Cherchez la femme! [1].

“Ojalá fuera yo una mujer”, anhela Yerma en la obra. Asimismo, Simone De Beauvoir en su libro Le Deuxième Sexe (1949) afirma; “No se nace mujer: se llega a serlo”. Sin embargo para Lacan surge el interrogante: ¿Qué es ser una mujer? Si Lacan se pregunta por el ser, es porque parte de la suposición de que el sujeto sufre de una falta en ser.

Juan. «¿Es que te falta algo? Dime.» (Pausa) «¡Contesta!»

Yerma. (Con intención y mirando fijamente al marido.) «Sí, me falta.»

[…] Juan. «Entonces, ¿qué quieres hacer?»

Yerma. «Quiero beber agua y no hay vaso ni agua; quiero subir al monte y no tengo pies; quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos.»

Juan. «Lo que pasa es que no eres una mujer verdadera y buscas la ruina de un hombre sin voluntad.»

Yerma. «Yo no sé quién soy. Déjame andar y desahogarme. En nada te he faltado» [2]

Entonces, ¿por qué interrogar a Lorca sobre la mujer? Freud, al final de su Conferencia sobre la feminidad (1932), apuntó: “Lo que os he dicho sobre la feminidad es desde luego incompleto, fragmentario y no siempre grato… […] Si queréis saber más sobre la feminidad podéis consultar a vuestra propia experiencia de vida o preguntar a los poetas… o esperar a que la ciencia pueda procuraros informes más profundos y coherentes.”

Es por eso que en base a estas reflexiones he tomando como referencia la trágica obra teatral de Yerma, pues en ella se dibuja un personaje femenino y un testimonio de la mujer en la sociedad española, durante las primeras décadas del siglo XX, lo que no conduce necesariamente a una respuesta.

Síntomas de una época

A nivel histórico europeo, el estallido surrealista en Francia y el significativo auge del psicoanálisis envuelven la obra lorquiana. No obstante, en ella no se encuentra rastro del francés Amour fou, expresión originaria de André Breton (1937) que desde el surrealismo refleja un amor loco, embriagador, precipitado de pasiones y absorbente, donde entran en juego enloquecedores encuentros.

En Yerma, y tal como afirmó Lorca, no hay argumento, sino un carácter que se va escribiendo y desarrollando a lo largo de la obra. Algo parecido a un síntoma, se podría decir incluso, algo que no viene escrito, sino que está en constante escritura. Sin embargo, lo que sí se hace muy presente en cada escena de Yerma es cierto sentimiento de angustia y fatalismo, pues el nudo central de la obra es una duplicidad que reúne el goce y la agonía.

Este poema trágico en tres actos y seis cuadros, escrito entre 1933 y 1944, remite a una sociedad arcaica, instalada en un pequeño pueblo rural de Andalucía.

Yerma, la protagonista, desea con todas sus fuerzas ser madre. Juan, su marido, no parece tener el mismo afán. Angustiada por su infecundidad, se ve además calumniada por no estar realmente enamorada de su marido; ella ama a otro, al joven pastor Víctor. Se desencadena una batalla silenciosa que termina en tragedia. Se podría decir que en Lorca, el diálogo entre la sexualidad y la muerte es recurrente; la escena final reúne, mediante el gesto asesino de Yerma, la muerte del marido con la del hijo, concluyendo con la fatal exclamación:

“¡Yo misma he matado a mi hijo!”

La sentencia de un nombre

Lorca, ya en el inicio del primer cuadro -primer acto- nos despliega la trama que se va a desarrollar a lo largo de las siguientes páginas. Nos transporta al interior del hogar de Yerma, del cual una breve descripción lo acompaña; la primera habitación donde encontramos a Yerma despertándose, está envuelta por una “extraña luz de sueño” la cual al levantarse la protagonista, se transforma en una alegre luz de mañana de primavera.

Aunque el motivo de la esterilidad se mantiene ambiguo a lo largo de la obra, por un lado, -dentro de este primer cuadro- mediante el diálogo demandante que Yerma establece con su marido, le da a entender que su esterilidad puede ser debida al trabajo duro y a su despreocupación a la hora de cuidarse. En ese mismo instante, ella le hace notar “con sutileza” que está enfermo:

Yerma. «(…) Cuando nos casamos eras otro. Ahora tienes la cara blanca como si no te diera en ella el sol. A mí me gustaría que fueras al río y nadaras, y que te subieras al tejado cuando la lluvia cala nuestra vivienda. Veinticuatro meses llevamos casados y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés.”

A lo que Juan contesta, desde una posición de marido envejecido: “Es que no tengo nada. Todas esas cosas son suposiciones tuyas. Trabajo mucho. Cada año seré más viejo. Se podría suponer entonces que existe una diferencia de edad entre ambos, siendo él significativamente mayor, pues no incluye a Yerma en la última sentencia.

Por otra parte, el nombre repleto de significado de la protagonista, la embarca rumbo a diversas desventuras e infortunios que determinarán, más tarde, su condición. Yerma –que significa estéril, sin habitar o baldía- actúa ahí a modo de S1, pues marcará terminantemente su destino, al cual se irá acercando cada vez más, ya sea casándose sin amor con Juan, obstaculizando cualquier oportunidad de tener otra pareja o acabando así con toda posibilidad de poder tener un hijo honradamente con la muerte de su marido.

Algo que del mismo modo se presenta difuso, es el saber en torno a la sexualidad. En la ofuscada búsqueda se encuentran situaciones ambiguas; por ejemplo, cuando está en la cama siente que su marido tiene la “cintura fría”, y que por la noche él “da media vuelta y se duerme “dejándola a ella en la cama con los ojos tristes” mirando al techo. En otra ocasión, Yerma está hablando con María, una amiga suya que está encinta. Cuando le pregunta por la forma en que se quedó embarazada, en su respuesta se observa cierto paralelismo con la Virgen María. Pues como si de la madre de Jesús se tratara, ésta responde que desconoce la causa de su embarazo, que ocurrió como si una intervención divina hubiera tenido algo que ver. Yerma ante ello, como si no se estableciera una relación entre el acto sexual y el embarazo, responde crédula: “¡Dichosa!”.

«María. No sé. Pero la noche que nos casamos me lo decía constantemente con su boca puesta en mi mejilla, tanto que a mi me parece que mi niño es un palomo de lumbre que él me deslizó por la oreja.»

En último término, uno de los motivos que podrían tener algo que ver con su malestar, se relaciona con su ascendencia. Yerma, hija de Enrique, pastor de amplia generación, procede del mismo modo de una familia abundante y prolífera, por lo que ella siente la obligación de continuar con esa generación. Esto se hace patente cuando Yerma es descubierta por su marido en casa de la conjuradora y le dice:

Yerma. (A gritos.) «Maldito sea mi padre, que me dejó su sangre de padre de cien hijos. Maldita sea mi sangre, que los busca golpeando por las paredes.»

Tras la demanda, el sacrificio

La feminidad, como el amor, tiene algo de narcisista. Sigmund Freud concibió ya tal hipótesis en su conferencia de 1932: “Adjudicamos a la feminidad, pues, un alto grado de narcisismo, que influye también sobre su elección de objeto, de suerte que para la mujer la necesidad de ser amada es más intensa que la de amar.” Esta exigencia de amor, para Lacan, se trata de una demanda de reconocimiento por el otro, donde se sitúa un horizonte de ser para el sujeto de quien se trata, de saber si el sujeto puede alcanzarlo o no. Frente a la obstinada búsqueda y a las exigencias de Yerma, Juan desde una posición similar a la de Freud, sigue preguntándose por lo que una mujer quiere:

Juan. «Ni yo sé lo que busca una mujer a todas horas fuera de su tejado.»

Yerma. (En un arranque y abrazándose a su Marido.) «Te busco a ti. Te busco a ti. Es a ti a quien busco día y noche sin encontrar sombra donde respirar. Es tu sangre y tu amparo lo que deseo.»

Sin embargo, conforme transcurre la obra (con la demanda incolmada de Yerma y el hecho de que a su marido no le preocupa su esterilidad) se llega a un punto donde para ella no existe negociación posible, pues acaba matando al único hombre que podría darle un hijo honradamente -dado que los padres elegían a los maridos, y las hijas, por respeto ante tal autoridad, no podían negarse.

En el libro “De Mujeres y semblantes”, J.A. Miller, refiriéndose a las concesiones que una mujer puede llevar a cabo, afirma: “Cada una es capaz de ir hacia el no tener, y es capaz de realizarse como una mujer en el no tener.” Ella renuncia a lo que tiene, en este sentido, el objeto sacrificado es algo que tiene un valor de goce para Yerma, siendo su marido ese bien tan preciado que el padre le había regalado:

“Yerma. Mi marido es otra cosa. Me lo dio mi padre y yo lo acepté. Con alegría. Ésa es la pura verdad. Pues el primer día que me puse de novia con él ya pensé… en los hijos…”

Pero, ¿qué obtiene ella a cambio del sacrificio, sino el sacrificio mismo?

La imposición del cuerpo

El cuerpo de Yerma se encuentra en una encrucijada: un camino lo lleva a cumplir con la tradición de continuar con la generación familiar, el otro a tratar de no responder a ese Otro, a ese rol principal de “ser madre” que impone la sociedad de la época. De nuevo, pues, en lo que concierne al cuerpo, hay una división. Yerma, -en el cuadro segundo-, consulta a una conjuradora para tratar de solventar de una vez por todas ese problema, y la anciana la describe como una mujer de gran belleza:

Vieja: «(…) ¡Ay! Quién puede decir que este cuerpo que tienes no es hermoso? Pisas, y al fondo de la calle relincha el caballo.”

Respecto a la belleza del cuerpo, Simone de Beauvoir expone: “En desquite, una mujer que ama la belleza de su cuerpo, sufren al verse deformadas, afeadas, incapaces de suscitar el deseo. El embarazo por lo tanto, no les aparece como una fiesta o un enriquecimiento, sino como una disminución de su yo. (…) La mujer se siente vasta como el mundo; pero esa misma riqueza la aniquila, tiene la impresión de no ser ya nada.” De forma paralela, Yerma, paradójicamente, habla con el niño que no tiene:

(Como si hablara con un niño)

Te diré, niño mío, que sí,

Tronchada y rota soy para ti

¡Cómo me duele esta cintura

donde tendrás primera cuna!

¿Cuándo mi niño vas a venir?

La Esperanza I, Gustav Klimt (1903)

La Esperanza I, Gustav Klimt (1903)

Sin embargo, al ser ambigua la significación del embarazo en Yerma, también lo son sus actos. Esto acabó por recordarme a una pieza clave en la obra del pintor vienés Klimt, llamada La esperanza, en la cual se manifiesta la dicotomía entre impulsos de vida y de muerte, volviendo a la oposición entre dos planos, el del firme potencial del cuerpo de la mujer embarazada y el de las amenazantes imágenes de finitud y dolor en las que ese potencial acabará por disolverse.

In-conclusiones

Yerma. «[…] ¿Qué queréis saber? No os acerquéis, porque he matado a mi hijo. ¡Yo misma he matado a mi hijo!”.

Esta frase, clausura de la obra, resulta interesante, pues ante la imposibilidad de que la demanda del Otro sea satisfecha, Yerma escoge matar a su marido, incapaz de entenderla, de proporcionarle lo que anhela, suprimiendo a la par la posibilidad de tener un hijo, por lo que Yerma se acabará lamentando. Sin embargo, no dice “¡He matado a mi marido!”, sino “¡He matado a mi hijo!” pues se puede suponer que Yerma ha llegado al límite de suspender cualquier lazo como sujeto con su esposo, o bien como planteó Freud, lo sitúa en la posición del niño-varón, hace del marido también su hijo.

A modo de lectura final de la obra, se podría pensar que Yerma goza de desear, goza de mantener ese deseo -que sería el de la maternidad- insatisfecho. Aparte, encontramos en Yerma una disyunción entre el cuerpo y lo que ella exteriormente siente: “Una cosa es querer con la cabeza y otra cosa es que el cuerpo, maldito sea el cuerpo, no nos responda.” Ella se siente en la obligación de continuar con esa generación familiar, pero por otra parte hay una imposición del cuerpo, como una manera de rebelarse contra el Otro de la sociedad tradicional, donde “ser madre” se considera en este sistema el objetivo principal de la mujer.

Es por eso que Yerma se ubica en un punto donde adquiere forma de banda de Möebius, no se distingue en ella la interioridad de la exterioridad. El final de la escena vuelve a su comienzo y esta estructura circular es como un síntoma que marca el destino errante de Yerma, hacia un horizonte que se desdibuja como los contornos de su deseo.

Sonia Sola. Barcelona

Notas:

  1. Literalmente significa “Busquen a la mujer”. Es una expresión francesa utilizada para tratar de comprender una situación compleja o la conducta de un hombre. Proviene de la novela Les Mohicans de Paris de Alexandre Dumas (1854).
  2. Fragmento de la obra teatral “Yerma” (1934) de Federico García Lorca. Acto primero, cuadro segundo.

Bibliografía

  • De Beauvoir, S. (2005). El segundo sexo. Madrid: Catedra
  • Freud, S. (1932). 33ª Conferencia La feminidad. En: Obras Completas. Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu editores.
  • García Lorca, F. (1927/1969). Teatro selecto de Federico García Lorca. Madrid: Escelicer.
  • Lacan, J. (1958-1959/2016). El Seminario, libro 6, El deseo y su interpretación. Buenos aires: Paidós.
  • Miller, J.-A. (2000). De mujeres y semblantes. Buenos aires: Cuadernos del pasador.