“Las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes”

Mae West

Leí esta primera novela de Emma Cline gracias a la entusiasta recomendación de Lucía Lijtmaer. Su lectura no me defraudó, todo lo contrario, es estupenda.

Llevar a la ficción los famosos crímenes de la familia Manson desde la perspectiva de una chica integrada a dicha familia, es desde ya una brillante idea. La cuestión es cómo lo hace, es decir, con qué estilo y recursos literarios. Verdaderamente admirables. Ese cómo lo dice no puede separarse del qué dice, es su logro creativo.

Me sorprendió el saber de Cline; después de todo sólo tiene 25 años y su foto en la solapa del libro bien podría corresponderse con la narradora, Evie, una adolescente de 14 años.

La novela se abre con el encuentro de Evie y las chicas. No alcanza a dos páginas, pero es capaz de transmitir lo que es un verdadero encuentro, es decir, ese que será crucial en su vida. No puedo resistirme a citar la preciosa comparación con la que Evie concluye su impresión: “Gráciles y despreocupadas, como tiburones cortando el agua”.

Desde el inicio, Evie resalta la búsqueda de atención por la vía del amor. “Sólo las chicas pueden prestarse unas a otras verdadera atención, la clase de atención que equiparamos con ser amadas”. La faz engañosa del amor recorre todo el libro. Evie, ya mayor, es lúcida al respecto pero…¿cómo resistirse a esa dicha, a ser alguien para otro?

Las chicas buenas hacen todo por el amor del Otro, por eso son buenas. Es el origen del superyo, Freud dixit. Pero resultaría injusto reducir toda la experiencia de Evie a esta interpretación. Es verdad que todas las mujeres del libro buscan el amor y no hay límites en lo que ceden para tenerlo. Sin embargo las singularidades de cada una exceden en mucho cualquier simplificación, el relato es mucho más rico. Por ejemplo, la madre de Evie revela muy bien su desorientación después de la separación matrimonial, acepta cualquier consejo en su ansiedad por tener un objetivo. En este trío generacional parece que sólo la abuela pudo encontrar la vía de su deseo, y sostenerse en ella.

Como dijimos, el derrotero de Evie está marcado por ese encuentro con las chicas. Luego veremos que muy especialmente en su fascinación por Suzanne, la mayor. Primero, en su inocencia, no entiende que es la ofrenda en la fiesta del solsticio, pero ya han comenzado las donaciones que seguirán.

El sentimiento de pertenencia a una comunidad no es cualquier cosa. Y eso se hace patente en todas las chicas. El reconocimiento de las otras, como dice Evie, te hace existir. Podemos agregar que las niñas, en general, lo saben desde muy pequeñas y que suelen practicar el cruel juego de la exclusión desde muy temprano, en los patios de los colegios. Y la angustia por ser excluida perdurará. La pregunta a cada una es ¿ excluida de qué? Evie y Suzanne obtienen su respuesta…pero ya están en su propio infierno.

Por otra parte, ellas hacen todo por Russell, y Evie por Suzanne. “Yo estaba encantada de deformar los significados, de malinterpretar deliberadamente las señales. Acceder a lo que me pedía Suzanne parecía el mejor regalo que podía hacerle, una manera de liberar sus sentimientos hacia mí. Y ella estaba atrapada, a su manera, igual que lo estaba yo”.

Russell – ficción de Charles Manson- con su discurso acerca de la verdad y el amor fue tejiendo la tela de araña. Se asemeja al padre de la horda según el mito. Pero no. No se juega aquí la rivalidad masculina con el padre. Al revés, son las hijas que huyeron de los padres anodinos, seducidas y dispuestas a darlo todo en el camino del goce complaciente. Si a todo el mundo, después, les pareció increíble que permanecieran allí en el rancho, dada la situación que empeoraba día a día -la suciedad, la basura, la comida nauseabunda, los niños piojosos, el enmudecimiento que presagia el horror, etc.- es porque hacía mucho tiempo que no habitaban en un mundo real. Finalmente, Russell induce la misión, la venganza que reclama su odio. Pero esto es sólo el guión, el relato lo supera.

¿Qué objeto está en juego en el amor de Evie por Suzanne? En la descripción del encuentro, se dibuja con nitidez. “Cuando me di cuenta de que era un pollo crudo, reluciente, envuelto en plástico, debí de fijarme con más insistencia, porque la chica del pelo negro se dio la vuelta y me pilló mirándolas. Sonrió, y el estómago me dio un vuelco. Pareció que algo ocurría entre nosotras, un cambio sutil en la disposición del aire. La franqueza, el orgullo con que sostuvo mi mirada”.

Al final de la novela, eso ya es claro para Evie. “Antes de Suzanne, nadie me había mirado, no de verdad, así que ella se había convertido en mi definición”.

Evie, ya mucho mayor con el paso de los años, se pregunta porqué Suzanne la hizo bajar del coche en la fatídica noche. ¿La quiso proteger? Piensa que sería una fácil explicación. “Suzanne me impidió hacer lo que tal vez habría sido capaz de hacer. Y me soltó en el mundo como a una especie de encarnación de la chica que ella no sería jamás. Suzanne nunca iría al internado, pero yo aún podía, así que me apartó pitando de ella, como una mensajera para su yo alternativo”.

Dice Evie que ella sabía que el hecho de ser una chica perjudica creer en una misma. Ni siquiera los sentimientos son fiables. Por eso, dice, ir al médico le resultaba estresante. A las preguntas que éste le hacía -¿cómo me encontraba?, ¿cómo describiría el dolor?, etc.- se lo quedaba mirando con desesperación. “Lo que necesitaba era que me lo dijeran”. Seguramente a la pregunta de Freud, ¿qué quiere una mujer?, Evie le hubiera respondido ¡Que se lo digan!

No hay duda de que esta novela volverá a poner de actualidad aquellos crímenes de ese agosto de 1969. Yo misma volví a buscar los hechos, los relatos policiales, el juicio, las fotografías, el destino de los implicados. Pero por eso mismo, estoy segura de que después de esta novela ya no serán los mismos. Es el milagro que se produce cuando la ficción logra dar testimonio de lo real.

Estela Paskvan. Miembro ELP y AMP. Barcelona