Es cierto que las mujeres y los hombres no aman de la misma manera, la manera de amar de cada uno de ellos está determinada por su distinta forma de gozar. Si tomamos la definición lacaniana del amor: “amar es dar lo que no se tiene”, el amor equivaldría a la confesión de la falta, lo que sitúa el amor más próximo a la posición femenina, “se ama en femenino” incluso si es un hombre. Para un hombre “confesar su falta” contraría su posición como hombre relativa al tener fálico, de ahí que cuando un hombre ama pueda resurgir su orgullo y tener cierta agresividad contra el objeto de su amor. En el amor de un hombre hay algo cómico puesto que el amor atenta contra su seguridad. Pero si un hombre no puede sobreponerse al sentimiento de ridículo que puede acarrearle el amor eso da a entender que no está muy seguro de su virilidad, es decir que la virilidad de un hombre no está reñida con su capacidad de amar.

Para las mujeres no se trata tanto del tener como del ser y en este terreno el amor juega su partida pues ser amada tiene un valor fálico que ya había sido reconocido por Freud. “Ser amada” equivale para una mujer a ser el falo y a la vez se ama a partir de la propia falta. Cuando una mujer pierde el amor, pierde también su valor fálico y eso le acarrea unas consecuencias más graves y no comparables con la pérdida del amor para un hombre. Él pierde el amor pero su identidad como hombre se mantiene, pero si ella pierde el amor pierde también su identidad como mujer pues esta identidad ella la busca a través del amor.

El modo de hacer el amor también es distinto, para un hombre el amor puede muy bien no ir acompañado del decir, un hombre puede contentarse con su goce, eso le basta, le satisface y constituye lo esencial de su identidad de hombre, es decir que su modo de gozar no entra en contradicción con su identidad, sino al contrario, se articula a ella.

¿Qué busca un hombre en una mujer?

El hombre busca siempre en una mujer un plus de goce, un objeto de goce elegido según su fantasma o según su síntoma. Una mujer como persona sólo sería el envoltorio de ese síntoma, un síntoma que como cualquier otro tiene una determinación inconsciente. Cuando Lacan afirma que una mujer es un síntoma para un hombre, dice al mismo tiempo que el síntoma es algo en lo que uno cree, lo que no es poca cosa.

Al hombre su manera de gozar lo identifica como hombre, a la mujer no, porque ella está dividida entre dos goces. El goce fálico y el Otro goce. Una mujer tiene relación al goce fálico, éste le está permitido. La recuperación fálica puede jugarse del lado del hijo o del lado de los logros profesionales indistintamente o de ambos. Las mujeres actuales cada vez tienen más acceso a los lugares donde se juega el goce fálico a través de la profesión, ellas pueden hacerlo tan bien como los hombres, sólo que eso no las convierte en mujeres. De ahí que una patología de las mujeres actuales sea su división entre su vida profesional y su vida como mujer.

Pero además, una mujer tiene acceso a Otro goce distinto que el fálico, a Otro goce que no está causado por ningún objeto plus de goce, un goce envuelto en su propia contigüidad por estar excluido de las palabras, un goce que no sólo no la identifica sino que le sobrepasa. Este goce inaprensible puede ser causa de odio, si -como dice Lacan- “un sujeto puede envidiar en el Otro, hasta llegar al odio, hasta llegar a la necesidad de destruir aquello que no es capaz de aprehender de ninguna manera…” El goce femenino ilustra bien lo inasible en el Otro que abre la posibilidad del odio para cualquier sujeto, sea hombre o mujer. Dicho en otras palabras, el estatuto “fuera del lenguaje” del goce femenino abre sobre el “no-todo”. Ahora bien, hay un odio al “no-todo” en el sujeto neurótico ya que el “no-todo” inquieta en tanto que apertura sobre lo real que teme. Se puede decir entonces, que la aversión del neurótico por lo real explica el odio del goce femenino. El sexo femenino, el goce femenino, se sitúa así en el origen de todas las segregaciones.

Como por sus características el goce femenino no identifica a una mujer como mujer, ellas tienen que recurrir a otros medios para sentirse identificadas, fundamentalmente al amor. Ser la mujer elegida, ser la única, ser la mujer de un hombre le da a una mujer un amarre fálico que el goce propiamente femenino no le otorga.

La consecuencia subjetiva para una mujer del hecho de que su goce no la identifique como mujer es una tendencia a absolutizar el amor. El empuje al amor en las mujeres tiene relación con la heterogeneidad de su goce. Este goce compromete a una mujer en una lógica de absolutización del amor, allí donde el goce arrasa con las identificaciones, el amor restaura una identificación fálica. Cuando una mujer demanda ser la única para un hombre, demanda asegurarse un amarre fálico y al mismo tiempo quizá ella también busca abolirse en ese Otro que es su hombre. De ahí los esfuerzos que hacen algunas mujeres para hacer de su hombre una figura del Otro. Recuerdo una entrevista a una mujer que había elegido a un hombre capaz de matar, decía que lo había elegido precisamente por esto. A veces una mujer quiere que su hombre alcance la dignidad del Otro prestándose así a que ella pueda confundirlo con Dios. “Así podría decirse que mientras más se preste el hombre a que la mujer lo confunda con Dios, o sea, con lo que ella goza, menos odia, menos es y como no hay, después de todo, amor sin odio, menos ama” J. Lacan, S. XX Aún. P.108

Araceli Fuentes. Miembro ELP y AMP. Madrid.  

* Extracto de la conferencia dictada para la NEL – Ciudad de México bajo el título “Amor de mujer, amor de hombre” (Audio disponible en http://www.nel-mexico.org/index.php)