Lacan se tomó en serio desde el principio la dificultad que se deriva para los seres hablantes de la relación con la madre en la medida en que es el Otro primordial, en la medida en que el niño se apoya en la relación con la madre (y la madre tiene que sostenerlo, claro) para 1) entrar en el orden simbólico, 2) para introducirse en la dialéctica humana del amor y del deseo, 3) para constituirse como sujeto separado, 4) para hacerse un cuerpo.

1.- La madre no sólo se hace cargo de los cuidados del infans, sino que también, en cuanto objeto de su interés, le obliga a introducirse en el orden simbólico. En 1953, tanto en “Función y campo de la palabra” como en el Seminario 1, Lacan vuelve al juego del Fort-Da del pequeño nieto de Freud, tomado por éste como ejemplo del más allá del principio del placer, para mostrarnos una de las tensiones que atraviesa la relación madre-niño. El pequeño niño pronto identifica a aquella persona de quien depende su bienestar, y pronto también va dándose cuenta de que este otro, aparece y desaparece a su antojo, responde o no a sus llamados, y cuando lo hace, lo hace con mejor o peor tino. La crisis que produce en el pequeño niño esta mezcla de dependencia y de impotencia respecto de la madre, le empuja, según Lacan, a introducirse en el lenguaje, a doblegarse al orden simbólico en la medida en que necesita recurrir a los significantes Fort-Da o Ven-Vete para intentar dominar las idas y venidas de la madre. Lacan dirá con su peculiar estilo: “el momento en que el deseo se humaniza es también el momento en que el niño nace al lenguaje” [1].

2.- Unos años más tarde, en 1958, en “La significación del falo”, Lacan profundizará un poco más en la compleja relación del niño con la madre en cuanto Otro primordial que le introducirá en la dialéctica humana del amor y del deseo. El binomio necesidad-objeto de satisfacción que parece darse en el mundo animal con toda naturalidad, está totalmente desvirtuado en el mundo humano por el hecho de estar inmersos en el lenguaje. La entrada en el lenguaje que se deriva del desamparo original en el que vive el niño durante un largo tiempo obliga a que el ser humano tenga que hacer pasar su necesidad por la demanda, es decir, a que cuando necesita algo tenga que pedirlo, que hacerlo pasar, dirá Lacan, por el “desfiladero del significante”. El niño tiene que hacer un llamado a la madre para hacer saber sobre su necesidad. Este llamado tiene a su vez que ser interpretado por la madre y conforme a esa interpretación, la madre responderá con un objeto. Como en el teléfono escacharrado, la distancia que hay entre la necesidad y la demanda que se hace, entre la demanda que hace el niño y la interpretación que hace la madre y entre lo que ha interpretado la madre y lo que realmente puede dar al niño para intentar satisfacer su necesidad es tal que se produce una grieta entre aquel objeto que parecía poder llenar el agujero que llevaba al niño a demandar y el objeto que realmente recibe. Como consecuencia de este desfase producido por el hecho del lenguaje aparecen dos fenómenos netamente humanos: por un lado, la demanda queda escindida en demanda del objeto de necesidad y demanda de amor y, por el otro lado, aparece el deseo.

Para el infantil sujeto en su impotencia aparece antes que nada su dependencia de la presencia de la madre para poder satisfacer su necesidad, para el niño es casi tan vital la presencia de la madre, como que la madre pueda darle algo del objeto de su necesidad. La demanda de pura presencia de la madre es lo que Lacan denominó demanda de amor. Esta demanda de amor tiene desde el primer momento autonomía propia y guiará a partir de su aparición la vida erótica del sujeto, más allá de la demanda del objeto que satisface una necesidad concreta. Es una experiencia conocida por todos tanto del lado del lado del niño, del demandante de amor, como de la madre, del objeto de la demanda de amor: “Mamá”, “¿Qué quieres?”, “Nada”.

Sobre el otro fenómeno netamente humano que surge al tener que hacer pasar la necesidad por la demanda, el deseo, dirá Lacan muy elegantemente, que no es ni el apetito de la necesidad, ni la demanda de amor, sino que es precisamente el resultado de restar a la demanda de amor, la satisfacción de la necesidad. Es, pues, ese agujero que queda después de que esa persona de la que demandamos amor nos haya dado junto a su presencia algo de eso que pedimos. Este agujero es el gran motor de la vida humana.

3.- Las idas y venidas de la madre no solamente empujan al niño a incorporarse al orden simbólico, sino que también agudizan la curiosidad infantil para preguntarse acerca de qué es lo que va a buscar la madre a otro lado donde él no está: ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo para el Otro? El niño va a constituirse como sujeto a partir de la pregunta por cuál es el deseo de la madre. Lacan va a partir de la respuesta freudiana, la madre quiere el pene que le falta. Pero va a ir más allá, se preguntará: ¿qué es realmente ese pene que se supone que la mujer-madre busca? Lacan responderá con un cambio de significante: el “pene” con sus resonancias tan cercanas al órgano masculino nos confunde demasiado, lo que la mujer desea es el “falo”, es el pene en cuanto representante del deseo, en cuanto representante de aquello que desea y que se desea, pero que no deja de ser un representante. En este sentido, el pene tumescente, efectivamente es un representante del deseo.

Desde esta perspectiva es cierto que, como nos decía Freud, para la mujer que llega a ser madre, en el mejor de los casos, su hijo ocupará ese lugar de lo que se desea, de falo. Pero a juzgar por las idas y venidas de la madre (y también en el mejor de los casos), el hijo-falo no la colma del todo y la madre mostrará entonces su cara de mujer que desea otra cosa que no es su hijo (al padre del niño, a otros hombres, a otra mujer, su trabajo, los amigos…). Lacan vuelve a poner en juego así la libido materna más allá del objeto niño. Este norte del deseo de la madre será fundamental para orientar la subjetividad del niño y es lo que Lacan denominó el Nombre del Padre. Esta es la versión del Edipo en Lacan: es necesaria una madre que desee algo más que su hijo como falo para que el niño no quede atrapado en su condición de falo compensador de la falta de la madre.

4.- Tenemos que tener en cuenta que todo este complejo entramado que arma la relación madre-hijo se da en un encuentro cuerpo a cuerpo. Esta relación cuerpo a cuerpo permite que el niño se haga con un cuerpo imaginario a partir de la relación con la imagen del cuerpo de la madre, tal como nos explica Lacan en “El estadio del espejo”. Como además está relación cuerpo a cuerpo se da acompañada de palabras, el niño apoyado en el Otro Primordial que es la madre, puede asimismo hacerse con un cuerpo simbólico, con palabras que nombran su cuerpo. Pero además algo se escapa tanto a la captación imaginaria del cuerpo como a su recortamiento con palabras, hay en el encuentro entre madre y niño una experiencia real con efectos de goce para ambos. El dar de mamar, el acunar al niño para que duerma, el atenderle en su aseo, en su vestido, en su juego, el nerviosismo, el placer, la suavidad, la brusquedad, el asentimiento o el rechazo al cuerpo del otro… En fin, todo un mundo que deja marcas indelebles en cada uno de nosotros.

Del lado del niño, en la intensidad de la relación con la madre hay algo, por un lado, muy deseado, pero, por otro lado, hay algo que causa horror. El Deseo de la Madre tiene dos vertientes, por una parte, en el niño, desde su desamparo original que pervive en la adultez, hay un Deseo de la Madre, un deseo de permanecer unido a la madre en tanto que Otro primordial dispuesto a responder a la demanda del sujeto, tanto con el objeto de necesidad como con el signo de amor, dispuesto a sostener al niño en su constitución como sujeto separado. Este anhelo de la figura maternal trasciende a menudo a la vida erótica de los individuos en la adultez. Pero, por otra parte, está el Deseo de la Madre, del lado de la madre que desea. En este caso, tanto si lo que desea es reintegrar al hijo como objeto que la completa, como si desea sexualmente otros objetos que no son el hijo, hace que la madre se vuelva una figura que aterroriza, que angustia: la boca del cocodrilo, que sin el palo que pone el Nombre del Padre para separarla de su hijo, se lo comería, o la loca Medea o la madre de Hamlet, capaces de asesinar a sus hijos o a su marido por el deseo hacia un hombre.

Desde la perspectiva del sujeto femenino que llega a ser madre, no es menor la dificultad de sostener este lugar de Otro Primordial, y cada mujer-madre se verá abocada a encontrar un camino para sostener su complicada función.

Esperanza Molleda. Miembro de la ELP y Amp. Madrid.

Notas:

  1. Lacan, J., “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, Escritos 1, 1953, Seminario 1, p.227-257.