La célebre Ana Rossetti ha publicado recientemente algunos cuentos que llevan por título “cuentos apropiados.” Se trata de una interpretación actual de lo que fueran los clásicos cuentos infantiles y cuya incidencia -vía Disney- ha venido acompañando la formación del imaginario occidental durante generaciones. He elegido para hacer un comentario uno de ellos, titulado Se busca una princesa.

A diferencia de sus brillantes predecesores como Andersen, los hermanos Grimm… el llamado “presunto autor”, protagonista de este cuento, no puede superar el comienzo “Érase una vez una princesa…” cuando se dispone a escribir un relato por encargo. La razón de su dificultad parece radicar en su idea de que las princesas conocidas ya tienen su cuento propio. Su joven secretaria intenta animar al alicaído diciéndole que, seguramente, hoy en día habrá muchas más princesas que las mentadas en los cuentos decimonónicos. Entonces él fragua la esperanza de conocer una de las modernas, aunque con una condición: es preciso que sea una princesa auténtica, destinada a servirle de inspiración.

Su secretaria, ni lerda ni perezosa, tiene la genial idea de hacer un casting. Se presentarán cientos de autodenominadas princesas: niñas, jóvenes, maduras, viejas, guapas, feas, gordas, flacas… Ante semejante aluvión el presunto autor -cuya imagen va degradándose irremisiblemente a medida que se desarrolla el cuento- entra en pánico. Pero la inteligente muchachita advierte que es preciso encontrar la manera adecuada para descubrir a las impostoras y para distinguir, entre las auténticas, a las que lo son más.

Entrevistadas todas las postulantes, la elección se hace imposible, cada una ha aportado una documentación tan vasta como difícilmente verificable. Al analizar las pruebas, la astuta secretaria advierte que las distintas ramas de los árboles genealógicos esgrimiendo la nobleza de las candidatas remiten siempre a un mismo tronco. Lo que la lleva a concluir que todo el mundo es pariente tanto de monarcas como de mendigos. Y, para dar un ejemplo al presunto autor, -presentado ya en este punto de la narración como un auténtico débil mental-, se refiere a Cenicienta, nieta de rey y de tendero, lo que aggiornato daría, nieta de un viajante comercial.

Para esta joven promesa, cansada de aguantar al tontolaba de su jefe, lo esencial del fin de semana transcurre en una conversación en un chat… ¡con su madre! Poderosa figura del saber, en su primer comentario le espeta a su hija dónde radica el error de la búsqueda y le explica cómo lo hubiera hecho ella. ¡A pesar de lo cual se nos dice que se abstiene de decirle todo lo que piensa para no desanimarla!

Entre ellas se entienden, su hija responsabiliza de los males al jefe (que además de serlo, es quien le paga, se subraya) y, dejando de lado su implicación en cómo han ocurrido las cosas, responde que ella también hubiera hecho lo que su mamaíta indica.

Por si no quedaba claro que la figura masculina principal del cuento no es ningún príncipe, antes de colgar, y “sin poder remediarlo” la madre aconsejó cómo hacer una criba de documentos para facilitar la selección de la princesa auténtica, advirtiendo a su hijita para que tuviese cuidado en plantearlo de tal modo que el jefe llegara a pensar que esa idea era suya. Por si aún no quedaba claro que la madre se las sabe todas, se nos dice que eso era para ella fácil de decir y hacer: En cambio, difícil para su hija porque no estaba muy de acuerdo con determinadas estratagemas…

La narración sigue con la descripción de los efectos que produjo lo sucedido en el casting de las presuntas princesas cuando fue comentado en la tertulia de perezosos y no muy avispados marginales en la que participa el presunto autor y que tiene por nombre Los Suspirantes. Se enfrascaron ellos en un disparatado intercambio de fórmulas acerca de la filiación emulando aquella de que todos descendemos de un noble y un mendigo. Las ocurrencias se extendieron desde el café en el que se dan cita los contertulios a la web y a las redes sociales, colapsadas en poco tiempo con aportaciones del más diverso pelaje.

De este chispazo masivo de ocurrencias surgió un grafiti firmado por el colectivo Los Suspirantes en la pared de enfrente a la oficina del presunto autor. En el cual aparecía una fila de supuestas princesas estrafalarias. Y, saliendo de sus bocas, auténticas perlas de los sintagmas castellanos como: “Soy la tataranieta de la Reina de Saba” “Soy la prima carnal del rey de copas” “Soy la primogénita de los reyes del Mambo” “Soy la reina de los mares.” Al verlo, más de un tercio de las princesas en vías de ser reconocidas se marcharon con cajas destempladas.

Las entrevistas a las restantes, luego de haber descartado una gran parte siguiendo el método de la madre de la secretaria, fueron un fracaso. El tonto del jefe les preguntaba a todas lo mismo y ellas respondían lo mismo, vaguedades. La secretaria estaba indignada; la soliviantaba el hecho de que, a su parecer, se empeñaran las aspirantes a princesa auténtica en parecer bobas.

De nuevo, lo más interesante de su sábado consistió en hablar con su madre, esta vez para despotricar contra todas las postulantes, quienes, deseando ser elegidas, se vuelven unas ñoñas. Esta vez la madre se coloca en la serie femenina: ¿por qué querremos, se pregunta, ajustarnos al zapato de cristal, cueste lo que cueste, con la horma tan rígida que tiene y el daño que debe hacer? Lacan, advertido de esta insurgencia de las mujeres a la medida fálica, anunció en L’etourdit: no obligaré a las damas a calzar la medida normâle

La jovencita expone a la progenitora su genial solución para detectar a las interesantes, sean o no princesas auténticas: ¡¡¡les ha aplicado un test de personalidad!!! Su madre se regocija ante la perspicacia de su primogénita, que la hija no tarda un segundo en vincular al ejemplo materno. El jefe, que por supuesto es presentado como un analfabeto informático, encontró (una vez que lo hubo pillado) en el método de su secretaria, un juego divertido. Combinaba adjetivos en grupos de tres: audaz-divertida-mentirosa; dócil-intrigante-rara; bondadosa-traviesa-parlanchina, insoportable-misteriosa-tímida, etc. Más tarde las reunía en grupos de cuatro rasgos y luego de cinco, hasta alcanzar la infinitud…Algo que no nos extraña cuando se intenta armar el conjunto de las féminas. Nos enseñó Lacan que la serie de las mujeres es infinita.. no pudiendo, por estructura, cerrarse mediante un atributo del ser.

Entusiasmado por el porcentaje de supuestas princesas inteligentes, atrevidas, criticonas, cariñosas, descuidadas, dinámicas, leales, sinceras….había llegado incluso a confeccionar un gráfico. Presentados sus descubrimientos a la secretaria en medio de la euforia, desconectó ella, aburrida del parloteo de él, prefiriendo sumergirse en sus pensamientos… Y menos mal, porque, se nos explica, el susodicho jefe, monologando, daba a entender que el invento era propio.

El supuesto narcisismo del supuesto autor queda desmentido en el curso del relato en el momento en que reanuda sus conversaciones en la tertulia de Suplicantes. Las había suspendido debido al espectacular enfado que le produjo el grafiti. Interrogado por la original idea del casting de princesas, reconoció que se la debía a su secretaria.

Pero la inspiración no acudía a su mente, la editora apremiaba y ambos, jefe y secretaria, seguían sin ponerse de acuerdo. Ella le sugiere que defina el tipo de cuento, si será de terror, humor o aventuras, excluyendo la posibilidad de una historia de amor. Luego le anima a elegir una de cada grupo de los dieciséis que habían conseguido formar, pero él se niega: “¿Cómo hacerlo? ¡Todas tiene un algo en su estilo!” Exclama. A lo que la secretaria le espeta: “eso significa que ninguna es lo bastante especial para usted.” Se nos dice que unas mariposas evitaron un pasaje al acto de ella, presa como estaba de una incontenible ira interior, par excellence femenina como diría Freud. Superado el momento, animó a su jefe a que escogiese al azar.

Aunque él continuaba padeciendo el síndrome de la página en blanco, la búsqueda de la auténtica princesa había despertado la inspiración de los demás Suspirantes. Un cantautor había compuesto una melodía en la que se alababa a la princesa única, a la divina, la princesa de cuento.

Pero la selección de la musa seguía en veremos, y la Secretaria hubo de rendirse a la evidencia de que no era posible verificar por procedimientos normales la documentación de las dieciséis candidatas. “Mediante un sagaz rastreo por Internet, (la secretaria) averiguó cómo localizar a la Examinadora Imparcial.” Quien accedió a llevar a cabo el examen si las chicas cumplían con ciertos requisitos acordes con las exigencias de los cuentos de princesas. En la mayoría de ellos, por ejemplo, la condición real no es reconocida hasta el final, por eso no es preciso que se esmeren en presentarse como para un concurso de belleza, advirtió. Tres de las postulantes declinaron el chequeo, una del grupo de las Repipis, otra de las Engreídas y una tercera, perteneciente al de las Sensatas.

Por fin, la Examinadora Imparcial daría a conocer su veredicto, son todas ellas unas malcriadas y unas farsantes, dijo. Las había sometido a la prueba de la Princesa del guisante. Al ver a la secretaria profirió: ¡Alteza! Pero la susodicha le rogó guardar el secreto.

Una posterior conversación con la madre revelará hasta qué punto ella es la verdadera princesa. Sí, ¡pero de su madre!!

Sorprendida la hija ante la perspicacia de quien la descubriera, cuando nadie más lo había notado, expone su amarga decepción: “Los príncipes azules no piden antecedentes, rescatan a la primera que se les pone a tiro y arramplan con ella sin más. No suelen enterarse de nada.”

Su madre la tranquiliza diciéndole que quien le descubra no debe ser azul, ni rosa ni amarillo; pero no eran ésas las palabras que tranquilizarían a su princesa, al contrario, la sumen en tal la angustia que pasa una mala noche. Menos mal que su madre la llama al día siguiente para tranquilizarla, se equivocó, le dice, al dar por supuesto que alguien debe descubrirla y no al revés. Estamos en un mundo de iguales, es el siglo XXI. Pero su hija le responde que aún así, tarde o temprano se enterará de la verdad…. La verdad acerca de cuál es el auténtico reinado, diremos. Porque en ese punto se desvela el secreto: “tú eres como yo, le dice la madre a la hija, debería haberte comprendido mejor, quizás hayas tenido miedo de que tus deseos de emancipación pudieran apartarte de mí.” A lo cual la hija responde con fervor, “eso nunca mamá.”

Entonces la mamá le explicará que si no desea ser princesa, bien, pero no debe olvidar que ese nombre significa “la que va siempre adelante”, no esgrimir un libro de familia o una piel hipersensible. El retoño protesta, no quiere ir por delante, no se cree superior a nadie. Y la mayor le explica que ir adelante significa dar la cara, actuar, defender, estar alerta, ser valiente y generosa. Sin ninguna mención a ser la causa del deseo de un hombre.

La anteriormente sagaz secretaria, que ha perdido en el diálogo con su madre toda capacidad intelectual, le pregunta si la definición de princesa que acaba de oír no sirve para las pioneras. Oronda, la mayor le explica que puede valer también para exploradoras e investigadoras. Entonces la joven le dice que prefiere ser cualquiera de esos nombres “antes que princesa sin más.” La primera decisión que tomará, una vez recibida la bendición materna, será despedirse de su jefe, porque, explica, “si sigue con él acabará escribiéndole el cuento.”

Satisfecha, la madre le dice adiós con el argumento de que tiene un Consejo de Ministros en media hora.

En este cuento de princesas del siglo XXI no hay rey, ni príncipe azul, sólo un hombre débil, incapaz y pusilánime. Y tan inhibido, que ni siquiera alcanza a forjar una ficción acerca de una princesa moderna.

Sólo las mujeres saben reconocerlas, descubrirlas, diseñarlas. En este nuevo reino de damas, las princesas son las princesas de sus madres. This is a women’s world.

Vilma Cocoz. Miembro ELP y AMP. Madrid