Muchos grandes pintores se han aproximado a la realidad de forma analítica, como los flamencos o Leonardo en su tratamiento de la naturaleza; en sus obras la realidad es un conjunto de detalles que, al acercarnos, parecen multiplicarse indefinidamente. Muy al contrario, otros pintores eligieron acercarse al efecto que esa realidad les causaba, es el caso del último Tiziano y de la última versión que hizo del mito de Dánae, un cuadro con el que, a través de su saber hacer con el color, la luz y las texturas, logra transmitir un efecto de sensualidad.

Más allá del estilo, el tema del cuadro, el mito de Dánae, recurrente en la obra del propio Tiziano, Rembrandt y una larga lista de artistas, también nos confronta con el goce. ¿Por qué?, ¿quién es Dánae?

En la mitología griega Dánae es la hija de Acrisio y Euridice y la madre de Perseo. Recojo brevemente su historia del diccionario de mitología de Pierre Grimal, que sigue mayoritariamente la versión de las Metamorfosis de Ovidio: Acrisio, rey de Argo, supo a través de un oráculo que sería asesinado por el hijo de su hija; para evitarlo, hizo construir una cámara subterránea en bronce en la que encerró a Dánae y la mantuvo bien custodiada, por guardias o siervas según la versión. Pero nada pudo Acrisio contra el destino, pues Dánae fue fecundada por el mismísimo Zeus a través de una lluvia de oro que cayó sobre ella.

La primera cosa que se me ocurre resaltar de esta historia es que la experiencia que nos cuenta es una experiencia de goce del cuerpo de Dánae, un evento de goce similar al de los éxtasis místicos cristianos. Que el evento de goce atañe sólo al cuerpo de Dánae, es una constante que reencontramos en las representaciones de la escena a lo lago de los siglos. Dánae goza, mientras que la presencia de Zeus se limita a un símbolo: la lluvia dorada. La lluvia de Zeus es un recurso nada lejano a las flechas y los rayos dorados de las representaciones de la mística del Barroco, símbolos que más que representar a dios como partenaire aluden a él como causa.

Por otro lado, la historia encierra un claro mensaje sobre la prohibición del goce en la civilización y, en particular, en el patriarcado: el goce de Dánae exige la muerte del padre. En el mito de Dánae se trata de una muerte real, muerte que en los siglos posteriores reencontramos continuamente en los planos simbólico e imaginario, por ejemplo la muerte social, la deshonra y el deshonor del padre causadas por el goce de la hija.

Respecto al hecho de que el partenaire que burla la prohibición paterna sea un dios, no debemos olvidar que el amor divino fue visto como una amenaza para el patriarcado laico. Lo muestran los hagiógrafos y teólogos medievales, en cuyas delirantes vidas de santas encontramos a no pocas mártires encerradas por sus padres en torres y castillos con el objetivo de proteger su virtud de su excesivo celo o deseo religioso.

Así pues, Dánae parece tener mucho que ver con un más allá del padre y con un goce cercano a la mística cristiana, pero, ¿qué posee además de particular?, ¿cuál es la singularidad de Dánae respecto a la mística? En un diccionario mitológico ciertas cosas escapan, pero si leemos versiones más literarias, como la citada de Ovidio o las de Higinio o Apolodoro, en la narración percibimos más fácilmente la diferencia, en este caso una falta: la ausencia del amor. En las diferentes versiones de la historia de Dánae no hay referencia alguna a su amor por Zeus, su encuentro parece deberse a una pura contingencia que no requiere causa o técnica amorosa ni da lugar a explicación alguna.

Rosa Vázquez Santos.