Se puede afirmar sobre el feminismo, o más bien de los feminismos, que han intentado responder a la pregunta ¿qué es ser mujer? La pregunta apunta al núcleo mismo del feminismo. Si alguien se siente mujer, si admite y consiente a tal denominación, surge también, entonces, qué soy en tanto mujer: ¿quién soy, qué quiero? No ha perdido vigencia esta pregunta formulada explícitamente por Simone de Beauvoir, pero no siempre en la historia pudo formularse esa pregunta por las propias mujeres, por una mujer, su formulación fue una conquista política. Nunca ha sido una pregunta exclusivamente ontológica, al contrario, si hay una historia de las mujeres, de la condición femenina, esta historia responde a una lucha política. Así, esta pregunta adquiere toda la envergadura de un hecho socio-histórico y de aparición contingente, no se trata de un acontecimiento natural. Precisamente en el cuestionamiento de la naturaleza femenina emerge el interrogante acerca de la mujer. A ese interrogante intentan responder no sólo los feminismos, -pues desde hace unas décadas no se puede decir de forma unívoca ni unificada ese término, son múltiples las vertientes, corrientes, teorizaciones y movimientos que convergen bajo ese significante, incluso algunos se ubican más allá del feminismo, en un tiempo de lo post-feminista-, sino que también el psicoanálisis se interroga, se pronuncia, algo dice de ello. Un psicoanálisis que tampoco goza de uniformidad en sus corrientes y planteamientos. De hecho, y a propósito del debate entre el feminismo y el psicoanálisis, he advertido las distintas formas de expresar esta heterogeneidad psicoanalítica desde esos discursos, existen, por ejemplo, y nombrando sólo algunos: el psicoanálisis freudiano, el freudiano americano y el freudiano francés, el no freudiano (quizás el mas curioso) y, por supuesto, los referidos a las escuelas de los psicoanalistas clásicos, incluyendo a Lacan entre los contemporáneos. Y es allí, en la aparente trivialidad de la nomenclatura, donde se ha suscitado el estallido de la confrontación, del debate, la divergencia y la dura crítica, al extremo del rechazo de parte de algunos feminismos respecto al psicoanálisis. ¡Dura infamia la de algunos conceptos!

Es el señor Freud, y no sólo sus teorías, quien genera la mayor de las críticas y reproches. Al punto que ha sido considerado el autor de una teoría que refuerza la ideología dominante masculinista en detrimento de lo femenino. No hay, me parece, quién desconozca el concepto que ha sido objeto de tales indignaciones y odios, el de los mayores malentendidos y cuestionamientos, se trata, por supuesto del Penisneid, la envidia del pene. Otro tanto suma el complejo de castración, y a ellos la noción de falocentrismo como gran articulador de la ideología patriarcal. Pero, no se trata sólo de cuestionamientos sin vigencia actual, sino de la raíz de un debate que en la actualidad explica que exista un psicoanálisis admisible para el feminismo, incluso necesario, de acuerdo con algunas autoras, siempre y cuando este psicoanálisis sea no freudiano. No sé si tenga propósito alguno recrear algunas de las derivas de este debate que tuvo lugar alrededor de los años 20 del siglo pasado, casi cien años después, las propias feministas cercanas al psicoanálisis han clarificado algunos de estos impasses. El psicoanálisis en sus intentos de responder a tales cuestionamientos, incurrió, en algunos casos, en interpretaciones analíticas impropias a su ética. En otras ocasiones, no hizo sino defender lo que respondía a un campo inconmensurable con su propia política, una política orientada por el síntoma y el malestar subjetivo. A diferencia de las políticas y estrategias que se orientan desde una identidad colectiva que sustenta a las mujeres en su lucha por derechos de igualdad.

De acuerdo a esta controversia histórica es válido afirmar que existe, entonces, un debate actual entre el feminismo y el psicoanálisis, la deuda no está saldada. Sin embargo, los términos en discusión no son los mismos; fundamentalmente la cuestión se centra en torno a la “diferencia sexual”, al concepto de sexualidad en sí. Conceptualización freudiana pero que Lacan renueva y conceptualiza bajo el nombre de sexuación, así, tanto la sexualidad y la diferencia toman un relieve para las teóricas feministas. Y es desde este relieve que surgen algunos nuevos impasses.

La diferencia para el psicoanálisis es sexual, no una diferencia de predicados, atributos o cualidades susceptibles de entrar en la categoría de lo masculino o femenino. No se opta por el término “género” sino por el de sexo, y ¿qué es el sexo? El traspié del sentido. Esto no significa que el sexo sea previo al discurso o la palabra; el sexo se encuentra íntimamente ligado a la significación, sí, pero esto no implica que sea algo estrictamente convencional, producto de lo simbólico o la cultura, tampoco el sexo es anatómico, no hay allí destino alguno. El sexo se produce, precisamente ahí donde tropieza la significación; es consecuencia del limite interno al sentido, emerge donde las practicas discursivas fallan, tiene la consistencia de su propio quiebre. En otras palabras, la sexualidad sería la desviación de una norma inexistente. Por tanto, y en eso no se puede desmentir el legado freudiano, el sexo no responde ni a la anatomía ni a la cultura, se encuentra al margen de lo imaginario y lo simbólico.

La diferencia sexual, entonces, se encuentra des-esencializada para el psicoanálisis al concebirse la sexualidad en los términos expuestos. De allí su insistencia en que su diferencia -la sexual-, en oposición a las diferencias de género que son diferencias como cualquier otra, no pertenece a determinaciones simbólicas ni formas imaginarias del cuerpo. Su diferencia es discordante, antagónica, previa a la diferencialidad de los cuerpos. A este impasse fundante, a este no hay radical de la sustancia sexual, responden los cuerpos que se denominan femenino o masculino. No hay complementariedad, ni ontologización alguna. Paradójicamente, la teoría de géneros incurre en tal sustancialización por accidente. En la medida que plantea la lógica de las diferencias en el campo de los predicados o cualidades se genera un efecto de retorno a las diferencias clásicas del tipo: forma-materia, ying-yang, activo-pasivo… unas y otras caen en una ontología de las diferencias aún cuando se abandone el principio de complementariedad y se opte por la multiplicidad de géneros. Cada entidad construida existe efectivamente como una. Ante este Uno, múltiple o binario, el no-todo de Lacan irrumpe para decir de la posición femenina que no es del todo Otro, es decir, otro Uno completo, sino que es inconsistente en sí misma. De ella no se puede hacer un juicio afirmativo o negativo clásico, lo más fiel que se puede escribir responde al tipo de juicio que Kant denominó juicio infinito o indeterminado. Es el caso de la propuesta de Lacan: la mujer es no-toda.

El feminismo está llamado a inventar la mujer. Y lo está en la medida que La mujer no existe y de esa posición femenina se puede escribir que es no-toda ¿Lo hace del buen modo? A ese lugar no acude nadie esencialmente. La mujer no existe, no es tan novedoso aunque se formule en forma de una breve sentencia, siempre se ha sabido acerca de ese no saber fundante. Sin embargo, eso ha generado diversas respuesta del lado de quienes se les atribuye lo masculino y de quienes se les atribuye lo femenino. Miller desvela la formula de Lacan de La mujer no existe en los siguientes términos: “Llamamos mujeres a esos sujetos que tienen una relación esencial con la nada”. En ese sentido, los feminismos, en su pluralidad, están convocados, por no decir “empujados”, a inventar La mujer, en algunos casos a inventarla en sus particularidades, de a pequeños grupos o colectivos, en movimientos; por raza, clase, etnia. En suma, por diferentes rasgos diferenciales. Se expresan en la lógica de la diferencialidad: en primer lugar ante el Hombre -lo masculino-, como categoría ideológica del patriarcado y su sistema de dominación. Se asume que su orden es el predominante y parece perpetuarse en tanto hegemónico en el ordenamiento simbólico y en las formas de relación y construcción de las subjetividades. Así lo plantean las distintas corrientes, cada una a su forma y con diversos énfasis y acentos. Quizás en la excepción, no en el sentido fuerte del término, se encuentre el feminismo llamado de la diferencia, que sí se distancia de este orden, planteando un quizás utópico nuevo orden maternalista, en oposición al predominio paternalista en las relaciones entre mujeres y, especialmente, entre las hijas y las madres.

El contrapunto con el psicoanálisis, y la afirmación de un lugar vacío para lo que está llamado a comparecer en el lugar de La mujer, se encuentra en que ese lugar no se deja vacío y se construyen “semblantes” que ocupen ese espacio ausente. A la mujer se la hace existir, se la inventa, y gracias a ello el feminismo ha tenido sus incuestionables conquistas en materia de derechos. Y… ¿qué sigue?

* Un extracto de la conferencia ofrecida el jueves 22 de septiembre en el NUCEP, en el marco de las charlas de introducción al psicoanálisis.