Eje Temático: Sublimaciones

Sublimaciones. Las mujeres en el arte

Por Eugenia Insua.

Para este Eje de las XV Jornadas de la ELP podemos tomar la orientación de Eric Laurent en su conferencia inaugural, en Barcelona, en el marco de la primeras Conversaciones Internacionales de la FCPOL con su comentario de la idea de Simone de Beauvoir: las mujeres hasta el siglo XX eran “Un punto de silencio”, eran los hombres los que actuaban, ellos hablaban de las mujeres, escribían sobre las mujeres, pintaban a las mujeres, como portadoras de un enigma a descifrar.

Después de la primera guerra mundial, las mujeres toman la palabra, la idea es que si hablan, escriben y se visibilizan conquistarían sus derechos.

La misma Simone de Beauvoir, anima a la escritora, pionera en hablar de sexualidad femenina, Violett Leduc, a escribir tal y como ella era haciendo de su sufrimiento motor de creación, un empuje del tipo: “hable con su cuerpo!”, podríamos decir. Martín Provost se interesa y lleva al cine su vida, al tiempo que rodaba la de la pintora, Seráphine de Senlis. Son ejemplos de mujeres que se imponen a su condición social, haciendo algo inesperado, en el sentido de un franqueamiento sublimatorio.

Antes de ellas, en el siglo XVI, Santa Teresa, figura cumbre de la literatura lírica espiritual, da cuenta de una sublimación mística donde el cuerpo es puesto en el centro de la experiencia de arrebato, goce que se siente, del que nada sabe y con su escritura intenta alcanzar a través de un forzamiento, una retorsión. Lacan subraya: «…basta ir a Roma y ver la estatua de Bernini, para comprender de inmediato que… (Santa Teresa) goza, sin lugar a duda, pero ¿y con que goza? [1]» Un goce que escapa a las palabras, perturba y sobrepasa al místico, igual que el goce femenino, perturba y sobrepasa a una mujer. Lacan en Aun los hace equivalentes.

Lacan radicalizará la perspectiva de la sublimación freudiana, como destino de la pulsión que se desplaza de su meta sexual. En su última enseñanza la sublimación sería un goce de pleno ejercicio, donde lenguaje y goce van a la par.

Siguiendo el hilo propuesto por Simone de Beauvoir, con la consolidación de la presencia de la mujer en lo público, se empiezan a realizar estudios que van sacando del silencio a mujeres artistas de todos los tiempos, cuyas obras eran a veces atribuidas a sus padres o maestros, también artistas varones.

En el libro Amazonas del pincel [2], la crítica de arte, Victoria Combalía propone un recorrido por la vida y la obra de mujeres artistas desde el siglo XVI al siglo XXI. Mujeres que como artistas fueron olvidadas, más interesadas, quizá, por el arte como expresión de sí mismas que por la fama o reconocimiento. En su recorrido nos descubre mujeres adelantadas a su tiempo, en esa dimensión pura y radical de avance que muestra ese real que escapa a los semblantes. Entre otras, la pintora de bodegones Rachel Ruysch, cuya obra en su época se cotizaba más que la de su coetáneo Rembrandt; la enigmática Lavinia Fontana, muchas de cuyas obras fueron atribuidas durante largo tiempo a Tiziano; la existencia desgarrada de Frida Kalho; la rebelión contra lo establecido de la gallega Maruja Mallo; los planteamientos de la pintora y escritora Leonora Carrington: “a mí lo que me fascina es acercarme a lo real, pero no sabemos nada”; las indagaciones cubistas de Maria Blanchard, la desmesura mística de Hilma Auf Klint; la pintora de gigantescas flores: Georgia O’Keefe¨ que ha obtenido la fama como pintora de la sexualidad femenina, entre muchas otras, testimonian de una producción de objetos sublimatorios, que están en el lugar del vacío o vecinos del vacío.

Una curiosa reivindicación, un witz, cabe señalar, la realizada en 1989 en Nueva York por el grupo de activistas feministas “Guerrilla Girls” con carteles donde se leía: «¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Metropolitan Museum?».

Esta reivindicación de la autoría y la visibilización de las mujeres en los espacios de cultura es una cuestión que nos hace plantear algunos interrogantes:

¿Es debido al lugar que ocupan las mujeres en la sociedad? Las reivindicaciones están marcadas en muchas ocasiones por un desafío a los convencionalismos de la época.

Sin embargo tenemos el discurso que crea la escritora Clarice Lispector como un lazo diferente, que no se soporta en una relación de desafío o a porfía del hombre, sino en una ética de lo hétero y superadora del límite entre géneros, produciendo un nuevo modo de lenguaje que se define por él mismo, moviéndose dentro de una economía libidinal que es propia de las mujeres, construido con esa perplejidad que produce lo ilimitado, lo que no se sabe, lo indecible, interrogando el punto en que algo se pierde: Amélie Nothomb, Sylvia Plath, Lol V Stein de Margarite Duras o Nora de Ibsen, son ejemplos de esas Mujeres de papel [3] que el texto de Daniela Fernández recorre, mostrando qué soluciones encontraron a la posición femenina, en esa función de velar la nada o bordeando semblantes y caminos para el amor, el deseo y el goce.

Otras escritoras han mostrado que a través de sus producciones hay un intento por conquistar su identidad. La poesía, la epístola, el diario íntimo o la novela autobiográfica son una prueba de ello. Algunas escritoras prefieren también hacer referencia a la vida centrándose en lo más ínfimo, en lo cotidiano, recurriendo a todos los niveles de la lengua como: Alejandra Pizarnic, interesada en sus límites. La lengua se convierte así en un instrumento de liberación. Amy Tam, Isabel Allende, Carla Cerati y otras tantas escriben sobre todo de los vínculos: con su madre, con su hija, proclives al análisis de los sentimientos ambiguos: agobio y orfandad; rivalidad y adoración, son ejemplo de esa toma de la palabra a través de la escritura y otras formas de expresión artística, donde cada vez más la mujer queda como síntoma a descifrar, también para ella misma, en una lengua particular, haciendo hablar aquello que no se puede decir.

¿Es que hay en lo femenino algo a descifrar precisamente porque no se cifra, no se representa? ¿Puede hablarse de una literatura femenina, de un arte femenino? De la pregunta: ¿por qué había tan pocas mujeres artistas? ahora podríamos preguntarnos: ¿a qué se debe que haya tantas excelentes artistas?. El acceso a la cultura, a las diversas formas de sublimación, les permite a las mujeres hablar con su cuerpo-escabel, desde donde se elevan, accediendo también a través de esa elevación, al lazo social.

Una pincelada sobre el cine: la capacidad de Agnes Varda para captar los pequeños detalles que la rodean, se inscribe en esa orientación por lo ínfimo, persiguiendo con su cámara a los excluídos, a los que les ha sido negado un lugar o una posición en el mundo.

Finalmente ¿hace Almodóvar, en su última película Julieta, un trabajo femenino en su exploración de la relación madre-hija? En ella, una enigmática mujer explica en una carta todas las decisiones de su juventud que, inconscientemente, le llevarían a la pérdida de su hija.

Los planteamientos metafóricos y poéticos pintan una película basada en los relatos breves de una escritora, mujer: Alice Munro: Destino, Pronto y Silencio. Los personajes, construidos sobre sus silencios, se expresan sin visceralidad y logran generar una cierta empatía con su dolor, real.

“Un punto de silencio”, de nuevo, como núcleo fructífero, que apunta a lo más íntimo de cada uno, hombres y mujeres, ahí.

 

  1. Jacques Lacan. Aún, Seminario 20, Pág 92, Ed. Paidós.
  2. Victoria Combalía. Amazonas con pincel, Ed. Destino.
  3. Daniela Fernández. Compiladora. Mujeres de papel, (prólogo: Graciela Brodsky), Ed. Grama.