“Señoras, ¡amen…nos!” fue la exhortación, proferida en “un gentil tono de invitación, casi de súplica” con la que Miller, hablando en nombre de los varones y dirigiéndose exclusivamente a las mujeres, cerró su curso “El hueso de un análisis”, impartido en Bahía-Brasil en 1998, tal y como lo describe Viviana Berger [1], que subraya el efecto de “interpretación salvaje” que produjo en la audiencia esta invocación que, recordémoslo, tuvo lugar en un breve intervalo del año en que Miller impartía en París su curso “El partenaire síntoma”.

Ya desde Freud sabemos algo de la función central del amor en la economía subjetiva femenina, hasta el punto de que ya advirtió que la pérdida del amor equivale en ellas a la angustia de castración en el varón. Sentirse amada faliciza a una mujer, es decir, restituye el falo que no tiene y, por tanto, empaña su falta y cicatriza su herida narcisista. De ahí que, para ella, el amor y el goce estén entretejidos inseparablemente. Rosa López llega a afirmar que el cógito femenino se resume en la fórmula “soy amada ergo soy” [2]. Una solución precaria no obstante en cualquier caso, ya que su reverso es el estrago amoroso –”no hay límites, nos dice Lacan, a las concesiones que cada una puede hacer para un hombre: de su cuerpo, de su alma, de sus bienes” [3)- una devastación sin límite y directamente proporcional a la infinitización de su demanda de amor y su identificación al objeto de goce masculino de aquella que pretende ser todo para él. Un hombre puede ser, entonces, tanto la devastación para una mujer como aquello que la transporta al éxtasis, como dice Florencia Dassen en el prólogo de “El hueso de un análisis”. Pero Miller no pide aquí a los hombres que amen a las mujeres, sino que llama a las mujeres a amar a los hombres. ¿Cómo entenderlo?

Lo propio de la posición femenina, no-toda, al estar, por una parte, directamente vinculada al Otro grande tachado y, por otra, “encontrar en el cuerpo del hombre que ama el significante de su deseo” [4], es la división entre el goce fálico y el goce femenino. Y “cuando las cosas no van bien, nos dice Stiglitzs, la sombra de uno cae sobre el otro” [5]. Así, la identificación viril, o sea, pasar del amor para hacer como el hombre, constituye un callejón sin salida para la mujer que se deje arrastrar por la negación de la diferencia sexual que proclama el discurso del amo moderno, precisamente en una coyuntura histórica en la que, como consecuencia del “ascenso al cénit social del objeto a” [6] que particulariza nuestra época, la experiencia del amor es necesariamente desvalorizada, erosionada y amenazada pues colisiona frontalmente con el discurso capitalista. De hecho, Miller inventa en ese curso un neologismo que condensa máscara y masculino: la “máscara…ulina” de la mujer. “La paradoja es, nos dice, que cuanto más la mujer exista desde el punto de vista del sujeto de derecho, tanto más desaparece bajo la máscara masculina” [7]. Viviana Berger interpreta esta exhortación milleriana de ese lado, como respuesta a una creciente “forclusión” de la dimensión del amor en la mujer actual, mismada en el goce fetichista masculino, asociándolo a la máxima freudiana “lo que está abolido en el interior, retorna desde el exterior”. Es decir, la demanda de amor típicamente femenina retorna desde el exterior, en la conocida modalidad de retorno del mensaje en forma invertida. “Sras, ¡amen…nos!”, recordatorio entonces que llama a las mujeres a preservar su identidad femenina, su naturaleza y su misterio, y poder utilizar a los hombres de “relevo para convertirse en esa Otra para sí misma, como lo es para él”. [8].

Pero, por otra parte, sabemos que el no-todo significa ausencia de límite, en la medida en que no toda-ella está en la función fálica, es decir, no toda-ella ha pasado por la castración. Es por este Otro goce que el fálico, “goce suplementario que habita el cuerpo de la mujer con sus efectos de infinitización, por donde lo femenino y la locura se tocan”, nos dice Félix Rueda [9], que recuerda la profusa serie de figuras femeninas en la enseñanza de Lacan en las que este relevo del hombre viene a faltar, y la ausencia del límite fálico abre de par en par las compuertas del enloquecimiento y el pasaje al acto. Recomendación, entonces, todas locas ya que “el universal de lo que ellas desean es locura” [10], mas “¡amen…nos!” para no ser locas del todo.

No obstante, esta exhortación de Miller tiene también la estructura de un grito de auxilio. Un grito de auxilio que los hombres, prisioneros del órgano fálico, dirigen a las mujeres. “Sras, ¡amen…nos!” puede leerse también como “interésense por nosotros”, “no nos dejen solos con el único juguete que conocemos”, “no nos abandonen chapoteando en el goce idiota”, “zarandéennos para que podamos vislumbrar una modalidad de goce un poco menos autista”. No podemos obviar, en este sentido, que Mª H. Brousse ya nos advirtió de la eclosión de la homosexualidad femenina como un nuevo sintoma histérico. “La posición histérica -nos dice- ya no requiere pasar por el padre y los hombres para tener acceso a lo femenino. No más necesidad del hombre de paja (…) Sin pasar ya por el amor y el deseo de un hombre, se dirigen directamente hacia ese Otro sexo que les fascina y que aman (…) Homosexualidad que es un nuevo síntoma histérico fundado sobre la idealización de La mayúscula mujer, como Otra para sí misma (…) El hombre ha devenido un desvío inútil” [11+.

Pero la exhortación de Miller va aún más allá y abre otro registro. Representa a hombres que piden ser amados, es decir, hombres que hacen semblante de objeto de amor, hombres que consienten a cierta posición erotomaníaca. Y si amar es dar lo que no se tiene, “¿qué constituye entonces una prueba de amor?”, se pregunta Miller en Donc. “Lo que sea, responde, siempre que signifique ‘Tú me haces falta’”. Seguimos en Donc: “La posición normal del hombre -entiendo que en análisis- es la de asumir el hecho de que tiene y que, por ende, se encuentra en la posición de ser amado por las mujeres (…) Y por ello es exigible que dé signos de amor, signos de que precisamente no tiene (…) Lo más precioso son los signos de su impotencia, que prueban que él da su castración y acepta ponerla al servicio del Otro. Puede incluso decirse que el hombre solamente puede ser objeto de amor a condición de que, sobre el fondo del tener, haya nada”. Tal vez desde ahí uno-una pueda no verse únicamente abocado-a practicar inevitablemente el “acto de amor” como reflejo de la posición masculina de goce, y acceder contingentemente a “hacer el amor” que, dice Miller, es pura poesía. Es decir, hombres que sienten la necesidad, y en la medida en que necesitan, muestran su falta y dan lo que no tienen, de ser amados por las mujeres, es decir, de que ellas muestren asimismo su falta y den lo que no tienen. Dicho de otra manera, la castración de ambos partenaires a cielo abierto, bajo la certeza compartida de que jamás dos harán uno. ¿No estamos en el encuentro contingente de dos seres que muestran una cierta asunción de su exilio de la relación sexual? ¿No es la base de un posible anudamiento que permita hacer de una mujer “no ya un síntoma sino un partenaire”, en la expresión de Manuel Montalbán? [12] “Sras, ¡amen…nos!”: ¿No desvela Miller, salvando las distancias, quizás la única respuesta estrictamente lógica del “hombre sin ambages” lacaniano ante la mujer que, portando el postizo en el baile bajo su vestido, proclama su castración? ¿No profiere la única invocación posible del hombre que ha franqueado algo del fetichismo consustancial al tabú de la feminidad?… ¿no nos proporciona una indicación, una “marca” de fin de análisis tanto para él como para ella?

Luisfer Orueta. Miembro ELP y AMP.

Bibliografía:

  1. Berger, V., “Tribulaciones del amor femenino en el s. XXI”.
  2. López, R., “El goce de ella que podría cambiarlo a él”.
  3. Lacan, J., “Televisión”.
  4. Lacan, J., “La significación del falo”.
  5. Stiglitz, G., “La mujer, amiga del síntoma”.
  6. Miller, J.-A., Discurso en Comandatuba.
  7. Miller, J.-A., “El hueso de un análisis”.
  8. Lacan, J., “Ideas directivas…”.
  9. Rueda, F., “Locuras femeninas”.
  10. Lacan, J., “Televisión”.
  11. Brousse, M.-H., “La homosexualidad femenina en plural…”.
  12. Montalbán, M., “Men in love…”.