Voy a comenzar con una viñeta clínica que nos ofrece Jacques Alain Miller en Los usos del lapsus

Se trata de un paciente obsesivo que tenía un especial don para el uso de la palabra, lo que para los psicoanalistas no tiene tanto que ver con le elegancia retórica sino con la capacidad de producir un “bien decir” que consigue ir más allá del sentido común. El sujeto en cuestión comenta cuál es la característica de las mujeres con las que se ha relacionado a lo largo de su vida del siguiente modo: “mujeres locas, que quieren, quieren, quieren”

Miller quedó “transportado” ante una formulación tan esclarecedora de la modalidad del deseo femenino, pero su paciente no tardó en decepcionarle al incurrir inmediatamente en un gran tópico: “Ellas nos saben qué quieren!”. Se acabó el bien decir capaz de aproximarse a lo real porque, efectivamente, esa respuesta representa la gran coartada utilizada por lo hombres y hasta por las propias mujeres para eludir el enigma de lo femenino.

Un lugar común repetido mil veces en el decir popular y reproducido hasta el infinito en los chistes.

Como no hemos querido renunciar al humor en la preparación de estas Jornadas cuyo tema podría constreñirnos al estrecho marco de lo políticamente correcto, traigo una viñeta en la que se ve a una mujer arengado a un grupo de mujeres

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Podemos afirmar que: todos saben que las mujeres no saben lo que quieren, quieren, quieren. I es verdad, salvo cuando en lugar del deseo es el capricho como voluntad imperiosa el que se impone, es decir el goce.

Ahora bien, utilizar este saber general como argumento abre la puerta a todo tipo de proyecciones agresivas y misóginas que resultan demasiado cómodas para no sostener la interrogación e ignorar la posición de cada uno ante el enigma de lo femenino (cuestión decisiva para todo ser hablante). Por este motivo, Miller le hace ver a su paciente que más vale que empiece aceptando que es él quién no lo sabe porque solo por esa vía puede llegar a descubrir algo interesante. Incluso cuando, en segunda instancia, admitamos que efectivamente ellas tampoco lo saben.

Precisamente es porque Freud pudo sostener la interrogación sin caer en la respuestas misóginas, que logró descubrir el inconsciente y, por ende, el psicoanálisis, Para ello tuvo que diferenciarse de sus contemporáneos que le susurraban al oido que para calmar a las histéricas solo había que recetar penis normalis en dosis repetidas y de aquellos que directamente las rechazaban por su incoherencia y falsedad. Freud las escuchó porque les supuso un saber del cual él carecía, se dejó enseñar por lo que decían, estudió el origen de sus síntomas, interpretó sus sueños, soporto esa extravagante transferencia que a otros les hizo perder pie y después de tres décadas de estudio reconoció que le había quedado una pregunta sin respuesta: ¿Que quiere una mujer? Pregunta que apunta a la singularidad de cada una de ellas y se aparta de los prejuicios generalizados del estilo de “todas son locas que no saben ni lo que quieren, pero quieren, quieren, quieren y lo quieren ya”

Lacan toma el relevo de la pregunta freudiana y vuelve a pensar a la mujer como ningún otro psicoanalista lo hizo. Él nos deja algunas pistas decisivas sobre las que trabajaremos durante estas Jornadas:

– La mujer no existe

  • Hay un goce femenino que escapa a la lógica fálica y constituye un enigma máximo tanto para los hombres como para las propias mujeres
  • Y que en lo relativo tanto a su deseo como a su goce, las palabras y el amor le son esenciales. El problema es que cuando palabras y amor se juntan no paran de provocar equívocos, equívocos, equívocos

 

Rosa López. Miembro ELP y AMP. Madrid