Película dirigida por Woody Allen en 1988.
Presenta un aspecto muy frecuente de la sociedad actual, que consiste en dar la espalda al individuo. Muestra el engaño en que caemos al fijarnos como meta unos ideales que nos llevan a anularnos como sujeto. Al mismo tiempo da cuenta, a través de distintos personajes, de que hay otra manera de vivir sin dar la espalda a lo singular de cada uno. Nos enseña que, al hacerse cargo de ello, se abren puertas a una vida más vivible, de la que se puede ser dueño.
Woody Allen cuenta la historia de una pareja de éxito profesional, con un buen nivel económico y cultural.
Está protagonizada por Marion Post (Gena Rowlands), admirada profesora de filosofía de una importante Universidad de Nueva York. Mujer reservada sentimentalmente, casada con un prestigioso cardiólogo. Ambos separados de una relación anterior. Matrimonio al que el marido aporta una hija. La pareja vive una gran vida social. Aparentemente tienen una vida perfecta, viven de fiesta en fiesta.
Marion parece muy satisfecha, todo su entorno está fascinado por ella. Dice, a sus 50 años: “si alguien me hubiera pedido que valorara mi existencia, le diría que he conseguido una buena cantidad de satisfacciones”.
Decide tomarse un año sabático para escribir un libro. Alquila un apartamento. Casualmente, por una avería que hay en los conductos de refrigeración, a través de la rejilla del aire acondicionado oye las confidencias de los pacientes a un psicoanalista. Marion se siente muy conmovida, sobre todo por las confesiones de Hope (Mía Farrow), a la que vigila e intenta conocer. Es una mujer casada y embarazada, de un hombre al que no quiere, que comenta a su psicoanalista sus dudas existenciales. La identificación representa para Freud la forma más temprana de enlace afectivo y puede surgir siempre que el sujeto descubre en sí un rasgo común con otra persona.
Marion tapa la rejilla del aire, pero tiene interés por esta mujer que es capaz de hacerse cargo de sus problemas. Su aparente felicidad se ve removida, al darse cuenta de que ha vivido una vida fría y cerebral, basada en el miedo a las emociones y el autoengaño, evitando cualquier pasión. Ahora que escucha las confesiones de Hope, su fachada se derrumba. A través de los recuerdos rehace la imagen que tiene de sí misma. Está viviendo una vida de ficción de espaldas a su deseo. Hasta ahora, ella, mujer acomodada en una fachada impenetrable, no se ha dado cuenta de su engaño y de su falta de compromiso con la vida.
Como consecuencia de la valentía que advierte en las confidencias de la otra mujer, que es capaz de poner palabras a sus emociones, ella puede replantearse su vida. Podrá salir de su insatisfacción. Al final de la película, tras examinar su existencia por medio de sus recuerdos, se da cuenta de que su vida está vacía. Ahora que acaba de cumplir 50 años se siente feliz, por primera vez en mucho tiempo.
La película nos hace reflexionar sobre la importancia de hacerse cargo del deseo para evitar el vacío y la insatisfacción. Gracias a una contingencia, Marion pudo replantearse su vida y por medio de la otra mujer hacerse cargo de su división.
Woody Allen nos permite captar algo de la alteridad femenina y llegar a la concepción lacaniana de “la Otra mujer”.
La protagonista es un sujeto femenino que tiene como referencia, la Otra mujer, en la que busca las respuestas al enigma de la feminidad. Misterio insondable y causa de investigación psicoanalítica desde sus comienzos. La pregunta por la feminidad no involucra solo al hombre. Por el contrario, es la mujer misma la que más está apremiada por ella.
Concha Miguelez. Socia Sede de Madrid de la ELP.