Textos de Orientación: Lo femenino, entre centro y ausencia

Lo femenino, entre centro y ausencia

Por Miquel Bassols.

En la página 118 del Seminario “ou pire”, Lacan dice: «No por nada debo primero apoyarme en el Otro. El Otro, escuchen bien, es entonces un entre, el entre que estaría en juego en la relación sexual, pero desplazado, y justamente por interponerse como Otro (s´Autreposer)” [1].

¡Ojalá hubiera un «entre» entre el hombre y la mujer! al menos eso nos daría la ilusión de que hay relación sexual, de que ese «entre» existe. Precisamente,  es lo que Lacan va a poner en cuestión. Cuando dice : «por interponerse como  Otro”, ese «entre» no funciona. “Es curioso que al plantear ese Otro, lo que hoy debí proponer no concierne más que a la mujer. Ella es por cierto la que, de esta figura del Otro”… encarnando esta alteridad, “ nos brinda la ilustración a nuestro alcance, por estar según lo escribió el poeta, entre centro y ausencia» [2]. La mujer, lo  femenino, se  sitúa  aquí en  un  espacio muy singular. Y nos plantea una paradoja: si hay centro, el borde es una ausencia; y si hay borde ya no hay centro posible. Se parece mucho a aquella idea de Blaise Pascal que Lacan retoma en diversas ocasiones y que cita varias veces: «Estamos en un universo que es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y la  circunferencia  en ninguna». Esa es la extraña localización que Pascal encuentra en su universo y  que curiosamente es  también  la paradoja en las neurociencias de hoy cuando no pueden localizar la conciencia en  ningún  lugar. Raymond Ruyer, -otra de las  referencias de Lacan- la definía precisamente como un espacio sin bordes.

Desbordada y desbordado

«Me siento desbordada», es la frase con la que se presenta una mujer en su primer encuentro con el psicoanalista. Es una frase también  podemos  escucharla en algunos hombres, especialmente obsesivos. El sujeto obsesivo suele presentarse como  alguien  desbordado por la demanda del Otro, siempre imposible de satisfacer. Es un modo de obliterar, de negar la dimensión del deseo del Otro que no coincide nunca con su demanda. Pero lo que venía a continuación de la frase de esta mujer, «me siento desbordada” situaba el problema del borde de una manera muy distinta a la del sujeto obsesivo. Seguía diciendo «me desbordo», «me sobrepaso a mí misma»: no es el otro el que la desborda, como en el desbordamiento del obsesivo. Aquí, es algo en ella misma que la sobrepasa, que rebalsa sus propios límites, desde el interior y de un modo que desdibuja de inmediato la diferencia entre interior y  exterior. Esto hace de ese borde algo distinto a un límite, a una frontera claramente  establecida  entre un  espacio y otro, entre dos espacios que serían cerrados el uno para el otro, como aparece en el desbordamiento del sujeto obsesivo. La simple idea de sentirse desbordada por sí misma, nos indica un espacio de lo femenino distinto al espacio cerrado, donde el interior y lo exterior  están  claramente definidos.

Borde, límite y frontera

Siguiendo a Lacan, la lógica del significante responde a una lógica binaria, de presencia y ausencia, que nos permite definir muy bien lo que está y lo que no está. En primer lugar, el falo materno que es la primera forma de presencia y ausencia, vincula al sujeto con ese espacio de lo interior y lo exterior. Desbordarse a sí misma es una forma de captarse como atravesada por una alteridad que se envuelve a sí misma, sin detenerse en  ningún  límite. Para lo femenino, si hay bordes  estos son, en todo caso, bordes sin un límite, sin una frontera definida. Para tomar la noción de límite que Lacan retoma de la matemática, no se trata  aquí  del límite como un punto de llegada.  Marcus André Vieira, nos lo recordaba muy bien, indicando esta idea: «En las matemáticas, el límite no es un punto de llegada, es definido desde el punto de partida  explícitamente  como aquel elemento que la serie (por definición) no podrá incluir». Cada elemento de la serie puede ser cualquier cosa, cualquier cosa menos ese límite que queda fuera de la serie, pero que a la vez define la esencia misma de la serie. La esencia de la serie está entonces fuera de sí, que es otra manera de decir que uno está desbordado. Ya no se trata del límite como una barrera, un  obstáculo, un impedimento, sino  más bien como un empuje a lo infinito. Es un empuje en el que lo empujado no cesa de no llegar a ese límite tan interno como externo. La idea de asíntota en matemática, que Freud introdujo a  propósito  del caso Schreber y que Lacan  retoma para situar este nuevo espacio de lo real del goce, es el mejor modo de abordar esta nueva  dimensión  del borde, un borde asintótico, sin limites o mejor dicho  con el límite en el sentido  matemático. Un borde que tiende al infinito, un  límite que deja siempre abierta la serie de sus elementos. De hecho, lo que llamamos el cuerpo hablante y sus orificios se presentan muchas veces en la experiencia subjetiva, ya sea en el sueño o en la experiencia de un goce extraño, con esta dimensión de borde sin límites. Esta dificultad  de  localización  de lo femenino que necesita recurrir a una  lógica  y a una topología distintas a la lógica binaria del significante y del espacio  métrico  de lo contable, tiene mucho en  común  con  el  espacio y la posición del analista tal como Lacan la situó en la experiencia analítica.

Autorizar lo femenino

Conocemos la aproximación que hizo Jacques Lacan entre la  posición  femenina y la  posición  del analista, hasta  afirmar  que las  mujeres pueden ser las mejores analistas, aunque también las peores. La pregunta es si hay algo de la  autorización  de lo femenino en lo  que  llamamos autorización  del analista. En ese  texto  del año 1937,  «Análisis  terminable e interminable», se encuentra la expresión en castellano «la desautorización de la feminidad». Se trata del nudo irreductible, para Freud, de la roca de la castración al final del  análisis  freudiano. El rechazo de la  posición  femenina tomaría, tanto para el hombre como para la mujer, la forma de una desautorización de  la  feminidad.

La reivindicación fálica toma en la mujer la forma de penisneid.  «Neid»  hay que traducirlo incluso mejor por «reivindicación», y en el hombre  tomaría  el valor del temor a la castración. Una y otra son  leídos  por Freud como una  desautorización de lo femenino, como el Otro lado de la posición fálica. En Freud ese Otro lado del falo quedó nombrado  como el  continente negro, el enigma indescifrado, la “terra incognita” de lo femenino. Y nos presenta ese objeto singular de lo femenino de un modo que se parece mucho a ese famoso objeto del cuento de Borges «El disco de Odín»que tiene sólo un lado y cuando cae del Otro lado desaparece. La feminidad aparece en Freud, como esa “terra incognita” sin representación, lugar inexplorado e inexplorable con los  instrumentos  cartográficos  de la  lógica  fálica o edípica. Es el lugar, en todo caso, de un rechazo para  ambos sexos, el lugar de un exilio interior del ser hablante, y es objeto -finalmente- de una desautorización. La pregunta puede plantearse entonces: ¿Cómo cada sujeto se autoriza en la feminidad?

Lo femenino es neutro y singular

Lo femenino, como distinto a la feminidad representable en distintas figuras fálicas, no es el género femenino, sino que tiene la virtud de lo neutro, más allá del género, de la significación, de los sexos como representables. Neutro quiere decir que escapan a esa  lógica  del significante que diferencia masculino y femenino. Lo neutro se presenta con la terminación del masculino singular pero es solo un semblante. Decididamente lo femenino escapa al lenguaje. Otro detalle gramatical importante de lo femenino es que no admite plural.

Inevitablemente el lenguaje y la sugestión de las significaciones que induce el significante, nos lleva a pensar la diferencia masculino-femenino como una diferencia natural, pero es el lenguaje quien nos sugestiona, porque el significante es la diferencia misma. De modo que el famoso artículo de Freud  «Algunas consecuencias  psíquicas  de la diferencia sexual  anatómica» debería llevar en realidad por título: «Algunas consecuencias  psíquicas  de la  percepción  y la  simbolización de la  diferencia sexual  anatómica», porque sin el lenguaje no  habría  posibilidad de situar esa diferencia. No sólo eso, el problema es que el lenguaje nos induce  a pensar que la diferencia masculino-femenino está hecha de simetría y de reciprocidad. La verdadera diferencia sexual no es la diferencia significante, es -como señala Lacan- la diferencia del sexo y del goce como Otro, como alteridad radical para cada sujeto.

La brújula del objeto

La primera enseñanza de Lacan llevará al límite las paradojas de la  lógica  freudiana y explorará esta “terra incognita”  de lo femenino con la brújula del objeto a. Con ese objeto a va a situar  los sexos no solo en una asimetría radical,  sino  también -lo que es más importante- en una no-reciprocidad. Y ahí, conviene releer los  párrafos  del seminario “Aún” para intentar captar la  lógica  abrupta a la que la enseñanza de Lacan va a someter al campo de lo femenino. Lo femenino es un intento de nombrar ese objeto a-sexuado -como lo llama Lacan en este seminario- «puro goce del cuerpo del ser que habla y que no cesa de no escribirse»,  indicándonos  así su vínculo con lo real. Desde esta  perspectiva, en lo femenino, la dimensión del objeto queda fuera de la  lógica  de la diferencia significante. En el campo  de los sexos vamos a ver que la mujer ocupa el lugar del Otro, pero el hombre no ocupa el lugar del Otro del Otro. Ahí deja de darse la reciprocidad. Una mujer joven me lo decía de una manera muy precisa hablando del  tango dice que se confronta “a su propia soledad”. Lo dice de la  siguiente manera: «Un  hombre baila el tango con una mujer. Una mujer baila el tango con ella misma». Podríamos  añadir -siguiendo  la fórmula lacaniana- que baila el tango con ella misma… a  través  del hombre. Una mujer ¿puede bailar con ella misma de otra forma que no sea a  través  del hombre? Creo que esta es una pregunta para abordar lo femenino en la  modernidad. En todo caso es una fórmula que recuerda el párrafo  de Lacan en   «Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina»  donde escribía: “El hombre sirve  aquí  de relevo para que la mujer se convierta en ese Otro para sí misma, como lo es para él.” [3] La mujer, a través del hombre y sin que haya una relación recíproca, es Otra para sí misma como lo es para él. En esta alteridad, sin  simetría ni reciprocidad, la feminidad queda confrontada a lo femenino, a lo a-sexuado del ser, sin representación posible.

Debemos pasar de la  lógica  del borde como frontera, a la  lógica del borde como  litoral, operación que Lacan indicará sobre todo en su texto «Lituraterre», pero también en el Seminario 19. Cuando hay una frontera entre dos  países, eso supone una reciprocidad, se pueden establecer vínculos, representaciones recíprocas, como por ejemplo consulados. Hay un «entre» los dos campos. Aquí el borde funciona como una frontera, pero permite también una reciprocidad. La idea que Lacan introduce con el litoral cambia totalmente esta concepción espacial, porque el litoral supone que no hay un espacio «entre» posible. Todo un campo, -dice Lacan- hace de frontera para el otro, sin límite. Una experiencia parecida  pudo haber  tenido Cristóbal Colón, en el  momento de lanzarse al mar sin saber qué  había  del otro lado. Cuando hablamos de litoral no hay «entre», no hay reciprocidad ni hay relación proporcional posible entre los dos espacios. Esta es la no relación entre los sexos, producida por lo femenino como el espacio litoral mismo, como alteridad radical en el campo del goce. Lo femenino no sabe de fronteras. Y el tango parece moverse en ese espacio más allá del falocentrismo, que podemos definir ahora entre centro y ausencia, sin frontera ni reciprocidad.

Será Jacques Lacan quien vaya más allá de la lógica fálica y edípica, en la que todo  debería  quedar ordenado por el  par  falo/castración, uno/cero, presencia/ausencia,  siguiendo  la lógica de la frontera.

La esfera y la elipse

Más  allá  del  falocentrismo, lo femenino plantea un universo en el que los cuerpos giran en una trayectoria que  podríamos  llamar elíptica, teniendo en cuenta que la elipse es una trayectoria distinta a la circular, aunque lo elíptico evoca  también aquello que queda ausente, aquello que está supuesto pero no aparece. La elipse tiene dos focos, y esos dos focos son en nuestro caso el falo como centro y el goce del Otro como punto ciego. El foco del goce del Otro, el que no sería el goce fálico, sería el goce que no  haría  falta, o que  haría  falta  que no.

Entre centro y ausencia se abre así un espacio que ya no puede funcionar según la lógica de la presencia y de la ausencia, del uno y del cero. Es el problema del número real que Lacan evoca en muchas ocasiones y también a propósito  de la paradoja de Aquiles y la tortuga. Una versión de la relación sexual que no existe, es esta relación imposible entre Aquiles y la tortuga que se mueven en espacios del goce distintos. Aquiles se mueve en el espacio ordenado por el S1 y S2, por el significante fálico y su relación con su otro significante, S2. La tortuga se mueve en ese otro espacio que llamamos -siempre provisionalmente- el espacio del goce del Otro, o de la Otra, o del goce de lo Otro. Es un espacio más  acá  o más  allá  del falo, como el significante que lo simboliza.

Pero hay algo más  todavía. No sólo Aquiles no puede alcanzar a la tortuga con la  lógica  métrica  del falo, no sólo la pierde en la infinitud (o la encuentra en la infinitud), en una  ausencia tan irrepresentable como irreductible. El verdadero problema es que la tortuga  también es tortuga para ella misma. El problema real es que la mujer, en el terreno de lo femenino, es Otra para sí misma como lo es para él. Hay que intentar imaginar en cada  sujeto a esa tortuga que es Otra para sí misma, es la que habita en cada sujeto de la experiencia  analítica, ya corra como Aquiles o no, ya se sepa tortuga o no. Uno siempre es tortuga para sí mismo cuando se trata de lo real del goce, más  allá  o más acá del goce ordenado por el  falo.

Soledad a la segunda potencia

El espacio de lo femenino se produce, existe, entre centro y ausencia, entre el centro simbolizado por el falo y la ausencia más radical, la que se produce en la soledad del goce femenino cuando el sujeto queda confrontado a su propia ausencia. Es una soledad, si me permiten decirlo así, elevada a la segunda potencia, difícil de  alcanzar. En realidad es una ausencia y una soledad para nadie, porque es ausencia sólo para otra ausencia. Tenemos a veces en la clínica  analítica  el testimonio de este punto de soledad en  algunas mujeres. Parece mucho más  difícil  escucharlo en los hombres. Esta ausencia elevada a la segunda potencia es también un modo de entender esa  relación  sexual que no existe, que no puede inscribirse en lo real. Antígona nos presenta su experiencia en el espacio definido por Lacan como el espacio entre dos muertes, también, entre dos ausencias.

Pero, como dice muy bien Woody Allen, «La comedia es tragedia más un poco de tiempo», sólo hay que saber esperar el momento oportuno para que la tragedia se convierta en comedia. Y esta versión  trágica de la no relación sexual se parece finalmente un poco a aquella inolvidable escena de los Hermanos Marx en la que dos espías  debían  espiar a un hombre muy escurridizo, que siempre se escapaba. Un  día  ese hombre escurridizo no se presentó; otro  día,  como dicen los  propios espías,  fueron ellos los que no se presentaron. Esto puede llevar a un desencuentro trágico. Pero el  día  más  interesante,  el  más  cómico  también, es el  día en que no se presentó nadie, el  día  en que  no acudieron ni unos ni otros, ni el  espía  ni el espiado. Ese  día  es precisamente  el  día  del goce del Otro, podemos decir. Es el día en el que cada uno está ausente para sí mismo, además de para el Otro; en el que cada uno es tortuga para su propio ser de tortuga.

Violencia de género

En las relaciones sexuales que sí existen, en realidad cada uno se presenta a la cita con su fantasma. Un fantasma que viene al lugar del goce del Otro, si existiera; y esta relación sexual que no existe, que no puede escribirse en lo real, pero que a la vez hay que intentar escribir en cada acto que se pretenda acto verdadero, esta relación no existe gracias -más que por culpa de-, a lo femenino, lo femenino que habita ese extraño lugar de la elipse cuya trayectoria se construye entre centro y ausencia. La diferencia entre decir «no existe gracias a» o «por culpa de», nos  podría  dar hoy la diferencia de la llamada violencia de  género. Hay hombres que piensan que si eso no existe es por culpa de la mujer, que eso es intolerable y motiva muchas veces el pasaje al acto violento contra ese espacio, si existiera. Es lo femenino, más  acá  o más allá del goce fálico, lo que introduce en realidad la no relación sexual, la relación que no puede escribirse entre centro y ausencia.

Ecolalias

Hay un interesante libro que he encontrado, “Ecolalias”, de un tal Daniel Heller Roazen, un  lingüista, que  estudia el olvido de las lenguas, las que quedaron perdidas pero también las lenguas olvidadas que subsisten de alguna manera en cada lengua. Parte de una observación muy simple que quiero recordarles y que está en Roman Jakobson: un niño es capaz de articular una suma de sonidos que nunca se encuentran reunidos a la vez en una sola lengua, ni siquiera en una familia de lenguas, consonantes por ejemplo con puntos de articulación variadísimos. Es decir que lalengua, ese objeto que Lacan construye y que es diferente al lenguaje, es un continuo donde no hay propiamente diferencia entre un elemento y otro, como sí ocurre en la lógica significante. Hay un continuidad en lalengua de un goce que estará vinculado a la letra, hasta que la madre, el Otro, fonetiza -dice Jakobson- el cuerpo del niño introduciendo esas diferencias significantes. Algo de lo materno recorta, significa, introduce diferencias significantes en una materialidad del goce que, en sí misma, no incluye estas diferencias. Es la misma lógica con la que Lacan distingue lalengua y el lenguaje como una elucubración sobre lalengua. No debemos olvidar que los analistas trabajamos diariamente con esta materialidad de lalengua en cada sujeto.

La madre fonetiza el cuerpo del niño, es decir, recorta en el cuerpo del niño una serie de resonancias al introducir diferencias de sonidos. Y Lacan lo retoma creando un neologismo, escribiendo fonetizar con la ph del falo y habla del phono, de esa dimensión que introduce algo de lo representable, del ruido, transformándolo en sonido y en significante. Podemos seguir de hecho con el tema musical y preguntarnos cómo un ruido se transforma en sonido y cómo un sonido se transforma finalmente en un significante. Todo ello sigue el camino de la “phonetización” del goce en el cuerpo. Son tres dimensiones distintas, y es un trabajo muy complejo distinguirlas.

Desde su perspectiva, aprender una lengua es olvidar algo en ella, es olvidar sonidos que uno podía percibir en la infancia y que ya no percibe más. Pero algo de eso olvidado subsiste en cada lengua, en cada uno de nosotros, algo que hay que saber escuchar en las marcas que quedan en cada uno. Me parece que es una buena idea para entender lalangue en Lacan. Aquello que habita en la lengua que hablamos, que no es igual a la lengua que hablamos y que subsiste de su materialidad de goce en el cuerpo, de las resonancias que subsisten de esa lengua en el cuerpo. En un análisis podemos vislumbrar cómo resuena lalangue en el cuerpo del sujeto más allá de la fonetización a la que se he sometido a lo largo de su vida.

Alteridad radical del Uno solo

Hay entonces dos modos de abordar lo femenino. Hay lo femenino como un S2, como un segundo significante en relación al S1 del falo. Es una lógica que podemos comprobar que nos deja sin salida para atrapar a la tortuga en cuestión, y es la razón de las paradojas y desencuentros en las falsas simetrías y reciprocidades en las que se mueve tanto la teoría del género como el propio mundo de las identidades sexuales. Por otro lado, desde otra lógica, hallamos lo femenino como la alteridad radical del S1 solo, y es lo femenino que se pierde cuanto más se busca.

Van a encontrar esta referencia en el curso de Jacques-Alain Miller «El ultimísimo Lacan», en las páginas 157-158. Sitúa el discurso del analista precisamente de ese lado, del lado femenino, como el lado del Uno solo, de un Uno que no es fálico, que no es el Uno que remite a otro significante. Es el S1 alrededor del cual se construye el famoso sínthoma con «th», del final de la enseñanza de Lacan. Y les leo la idea de Jacques-Alain Miller sobre este Uno solo en el siguiente párrafo: «El S1, justamente porque tiene el sentido del Uno, implica, aguarda, pide un S2, pero sabiendo al mismo tiempo que no vendrá” [4]. La frase que mejor le conviene al analista, como a lo femenino, sería entonces, “aguardo, pero no espero nada” y eso está en la línea de un S1 que no espera un S2. Este sería el punto en común entre lo femenino y el analista. La fórmula, debo decir, se parece mucho a otra del poeta José Lezama Lima y que dice: «no espero a nadie pero insisto en que alguien tiene que llegar”. Y si lo espero, pues bien, si lo espero, no llega. Sucede algo muy parecido en el campo del goce, especialmente en el goce sexual: si lo espero un poco demasiado, no llega.

Lo femenino es más bien del orden de lo contingente, no es nada necesario, es del orden del encuentro fortuito, del azar sin relación necesaria de causa y efecto como pretende la ciencia. Lo femenino, como la posición misma del analista, en lo que llamamos su atención flotante -que es una manera freudiana de decir «aguardo, pero no espero nada»- en su propia autorización en el deseo que lo sostiene, es de este orden. No esperen nada, solo aguárdenlo. Sepan solo que tiene que llegar… entre centro y ausencia.

Respuestas a las preguntas e intervenciones

Fronteras en el cuerpo

Las parálisis  histéricas son un primer mapa con fronteras que el sujeto intenta  hacer sobre lo femenino del goce. Lo que llamamos  somatizaciones en la histeria siguen con frecuencia las modas, las fronteras que la moda va estableciendo en el cuerpo femenino. No hay  parálisis  en cualquier lugar, no hay somatización en cualquier lugar sino  siguiendo a veces de manera muy precisa las líneas  de la moda: hasta dónde llega el escote, hasta dónde la falda. De modo que podemos decir muy bien que las parálisis histéricas, la historia de las parálisis histéricas -pero también la historia del  síntoma  histérico en general como  somatización- es un intento de dibujar fronteras en el cuerpo de lo femenino. Como hemos dicho, el problema es que lo femenino no tiene fronteras, pero el síntoma es justamente una forma de escribir fronteras en el cuerpo sobre el goce de lo femenino.

Ojos bien cerrados

Que la mujer cierre los ojos en el tango me parece una consecuencia casi lógica de lo que  estábamos  diciendo. Pensaba también en esas figuras del Barroco a las que Lacan presta todo su interés, desde Santa Teresa hasta Ludovica Albertoni en Roma. En la otra escultura menos conocida de Bernini, “El éxtasis de la Beata Ludovica Albertoni”, la mujer está en posición de  éxtasis  como  Santa Teresa pero con los ojos cerrados o a punto de cerrarse. Ahí la experiencia del goce evoca de inmediato el borde de la pulsión de muerte. El problema es que con Santa Teresa o con Ludovica Albertoni no se puede bailar el tango… pero sí se puede aprender algo, como hizo Lacan, de las formas en las que el goce femenino aparece en la historia del arte.

El sexo es lo femenino

Lo que Lacan dice de una manera muy radical es que el sexo es lo femenino: «el sexo en mi enseñanza se entiende como lo femenino». Es decir, sitúa la dimensión del sexo como la alteridad del goce femenino. Y es por eso que, dirá finalmente en “L’étourdit”, la posición heterosexual, ya sea un hombre o una mujer, es amar a una mujer, en la medida que hace presente esta alteridad del goce para cada uno. Ese es todo el problema, ¿cómo amar algo del goce hétero que aparece en un hombre y en una mujer de distinta forma?

Estaría de acuerdo con la idea de que siempre estamos expuestos a intentar dar una forma a lo que no tiene forma de lo femenino. Es también intentar “terapeutizar” lo que no se puede curar en un sujeto -y que finalmente aparece como lo incurable-. Es en eso que hay que autorizarse finalmente. En la medida en que el analista se autoriza en lo femenino, va a contracorriente de la pendiente psicoterapéutica.

El superyó, femenino

La observación de la identidad entre goce femenino y superyó femenino es un equívoco sobre lo femenino, y sobre el superyó también. Jacques-Alain Miller hizo una buena elaboración sobre ello al decir que hay que distinguir al superyó del goce como femenino. Otra cosa es que el problema del goce femenino se le plantea a veces al hombre de manera insoluble, se transforma en una ley que se contradice siempre a sí misma. Al estilo de: así como el padre debes ser, así como el padre no debes ser, que es como Freud lo formula en «El yo y el ello». Es una antinomia imposible de resolver.

Hemos visto que en esta dimensión de lo femenino aparece un real sin ley, para retomar la expresión de Lacan. El sujeto masculino muchas veces intenta hacer de eso una ley de hierro. Y entonces sí, hay ahí una conexión directa entre el superyó y lo femenino hasta el punto de que podemos afectar al superyó como femenino. Pero no debería igualarse al goce femenino como tal, es justamente lo opuesto. Lo que hemos dicho del goce femenino es que es un espacio que no se deja representar por las fronteras del lenguaje o de la ley misma.

 

  1. Lacan, Jacques, El Seminario libro 19, “ou pire”, pag. 118. Paidos, 2012.
  2. Ob. cit.
  3. Lacan, Jacques, Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina, Escritos 2, Ed. Siglo XXI, 2010. pag. 695.
  4. Miller, Jacques -Alain, El ultimísimo Lacan, Los cursos Psicoanalíticos de Jacques – Alain Miller, Paidós, 2012, pag. 158.