Freud puso de relieve la dependencia de la mujer respecto al objeto de amor, que él vinculó con su posición de falta respecto al falo. Lacan tomará otra vía. Al abordar la clínica erótica de la mujer, señala que “la servidumbre del cónyuge la hace especialmente apta para representar a la víctima de la castración” [1]. Esto quiere decir que no es tal víctima: la castración la concierne como sujeto pero no como mujer. En dicha “representación”, hay en juego otra cuestión.

Para abordarla, Lacan no toma el camino abierto por Helen Deutsch quien planteó un supuesto “masoquismo femenino”, intrínseco a la mujer. Por el contrario, él señala la necesidad de corregir este término, y lo hace primero con el concepto de privación y, después, con el de estrago.

La privación de un significante que diga el ser de la mujer viene a dar cuenta en este primer momento de lo que Freud había calificado como su “sexualidad inacabada”: esta falta, no de un pene sino de un significante, sitúa a la mujer frente a un agujero en lo simbólico que pone en marcha una demanda, una exigencia de ser para remediarla. Esta demanda es la otra cara de la insuficiencia del significante, o del falo, para “drenar” la sexualidad femenina [2]. Y, en tanto toda demanda es siempre demanda de amor, esto da una perspectiva distinta de la freudiana de la función prevalente que el amor tiene para la mujer.

Los esfuerzos incontables del “narcisismo de deseo femenino” [3], del deseo de causar el deseo del partenaire, se sostienen en la ilusión de ser todo para el otro y obtener así el ser que le falta a través de ser amada. Pero, en realidad ella no es todo, ni toda, y mucho menos una, sino Otra para sí misma.

En los años 70, Lacan logifica y dilucida esta cuestión con las fórmulas de la sexuación. Allí donde “no hay” del lado significante, responde un “hay” del lado del goce: así, a la privación de un significante que diga qué es una mujer, y a la insuficiencia por tanto del falo para dar cuenta de ella, responde la presencia de un goce suplementario al fálico, que no pone en juego la lógica del Todo posibilitada por la existencia de un Otro de la ley y la garantía que rige el lado hombre de las fórmulas. Este goce exclusivamente femenino tiene el silencio del “Otro que no existe” por partenaire. El matema S(Ⱥ) escribe ese punto donde el Otro calla. El supuesto “inacabamiento” de la sexualidad femenina, se revela como el inacabamiento de la teoría freudiana sobre ella, y se puede leer ahora con la lógica del no-todo.

Este matema de la inexistencia del Otro incluye el matema del Otro barrado (Ⱥ), que es el Otro del amor por excelencia en tanto privado de lo que da. Esto sitúa de otro modo la relación de la mujer con el amor. No se trata aquí ya de las dimensiones simbólica o imaginaria de este último, de su función de amarre, de consuelo, de ilusión de unidad o de completud. En las fórmulas de la sexuación, el amor femenino, inextricablemente unido al goce, revela su dimensión real.

Es un amor-goce, un goce que toma la forma del amor, autoerótico como todo goce pero que apunta al Otro del amor, al que hace existir con las palabras de amor.

La exigencia de amor, ya se decline de la mujer al Otro del amor, o retorne en forma erotomaníaca a ella como viniendo de él, se aclaran al abordarlos con la clave de este goce ilimitado. El amor femenino lleva entonces el sello del estrago, del goce del estrago, como consecuencia de la privación significante, solidaria de la inexistencia de La mujer.

Una cita de la última enseñanza de Lacan viene a situar ahora la primera: “No hay límites a las concesiones que cada una hace a un hombre de su cuerpo, de su alma, de sus bienes” [4]. Parecería entonces haber una pendiente estructural del amor femenino al sacrificio. Sin embargo, considero necesario precisarlo.

En general, todo sacrificio pone en juego cuatro elementos: el sujeto, el Otro, el objeto sacrificado y el acto mismo del sacrificio.

El objeto sacrificado es variable pero se puede afirmar que el sujeto sacrifica siempre un bien, algo que tiene un valor de goce para él. A veces, lo sacrifica a cambio de otro bien que tiene un valor de goce mayor, ya se trate de un objeto (registro del tener) o de un estado (registro del ser) como es el bienestar, mental o físico. Pero hay también un goce del sacrificio mismo.

Podemos situar estos dos tipos de sacrificio con la distinción que Kant hace, en su Razón práctica, entre los bienes, los Wohl, y das Gute, el Supremo Bien [5]. Lacan la toma al introducir el goce.

La renuncia a un bien, sea algo del tener o algo del orden del ser, a cambio de un bien mayor, es condicional y tiene como marco el régimen de los Wohl. Sin embargo, Lacan parece reservar el término “sacrificio” para aquel que introduce la fórmula de la ley moral kantiana: “Obra sólo según una máxima tal, que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal”. Este sacrificio es incondicional [6]: el sujeto ha de sacrificar todo Wohl o bienestar, para apuntar a das Gute, el Soberano Bien. Solo cuando el sujeto lo ha hecho, queda solo ante esta voz que ordena, figura del superyó [7]. Este Otro exige el verdadero sacrificio, ese “ante el cual casi nadie resiste”. El sacrificio de todo Wohl, incluye “el del objeto de amor en su humana ternura”. Lacan emparenta la ley moral con la máxima sadiana.

Si tomamos como guía esta distinción kantiana en relación al sacrificio, las “concesiones” sin límites de las mujeres, que se identifican al objeto de su partenaire, se enmarcan en una renuncia que compete al régimen de los bienes, aunque sus excesos impidan que, a veces, esto sea reconocible de entrada. Ellas tienen siempre como condición el amor, aunque sea supuesto o esperado, y no son ajenas a la satisfacción fálica, si bien la superan. Es la falta de límites la que nos revela la marca del goce femenino. No todos los goces del lado del exceso la llevan. Esta distinción en relación al amor del Otro, me parece, nos permite situar los amores sacrificiales femeninos con más precisión.

Margarita Alvarez. Miembro ELP y AMP. Barcelona. 

* Extracto del texto: “Sobre los amores sacrificiales femeninos, una precisión”, a aparecer en Colofón, boletín de la FIBOL nº 36.

Notas:

  1. Lacan, J., “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina”, Escritos 2, Siglo XXI Editores, México, 1984, p. 712.
  2. Lacan, J., “Ideas directivas”, op. cit., 708.
  3. Op. cit., p. 712.
  4. Lacan, J., “Televisión”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 566.
  5. Lacan, J., El Seminario, libro VII: La ética el psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1988, pp. 90-1.
  6. Lacan, J., El Seminario, libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires,
  7. Lacan, J., “Kant con Sade”, Escritos 2, p. 746.