Desde el principio de los tiempos encontramos en la literatura figuras femeninas que encarnan un peligro, empezando por Eva, quien al incitar a Adán a desobedecer a Dios trae la desgracia a toda la estirpe humana. Los mitos griegos están plagados de féminas amenazantes, entre las que podemos destacar a Pandora, que según Hesiodo fue la primera mujer. Zeus mandó crearla para castigar a los hombres después de que Prometeo hubiera robado el fuego de los dioses para dárselo a ellos. Ella llegó con una jarra como dote, que contenía todos los males y no debía ser abierta. Pandora la abrió y  para cuando consiguió cerrarla, dentro quedaba solo la esperanza, por lo que Pandora representa la perdición de la humanidad.

La verdad contenida en estos mitos, leída desde el psicoanálisis, es que el hecho de que no todo en el ser hablante caiga dentro del orden fálico, es decir, significante, es experimentado por el ser hablante como destrucción. Las figuras de las sirenas, la Medusa o la Esfinge, dedicadas con tesón a destruir a cuantos hombres caen cerca de ellas, lo muestran bien. También las decapitadoras bíblicas: Salomé pidiendo a Herodes la cabeza de san Juan Bautista después de un sensual baile que lo pone fuera de sí de deseo, o Judit cortando la cabeza a Holofernes durante el sueño postcoital, así como Dalila cortando los cabellos de Sansón, en los cuales residía su fuerza. La castración del varón ejercida por las mujeres que se muestra en estas historias puede ser pensada más allá de la rebelión femenina ante el poder que lee una perspectiva sociológica o de género.

El psicoanálisis muestra que, para lo femenino, la castración del varón es importante. Lo femenino en psicoanálisis es justamente lo que no puede ser atrapado en el régimen significante del falo. No es que las mujeres no estén atrapadas en esa lógica. Por fortuna para ellas lo están, pero en ellas hay un más allá, un goce suplementario, siempre que sean capaces de consentir a ello. Para que lo femenino singular pueda existir es necesario castrar algo de lo universal del régimen fálico.

Las leyendas medievales está llenas de brujas, hechiceras y súcubos (demonios con forma femenina descendientes de Lilith, la que en el mito babilónico fue la primera mujer de Adán, que se convirtió en diablesa porque no quiso yacer debajo de él y era enemiga de las madres y los niños). Hacia finales del siglo XIX hay un giro: el personaje literario de la mujer fatal, que fascina y aterroriza a partes iguales, ya no es un ser mítico o legendario sino que se encarna en mujeres de carne y hueso, generalmente prostitutas o adúlteras, como la Nana de Zola, la Carmen de Mérimée, la Ana Karenina de Tolstoi o Madame Bovary de Flaubert. Proliferan las figuras del macho sometido que lo pierde todo por una mujer. Es paradigmática la novela erótica “La mujer y el pelele” de Pierre Louÿs, que fue llevada al cine en numerosas ocasiones. Luis Buñuel se basó en ella para rodar “Ese oscuro objeto del deseo”.

George Bernard Shaw es quien comienza a usar la denominación francesa de femme fatale, el arquetipo de la mujer que destruye al hombre con la seducción. Una mujer independiente que no se deja atrapar, se entrega con intensidad pero por poco tiempo, pues nunca se deja poseer completamente. Es lo opuesto a la madre hogareña y abnegada, que para el psicoanálisis es el paradigma de la mujer tomada por el régimen fálico.

Pensar que el mal es femenino es pensarlo desde la idea de que lo masculino fálico representa el orden y la mesura, lo cual no es cierto. El sistema simbólico regido por el límite de la castración implica también un más allá. El goce del exceso y la transgresión son productos del régimen fálico. Esto no es territorio especialmente femenino. Los grandes asesinos han sido hombres como hombres son los protagonistas de las guerras o los responsables del Holocausto, que no fue un asunto de irracionalidad sino de una racionalidad loca. Cuando aquello que sirve para ordenar no acepta un límite, se desencadena la pulsión de muerte, y sabemos que eso pasa de vez en cuando.

Se le atribuye a la mujer la locura y el extravío. Cabe pensar si esto no es el modo de pensarlo desde la lógica fálica, donde aquello que se escapa es visto como peligroso. Lo cierto es que en el corazón mismo del orden fálico anida el mal, en tanto el mal anida en el ser hablante. El concepto filosófico de mal corresponde con lo que para el psicoanálisis es el goce.

Hay algo que se escapa al orden simbólico y es aquella parte del goce que no puede ser domesticada por él y se satisface en el síntoma. Ese Real que no se deja atrapar es bien situado en la mujer. Las mujeres expresan bien lo Real porque son no-todas (fálicas). Es en ese sentido que Lacan dice que la mujer es un síntoma para el hombre. El arquetipo de la mujer fatal encarna ese algo oscuro que resulta tan atractivo como temible.

Las mujeres pueden ser buenas o malas, como todo el mundo, sin embargo no es en su ser femenino en donde reside su maldad, excepto si son observadas (por los hombres o por otras mujeres) desde la pretensión de que el universal fálico lo ordene absolutamente todo.

Beatriz García Martinez. Miembro ELP y AMP. Madrid.