Mientras busco y leo cuentos sobre mujeres y cuestiones femeninas para escribir un pequeño comentario, un colega me regala un libro de Borges con esta dedicatoria: “elijo a nuestra bestia sagrada para propiciar tu indagación”, lo que me lleva a preguntarme qué indagación debo realizar. De entrada pienso que desde luego no será en el terreno en que estoy buscando, porque aparentemente hay un “no” entre Borges y las mujeres. Y ahí mismo se abre una puerta: Emma Zunz.

¡Releer Emma Zunz! ¡Volver a entrar en la prosa borgiana, en su escritura parca, concisa, exquisita, tremenda!

Emma es una joven de 18 años que trabaja en una fábrica donde había trabajado su padre. El relato comienza cuando ella se entera de que su padre, que estaba encarcelado, ha muerto. ¿Se ha suicidado? Frente a un primer momento de malestar ella comprendió y supo, sin saberlo, que “la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin”. Este comienzo nos dibuja un perfil: la relación de Emma con su padre, con lo insoportable de su ausencia y apunta, como veremos, a la posibilidad de remediar algo de esa falta con una venganza. Como si ella pudiera resolver, mediante un acto, algo que debería tratarse, fundamentalmente, en el terreno simbólico.

Entonces traza un plan que va a intentar cumplir minuciosamente. Su padre había sido acusado de un desfalco que no había realizado. Antes de ir a la cárcel le confesó que el desfalco lo cometió el dueño de la fábrica, el Sr. Loewenthal. Esto es algo que le dijo a ella y que nadie más sabía, ni siquiera el Sr. Loewenthal sabía que ella lo sabía. Emma “derivaba de ese hecho ínfimo un sentimiento de poder” que, seguramente, la ayudó a preparar su plan para convertirse en un brazo de la justicia divina. Esto nos adelanta la importancia en esta historia, también, del silencio, de lo sabido y no dicho.

Emma no había tenido relaciones sexuales y para realizar su plan debía dejar de ser virgen. Se hace pasar por prostituta y se acuesta con un marinero, que al día siguiente se va a ir muy lejos de la ciudad. Su apuesta es tan radical que rompe el dinero que el hombre le da por el servicio porque ella no quiere gozar de otra cosa que de su acto de justicia. Llama al jefe y le dice que tiene que contarle algo importante. Loewenthal, que vive solo, la espera en su casa. Ella llega, está perturbada, el jefe va a buscarle un vaso de agua. Mientras tanto, ella coge un revolver que él tenía guardado en un cajón y, cuando vuelve con el agua, le dispara hasta matarlo. Luego dirá que él la violó y que tuvo que defenderse. Aunque lo que ella dice sobre el acontecimiento es inverosímil, le creen.

Se trata de un caso de venganza, pero ¿qué quiere vengar? Hacía seis años que sabía que el verdadero responsable del desfalco era Loewenthal, ¿por qué lo debe matar cuando muere su padre? Emma sólo podrá hacer un duelo por el padre muerto pasando al acto. La muerte de Loewenthal, su asesinato, restituirá algo de la pérdida. Su padre, en falta, sacrificado, con otro nombre (cambia de nombre cuando va a Brasil, donde muere; en los “días felices” era Emanuel Zunz, casi el mismo nombre que el de ella), era su sostén. Ella pierde la virginidad preparando su silencioso acto de venganza. Esto debió de ser algo difícil para Emma pues mientras estaba con el marinero pensaba que “su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían”. La pérdida de la virginidad es algo que, sutilmente, cambia el plan.

Todo transcurre en silencio y en soledad. Nadie sabe lo que pasó entre Loewenthal y su padre, nadie sabe lo que ella sabía, ni el hombre supo por qué murió, porque no pudo llegar a escucharla.

El acto asesino suple la ausencia del padre. Si “la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin”, su acto interviene en este punto, para ponerle remedio: la muerte del padre dejará de “suceder sin fin”. En principio ella quiere vengar al padre pero los acontecimientos la llevaron a la urgencia de castigar todo el ultraje padecido. Ella perdió todo: el padre, la chacra de Gualeguay, la casita de Lanús que les remataron y tuvo que padecer la vergüenza de los anónimos que hablaban del desfalco del cajero. Ahora pudo vengar todo eso que fue guardado en el silencio. Nadie sabe nada de su historia, de su falta de amor, de que los hombres le inspiran un terror casi patológico. Ahí está también su virginidad perdida, cuando, obligada por su plan, fue poseída por un marinero o por Loewenthal. Esto es lo más tremendo que ella pierde. Ella ha empujado a su cuerpo a una entrega y ahí se abre una brecha que no se va a cerrar y que actuará subterráneamente. Será así aunque mate muchas veces a Loewenthal porque ella ha puesto en juego su cuerpo, y ni éste ni ella misma volverán a ser los de antes.

Hay dos niveles, la venganza por la muerte del padre y la necesidad de vengar el ultraje padecido. La traición de Loewenthal y el cuerpo de ella, profanado, se enlazan. Ella necesita que perezca el responsable de su mal, hacer valer la justicia con su acto y el secreto. Dice Borges, “quizá creía que el secreto era un vínculo entre ella y el ausente”. En efecto lo era, tal vez siempre lo había sido.

Emma no puede amar. El sentimiento de esta mujer se realiza en el odio, no puede amar pero sí puede odiar hasta la muerte. Ella no ama al padre, se sostiene en él, en su nombre. No ama a los hombres, les teme. En el horizonte está la madre siendo poseída por el padre.

La historia que cuenta Emma es increíble pero, a la vez, es verdadera. “Verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido”. En esta vuelta de tuerca ella realiza una verdad nueva, ha construido una nueva ficción que le permitirá seguir adelante. Con su acto intenta recomponer el velo ante lo real que fue roto con la muerte del padre y por el que tiene que pagar un precio altísimo en su propia carne.

Quise titular a esta intervención Borges y las mujeres, pero me hubiera llevado por otros caminos. Como hemos visto, este relato, publicado en 1948, tiene como protagonista a una mujer y es la escritura de una historia relatada a Borges por Cecilia Ingenieros. Seguramente por ese origen, él, posteriormente, “negará” ser su autor y dirá que no entiende qué es la venganza.

Sin embargo, Borges nos muestra dos cosas. Por un lado, su mirada sobre las mujeres, a las que ve como un enigma amenazante. Por otro lado, nos lleva al punto crucial de la oscura relación de la mujer con su propio cuerpo. En el caso de Emma, vemos cómo ella no puede ir adelante sin poner su cuerpo, sexuado, en juego, aunque esto le resulte insoportable.

Graciela Sobral. Miembro ELP y AMP. Madrid