El sexo de algunas especies de tortugas viene determinado por una contingencia basada en la mayor o menor profundidad en la que la hembra, una vez ha desovado, entierra los huevos en la arena. En función de esa circunstancia, los huevos recibirán mayor o menor temperatura, siendo este el factor lo que determina si un embrión se convertirá en macho o en hembra.

“Hembra” es el significante que inaugura la película de Lucía Puenzo. La pronuncia, significativamente, un biólogo, el padre de Alex, sujeto de quince años que ha nacido con lo que la medicina actual denomina ‘intersexualidad’ y que, hasta hace bien poco, conocíamos bajo el nombre de ‘hermafroditismo’. El padre de Alex –onomástico que permite mantener la ambigüedad– se dedica a rescatar tortugas heridas y luego sanarlas, tarea que pasa por una taxonomía sexual fundamentada en la anatomía. Sin embargo, esta seguridad de la que hace gala el personaje que interpreta Ricardo Darín, al adscribir a un sexo u otro los ejemplares de tortuga, se resquebraja cuando de lo que se trata es de determinar si su hijo es un hombre o una mujer, pues la anomalía que experimenta Alex al reunir en un mismo cuerpo los genitales de ambos sexos (anomalía en tanto que así parece ser vivida por la mayoría de personajes), es lo que permite a la directora problematizar la tradicional concepción de la diferencia sexual, una diferencia basada, como en el caso de las tortugas, en la distinción biológica.

A la luz de diversas reflexiones alrededor de esta cuestión se establece una diferencia entre sexo –concepto marcado con el signo de la anatomía– y género– término que designa la diferencia sexual como una construcción sociocultural–. De esta manera son una serie de imperativos socio-culturales los que tipifican o explicitan qué implica ser un hombre o ser una mujer. Es en este sentido llama la atención la sentencia de uno de los personajes oriundos del pueblo en el que la familia de Alex se ha refugiado de la mirada social, quien afirma que hay demasiadas especies en extinción. Para este pescador, claro representante de la concepción tradicional de la diferencia sexual –Alex, y también Álvaro, en tanto en cuanto supone un desvío de la vía regia de la sexualidad–, lo que estaría en extinción sería el hombre y la mujer heterosexual orientados por una ley que regula socialmente los comportamientos y actitudes que definen comúnmente cómo debe ser un hombre y una mujer. Desde este punto de vista, la pregunta sobre la anatomía resulta trivial, no así la que apunta a la elección sexual.

La castración, entendida como amputación quirúrgica, es una idea que atraviesa el film. Pienso en la defensa que Álvaro hace de la profesión de su padre al referirse a la amputación del dedo de un hombre con once dígitos; pienso, asimismo, en el explícito primer plano de la madre rebañándose el dedo mientras trocea una zanahoria. No obstante, no es la castración de los genitales la que está en juego, o al menos no solo. El sujeto, a diferencia de las tortugas, tiene un cuerpo, no lo es. Lo que determina la posición sexual de Alex viene dado por el Otro, por su categorización, por su discurso, es decir, por el falo. La posición sexual de Alex, o de Álvaro, no es la presencia o ausencia de un miembro, sino el modo como el sujeto se relaciona con la castración simbólica y con los dichos del Otro. Expresado de otra forma, los protagonistas se inscribirán en una u otra significación fálica en la medida en que consientan a dicha inscripción y acepten el goce propio implicado en cada una de ellas. En definitiva, se trata de una elección de goce.

El deseo que mueve a los protagonistas de la película tiene como resorte esa aceptación. Álvaro parece posicionarse del lado de la mujer, pese a su padre; identificado con la madre busca el reconocimiento de este, aun siendo precisamente su elección de objeto lo que provoca el rechazo de un padre que quiere hacer de él un hombre. El joven se ve capturado por el cuerpo desnudo que ve en las fotografías y que, más tarde, espía a través de la ventana. Perturbado por su propio deseo y angustiado por la culpa y la vergüenza, busca a Alex por lo que sabe que tiene, más que por lo que el joven es. Si la primera palabra del film (“hembra”) es significativa en este sentido, no lo son menos las que sirven de broche y que aluden a la distinción existente entre ser y tener, distingo que lleva implícita el modo de aceptar la castración.

El personaje de Alex es mucho más complejo y ambiguo. De la propuesta de Puenzo se desprende que Alex nace con genitales de mujer y de hombre, y los padres, que legitiman el discurso científico, se decantan por hacer del sujeto una niña. Para ello se está induciendo su feminidad químicamente y se perfila en el horizonte la perspectiva de una operación que acabe con la anormalidad que supone la hibridez de la niña, al menos desde la perspectiva de la madre de Alex, ya que el padre sí parecer atender al deseo de su hija. Él es quien no duda en declarar la sensación de perfección que le produce el cuerpo desnudo de su hija recién nacida. “Es perfecta” dice cuando admira lo completo de su cuerpo, es decir, que no le falta nada ni le sobra nada. Pese a ello, la familia ha huido de las miradas que consideran a Alex un fenómeno, y se retira del espacio que rechaza un cuerpo que no se decanta por un sexo u otro. Sin embargo, Alex da indicios de la asunción de su cuerpo y de su goce cuando decide llevar adelante una denuncia por agresión sexual (lo que pondrá en primer plano su condición) y cuando difiere la elección subjetiva al manifestar su deseo de “permanecer tal cual”, al menos de momento.

Los animales tienen algo que el hombre, en su baño de lenguaje, ha perdido: el instinto. Saben qué deben hacer, cómo y con quién. Para el homo loquens la relación sexual no existe. La película no nos muestra si finalmente Alex y Álvaro asumen su propio goce y consiguen conciliarlos, pero para ambos, como para el resto, el modo de hacerlo debe ser escrito por ellos.

Rosa Durá Celma. Socia de la sede de la ELP de Valencia.