Madrid, otoño, Mujeres y El Prado repleto de cuadros. Entre ellos destacaremos “Las Meninas” que nos mira desde hace siglos, su escena se obstina en provocar al espectador desde sus múltiples ángulos y perspectivas.

Las jornadas de la ELP nos invitan a volver sobre el famoso cuadro que ha dado para tantas y tantas interpretaciones pero que nos sugiere, que podemos decir de ese inmenso cuadro y ese excelente pintor tomaremos solo algunas precisiones alrededor del objeto.

Se trata de Velázquez en ese extraño gineceo como lo presenta Lacan, en el seminario trece (clase del 25.05.66) inédito.

Jacques Lacan, dirá, es un verdadero pintor porque el cuadro no es un espejismo, no es un autorretrato es “una trampa de miradas”. Continúa en su libro trece y considera que la perspectiva organizada del cuadro conlleva la entrada del sujeto mismo en el campo de lo escópico.

Es la presencia del cuadro en el cuadro lo que nos sorprende y cautiva.

Los personajes están ahí para entrecruzarse pero no se encuentran.

Se trata de un cuadro viviente que hace de la vida una naturaleza muerta.

Este cuadro nos capta porque los personajes no están ahí representados sino están en representación y sin saberlo. Es decir los que lo miran están atrapados por una extraña escena, donde la mirada no está explicitada, no viene dada de antemano.

Y las mujeres con sus faldones y la pequeña infanta, tan iluminada, pintada tantas veces por Velázquez, que no tiene piernas, y sus acompañantes que giran a su alrededor; esto es lo que conocemos como juegos de sociedad.

Estas Meninas tienen como función velar la nada. Entonces representan que nada hay bajo la mascara solo la estructura simbólica inmersa en lo imaginario.

Joan Riviere, psicoanalista en los años 20, puso de relieve la importancia de “la mascarada femenina”, este significante nuevo que ella inventa. Su tesis fuerte es que la feminidad es la mascarada misma. Es decir una forma de cernir el vacío, una forma de suplencia, una forma de decir el no todo fálico. Esta propuesta atrevida para su época es la que rescata Lacan en sus escritos para tratar la feminidad como un semblante que no esconde otra mascara, debajo tenemos la nada.

Y para terminar recordemos la anécdota tan citada en múltiples textos, cuando le pregunta un critico de arte a Jean Cocteau y a Salvador Dalí: ¿qué cuadro salvarían del Prado si hubiera un incendio? a lo que Cocteau sin dudar dijo: “el fuego”, a lo que añade inmediatamente Dalí: “el aire de Las Meninas”.

Ese aire que nos recuerda como Velázquez había demostrado que el armazón de este mundo se sostiene entero sobre el fantasma y es por eso según Lacan que el rey le otorga la cruz de Santiago de manera póstuma…y Felipe IV sin saberlo.

Carmen Carceller. Miembro ELP y AMP. Valencia.