Hace ya casi dos años comencé mi primera experiencia como cartelizante formando parte del cartel titulado “Cuerpo, lengua y sujeto”. Ha llegado por tanto el tiempo de concluir. Aunque el tema de mi trabajo de investigación era “el cuerpo femenino”, la dinámica de trabajo del cartel fue introduciendo un giro inesperado, como consecuencia de mi propia experiencia del inconsciente en relación al cartel.

Al principio de mi investigación me surgió una pregunta: “¿Qué es una madre?”. Siendo seres hablantes se hace muy difícil pensar que ser madre “es simplemente algo natural”. Desde el discurso biologicista se afirma que una madre nace en el momento en el que se queda embarazada una mujer. Se aboga por el instinto maternal que se justifica por un vinculo de apego que surge de los cambios bioquímicos presentes en el cuerpo de la madre desde el inicio de la gestación.

Sin embargo, me surgía el enigma de cómo una mujer puede apropiarse de ese “cuerpo extraño” que inicialmente habita en su cuerpo. Si algo pone de manifiesto la maternidad es la alteridad que supone el cuerpo para el sujeto. Así pues, no hay determinación biológica absoluta o fuerza instintiva natural que nos impulse a ser madres.

En la modernidad hemos pasado del goce de la privación al imperativo de goce. En este sentido, el discurso de la ciencia se transforma en una herramienta que forcluye la subjetividad del individuo, anula las preguntas que pueden surgir en el sujeto dividido e impone al sujeto un goce imposible de satisfacer en su totalidad.

En el campo de la maternidad, la ciencia médica no sólo anula las preguntas que le pueden surgir a una madre, primeriza o no; sino también, las preguntas de un profesional sanitario que se ampara en los protocolos que dictan las sociedades científicas del momento para eliminar la angustia ante el deseo del otro.

En la era del “Just do it!”* (simplemente hazlo), se propone una fórmula vacía que empuja a un goce sin objeto. En el campo de la medicina pediátrica esta fórmula ha producido una modalidad de apoyo incondicional a la lactancia materna. Bajo este lema se invita a la desorientada madre a ser no solo una buena madre, sino la mejor.

Para ello deben ser toda madre, sacrificada a la demanda sin limite del recién nacido, y por ello excluyendo la demanda que viene del padre. Esta lactancia sin límite reduce en muchos casos la demanda del niño a la necesidad obturando la falta en la madre y en el niño. También encontramos la anulación de una posición de no-toda madre que interrogaría sobre el propio deseo, en la maternidad y por fuera de ella.

Una madre, en tanto ser hablante, es una mujer que está atravesada por el lenguaje. El significante madre, atravesado por la falta, no puede por tanto referirse a una maternidad universal. Si en la posición femenina no hay un significante universal para la mujer, tampoco hay un significante universal para la madre. “La” madre no existe. Existen soluciones particulares. Cuando la madre puede inscribir al niño en su universo simbólico y puede nombrarlo, puede también nombrarse a sí misma como madre.

La maternidad como acontecimiento único e irrepetible, requiere una respuesta que no puede ser sino singular, en tanto que anuda los tres registros real, simbólico e imaginario. Porque “madre no hay más que una”, hay maternidades, una por una.

Ana González Arévalo. Socia sede de Málaga de la ELP: 

* La voz del Superyó: Just do it! (Miquel Bassols).