Remy de Gourmont, cultivador de diversos géneros literarios, bibliotecario, ensayista político, fundador de revistas de estética simbolista, se introduce en este espacio Mujeres: un interrogante para el psicoanálisis, con toda justificación y de forma arrolladora, con su libro de cuentos Relatos sombríos. Historias mágicas, donde La mujer, así en singular, es situada como centro de un enigma inalcanzable para un deseo, el del hombre, condenado a transitar la pluralidad del artículo que abriga ese misterio. Todo ello en el interior de una paradoja y de una ambigüedad en las que Gourmont nos hace padecer el dolor del cuerpo ante la evocación soñadora y fantasiosa del más puro sadismo, a la vez que nos ofrece la finura de una prosa que derrama toda su elegancia sobre ese mismo enigma. Un prodigio literario para, podemos decir, cortejar a la fugitiva verdad.

No quiero demorarme más líneas sin traer a escena, en primer lugar, esa crudeza que nos va a guiar en la lectura de estos cuentos. En el final del relato Las correspondencias, incluido en los Relatos sombríos, podemos leer lo siguiente:

“- ¡Todo esto es muy sucio!

Como la vida, querida alma mía, ¡Como la vida…!”

Efectivamente, los relatos de Gourmont evocan una veta ineludible en la vida, la perfidia de un deseo que estremece la potencia de nuestros ideales morales e intelectuales. Es algo clásico, lo sobrenatural ha de aceptar la convivencia con lo demoníaco, el bien con el mal, lo bello con lo informe, lo legal con lo perverso. Con Remy de Gourmont, los antónimos en el marco del deseo se convocan para realizarse en una, insisto, ambigua sublimación, elevándose a la dignidad de la literatura y hasta de la poesía. Esta es parte de la fuerza que tienen sus relatos, escudriñando la miseria moral de lo humano saben articularla a lo simbólico, esa legalidad necesaria para distanciarse de la sordidez, la crudeza y el hastío que produce lo exclusivamente perverso.

Es la ambivalencia moral y psíquica de lo humano. En Relatos sombríos. Historias mágicas, insisto, si el deseo transita un amplio inventario de perversiones sexuales que tienen como objeto a las mujeres, a saber, incestos, adulterios, ignominias, violaciones, asesinatos, pero lo hace con una particularidad muy importante, salvo en algún que otro relato que conforma la excepción, ese deseo se matiza deteniéndose antes del acto en una escritura no exenta de profundo pensamiento.

Y es que todas las maquinaciones hipócritas, cínicas, desvergonzadas e inmorales, se movilizan en pos de un fin supremo muy singular, recoger los frutos del goce perverso, esas auténticas joyas que sólo serán preciosas si fluyen del interior del cuerpo femenino, joyas tales como las lágrimas que brotan del dolor y la sangre que fluye por las heridas de la piel. No deja de imponérsenos un estremecimiento cada vez que la fantasía perversa rompe, en los relatos, el cuerpo femenino. Esto es lo que reclamaba para su derecho el Marqués de Sade, o es lo que sucedía en la espeluznante ficción de El perfume de Suskind, cuando el protagonista rompe la piel de cada una de las mujeres para encontrar en el interior de su cuerpo el perfume como su esencia más preciosa.

En este caso, el exceso perverso se detiene diluyéndose en la inteligencia de Gourmont. Si la agitada vida de ese mundo interior es de difícil control, es decir, si el deseo en su perversión no sabe callarse, la inteligencia al menos elimina la vulgaridad del acto, le impone la estética de una renuncia que linda siempre con la insania, pero que pocas veces accede a su territorio.

Es como si las fantasías que sustentan los relatos entendiesen que no son otra cosa que la elaboración de un sueño, una estrategia para iluminar el deseo problemático que habita en los suburbios del ser. Es lo que Sigmund Freud ilustró de manera magistral en su obra Tres ensayos para una teoría sexual, y también en La interpretación de los sueños. Un deseo que no se deja intimidar por el pudor, de manera que pacta con la censura, casi siempre al alza, un simbolismo particular para cada sujeto, un simbolismo que en el caso de Gourmont le permite acceder a lo literario. Si Miller evoca a Sigmund Freud diciendo que “uno sueña siempre en contra del derecho”, los relatos que escribe Gourmont dejan ver lo que está más allá de la ley en un inventario de fantasías contra derecho fundadas en la altivez del espíritu sádico y en su afán de dominio sobre el Otro femenino.

Pronto nos es permitido congraciarnos con estos relatos. En una de las personificaciones del deseo, un espíritu como el de Primary sabe que hay algo falso en el objeto de esas pasiones, o lo que es lo mismo, sabe que la felicidad que auguran es una ilusión que se desvanecerá en la experiencia. Si la inteligencia se impone, es para señalar una imposibilidad para la ambición del deseo: Acceder a “La” Mujer. Es su lúcido pensamiento impregnado de gramática, situar como lugar central y enigmático el artículo “La”, imposible de ser colonizado para asimilarlo a ninguna mujer señalando así una frontera para el deseo, que en su obstinada búsqueda no puede hacer otra cosa que divagar, como planteaba al comienzo, en la multiplicidad: “paseos amargos entre mujeres sucesivas”.

“¡Oh, ese femenino oscuro que pasa y se marcha y que jamás será tocado –que se desvanecería si se tocase, ya que su encanto reside en ser desconocido e intocable”.

Este sería el elemento definitivo que unifica los Relatos sombríos y las Historias mágicas, el carácter fugitivo del enigma, “La” Mujer. Es la excepción, lo imposible de alcanzar. En virtud de esto, el conjunto de relatos adquiere singularidades muy específicas.

Por ejemplo, en su esencia intocable e inalcanzable nos hace rememorar una de las grandes creaciones de la mitología masculina, la Dama excelente, la Dama del Amor Cortés. Por momentos –por ejemplo el relato Visión— Gourmont parece un trovador que canta la sacralidad del cuerpo de “La” Mujer pero sin dejar de nombrar el enigma femenino. Algunos párrafos la escriben en palabras tales como:

“el santo sacramento de sus labios”

… convirtiendo “La” mujer en excelencia inasible e indefinida. Dice en Visión, página 50:

“Carne de Custodia… Soy la Intocable, es decir, la Mujer”.

La paradoja es evidente. Si en tantas lecturas el sonido de las palabras orienta nuestro entendimiento, en este caso, en el que ellas se muestran con frecuencia herméticas, más aún debemos oírlas que entenderlas. Nos pesan como “el calvario”, nos agujerean la piel como “alfileres en los labios” (18), nos desvanecen con “la idea de la sangre” nos estremecen por su falta de simbolismo en referencia a la filiación “el feto macerado por alcoholes amnióticos”, son palabras que nos hacen doler el cuerpo, que “descuartizan” los textos o se introducen en la carne “Los puñales reventaban bolsas y vientres”. Pero la escalofriante declaración de intenciones de la primera página: “Con el fin de ejercer la malignidad más amarga” se detuvo en la fantasía y en la gramática conformando un texto que trasforma lo insoportable de la condición humana en una imposibilidad para nombrar a “La mujer”. A fin de cuentas, eso no es otra cosa que esencia de la vida, el duelo inteligente del deseo.

Miguel Alonso.Socio Sede Madrid de la ELP. 

Relatos sombríos. Historias mágicas, de Remy de Gourmont.