Robert Graves, el poeta inglés que vivió en Deià (Mallorca), es el autor de un célebre trabajo sobre la Diosa Blanca al que Lacan alude en el prólogo a El despertar de la primavera: “Cómo saber si, como lo formula Robert Graves, el Padre mismo, nuestro padre eterno para todos, no es sino Nombre entre otros de la Diosa Blanca, aquella que según su decir se pierde en la noche de los tiempos, por ser la Diferente, la Otra, para siempre en su goce, –así esas formas del infinito de las que solo empezamos su enumeración para saber que es ella la que nos suspenderá a nosotros.” La mujer es uno de los Nombres del Padre, sostendrá Lacan. El universal, La Mujer que no existe, puede descubrirse también detrás del velo del Nombre del Padre. En la “noche de los tiempos” es decir, en las culturas anteriores a las religiones patriarcales y que Robert Graves estudia, la Diosa Blanca precedió al Nombre del Padre. Y, por tanto, este no es sino otro de los nombres de ella. De tal manera que La Mujer continúa insistiendo en el Nombre del Padre. Por eso, en un análisis, ir más allá del Nombre del Padre requiere también dejar caer a La Mujer. Es decir, consentir a lo femenino como singular.

¿Qué querrá decir, entonces, para cada uno consentir a lo femenino? El poema de Robert Graves se entiende bien como una autorización a lo femenino y lo que ello implica partiendo de la radical asimetría entre los sexos. Finalmente, supone consentir a la causa del deseo y al amor como suplencia a ese otro goce que una mujer puede evocar y que se encuentra más allá del hombre, sin duda, pero más allá de ella misma también.

La crítica literaria ha destacado una cierta exaltación de la feminidad en la obra de Robert Graves. En realidad, supo captar bien algo del goce femenino y, sobre todo, se atrevió a hablar de él. En el poema que transcribimos se lee el intento de la voz poética, supongamos masculina, para hablar de lo indecible del goce de la mujer, y aún más, para describir los efectos que tiene en él como causa de un deseo. En efecto, ese goce Otro sólo se llega a bordear por arte y gracia de la imagen poética. Al goce de la mujer Graves lo nombra como “país secreto” (secret land). Secreto para el hombre, sin duda, porque el acceso a él le está vedado. Pero incluso para la mujer misma que “lo visita sin ser vista”. Es un país al que ella accede “cerrando los ojos” y que la lleva de la mano del furor hasta lo imposible. Es destacable la posición del yo poético que, sabiendo que no tiene lugar en esa tierra, se mantiene respetuoso: “nunca osé preguntar a mi amor por el gobierno de su reino”. Nada más lejos, por otro lado, que suponer ese goce como algo inofensivo y romántico. Muy al contrario, el poema se cierra con la inquietante afirmación de que solo la muerte le dará al hombre un lugar en ese Otro goce que, finalmente, se encarna en la promesa de un más allá. Mientras, sin embargo, queda el amor. Con Lacan podemos entender por qué en este poema el amor perdura como suplencia “a ese goce que no haría falta que fuera”.

Maria del Mar Bonet canta una versión en catalán de este poema traducido por la hija del poeta, Lucia Graves. Se puede escuchar en este enlace: Maria del Mar Bonet – Pais secret.

The Secret Land

Every woman of true royalty owns 

A secret land more real to her 

Than this pale outer world: 


At midnight when the house falls quiet 

She lays aside needle or book 

And visits it unseen. 


Shutting her eyes, she improvises 

A five-barred gate among tall birches, 

Vaults over, takes possession. 


Then runs, or flies, or mounts a horse 

(A horse will canter up to greet her) 

And travels where she will; 


Can make grass grow, coax lilies up 

From bud to blossom as she watches, 

Lets fish eat out of her palm. 


Has founded villages, planted groves 

And hollowed valleys for brooks running 

Cool to a land-locked bay. 


I never dared question my muse 

About the government of her queendom 

Or its geography, 

Nor followed her between those birches, 

Setting one leg astride the gate, 

Spying into the mist. 


Yet she has pledged me, when I die, 

A lodge beneath her private palace 

In a level clearing of the wood 

Where gentians grow and gillyflowers 

And sometimes we may meet.

País secreto

Toda mujer regia en verdad posee

un país secreto, más real para ella

que este pálido mundo exterior:


La casa ya en silencio, a medianoche,

aparta aguja o libro

y lo visita sin ser vista.


Cerrando los ojos, improvisa

una verja de hierro entre abedules:

salta la barrera, toma posesión.


Luego corre o vuela, o bien cabalga

un caballo que trota a recibirla,

y viaja adonde quiera;


Sabe hacer que la hierba crezca,

que el lirio se entreabra a su mirada

y que los peces coman de su mano;


Ha fundado aldeas, plantado bosques

y vaciado valles para que arroyos corran

fríos a una bahía sin salida al mar.


Nunca osé preguntar a mi amor

por el gobierno de su reino

ni por su geografía,

ni la he seguido entre esos abedules,

escalando esa verja

para espiarla en la niebla.


Y aun así, me ha prometido, cuando muera,

un pabellón al pie de su palacio

en un calvero liso en la espesura,

donde crece la genciana y el alhelí

y que a veces podemos encontrarnos.

Traducción del poema Antonio Rivero Taravillo.

Neus Carbonell. Miembro ELP y AMP. Barcelona.