despertar alumbrada y aterida al mismo tiempo» (7) es central y definitorio del pensamiento de Zambrano y consiste en la revelación de un saber del ser y de la palabra como lugar de la absoluta latencia del ser.

Creemos leer en el pensamiento de María Zambrano un ejemplo del funcionamiento de la lógica del no-todo. Ella elucida una lógica de la posición femenina a través de la Razón Poética y propone un modo inédito hasta entonces en la historia de la Filosofía, de pensar al sujeto a partir de una posibilidad ónticamente ligada a la diferencia y desde ella a la feminidad. Aunque entre sus escritos abundan los dedicados a personajes que son mujeres, es necesario subrayar también que la autora siempre se mantiene distante de toda inscripción o insignia feminista.

La Razón Poética puede ser leída a partir de la lógica del no-todo como una de sus manifestaciones en el decir. Decir desde una posición femenina no signada en su totalidad por la significación fálica, y donde el acto no tiene más garante que el deseo que lo funda, pero cuyo efecto es un nuevo decir que hace letra en el más allá de la significación fálica, aunque partiendo de ella. Es precisamente ese decir lo que conducirá, una vez producido, al acto, como lo ejemplifica la Antígona zambraniana que viene a incluirse en la serie de lo que Lacan dio en llamar, paradójicamente, mujeres verdaderas:

            «A esta criatura -escribe Zambrano-, no le es posible, ni necesario, pensar. Pensar fue solo cosa de un momento inevitable para que la acción pura, la pura trascendencia se materializara no solo en hechos, sino en palabras. Porque la palabra, más que los hechos, marca la altura de la heroína; la acción pudo ser realizada, como todas, en sueños; la palabra garantiza que su acción se dio en el despertar» (8).

Paloma Blanco. Miembro ELP y AMP. Málaga

  1. Cacciari, M. (2003) “Para una investigación sobre la relación entre Zambrano y Heidegger”, Archipiélago, 59, 47-42.
  2. Zambrano, M. (1986) Claros del bosque, Barcelona: Seix Barral.
  3. Heidegger, M. (1985) Caminos del bosque, Madrid: Alianza.
  4. Heidegger, M. (2000) Carta sobre el humanismo, Madrid: Alianza
  5. Heidegger, M. (1998) “El final de la filosofía y la tarea del pensar”, en M. Heidegger, Tiempo y ser. Madrid: Tecnos.
  6. Zambrano, M. (1991) Los bienaventurados, Madrid: Siruela.
  7. Zambrano, M. (nota 62), p. 16
  8. Zambrano, M. (nota 66), p. 44.