“Ante la mujer, el hombre goza del placer de la contemplación; se embriaga como ante un paisaje o un cuadro; la mujer canta en su corazón y cambia el color del cielo .Esta revelación le revela a sí mismo: no es posible comprender la delicadeza de las mujeres, su sensibilidad, su ardor sin un alma delicada, sensible, ardiente”
Simone de Beauvoir, pp.342
Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, eran ante mis ojos, la pareja de moda, la de la nouvelle vague de los años de mi adolescencia, y bajo la que se organizaba , para mi, el comme il faut del amar y el compartir la vida. Un faro por el cual guiarme. Con bastante ignorancia sobre su filosofía, me identifique sin más.
“El Segundo sexo”, “Las palabras”, despertaron más si cabe, mi deseo de saber sobre el tema, hasta que al enterarme años después, cuáles eran las tesis en que se sostenía la modalidad de sus encuentros, cayó tal identificación.
Vuelvo a tropezar con ese libro de S. de Beauvoir y no deja de asombrarme el vigor y el estilo de esa mujer que inicia después de la guerra, una vía inédita hasta ese momento, para decir y animar a las mujeres a una reivindicación de su ser, a través de los principios del pensamiento de Sartre, y el existencialismo, que hace suyos y en el que desemboca su reflexión.
Sin embargo, aún bajo esa innegable influencia, hay algo que le es propio en la elaboración de esa pregunta que inaugura las primeras paginas de El Segundo Sexo: una pregunta que parte de su propia interrogación acerca de¿ cómo llegó a ser mujer? En lugar de producir un libro confesional, y con la decisión de responder a ello, encontramos un despliegue de referencias, un riguroso examen de los materiales citados y una lectura de estos, ante la cual lo menos que puede hacerse es saludar el coraje de tal empeño, sutil e inteligente .
A poco que se eche la vista atrás, sólo unos 50 años, podemos decir que nuestro naciente siglo XXI, nos arroja a una época cuyos fenómeno sociales, políticos, económicos, artísticos resultan de tal extraordinaria envergadura que exigen – no menos que entonces- , nuestra mas fina atención y esfuerzo para aproximarnos al entendimiento de esas desgarraduras que muestran hoy lo instituido, conmovedoras del stato quo.
¿Quien podía anticipar que los cuerpos sexuados- esa toma de posición que no puede ser sino inconsciente y ajena a toda biología, intención, voluntad o conciencia a la que adscribir tal elección, siempre forzada y a la vez ligada de modos muy precisos a la lalengua , y a aquellos que nos han hablado- , que los cuerpos sexuados iban a desbordar el marco establecido por las más inmutables tradiciones, sean éstas tanto las occidentales como las que nacen en otros bordes discursivos, en otros regímenes de ley y goce.?
Situémonos. En 1949, en plena posguerra, se publica ese texto de S. de Beauvoir valiente, riguroso y vasto, de una gran formación en las letras y la filosofía. Encontramos allí , que munida de una fina lectura de los creadores de su época , despliega generosamente, su pregunta por el ser de la mujer, interrogándolo desde las aristas posibles a fin de producir una respuesta . Una pregunta que fue abierta por Freud, muchos años antes de otra manera, es decir, apuntando a otra zona distinta: ¿ qué quiere una mujer? no es igual a ¿qué es ser una mujer? . Ciertamente el ¿qué quiere una mujer? interroga lo que es del orden del campo de un goce, en tanto sería un goce diferente, si es que lo hubiera, al goce para todo ser que habla.
La pregunta freudiana ,parte de lo que la experiencia clínica le enseña como diferencias en los goces, destilados en los hallazgos de los finales de análisis, a partir de lo que queda de los restos sintomáticos del lado hombre, del lado mujer.
Ese “ser” al que apunta S. de Beauvoir, aunque no lo enuncia explicitamente y si seguimos las claves de su lógica, toca el goce de una mujer, e intuye algo que tiene que ponerse bajo ese epígrafe.
A ello, conviene atribuir me parece esos hallazgos que se le imponen bajo los términos de Alteridad, la Otra, soledad , el Otro , la verdad, el sujeto mujer, en tanto términos que abren, componen lo más propio de ese “llegar a ser” mujer.
Bajo su pluma hay páginas memorables en las que aparece su sensibilidad poética que sabe ensalzar los valores de lo femenino, dejando que la palabra tome vuelo por la mediación de lo que Stendhal le permite captar de lo que “a(l)ma” en las mujeres.
Sin entrar en su apasionante investigación, quiero destacar aquellos hallazgos, verdadera anticipación de lo que Lacan supo no esquivar de lo que le enseñó la clínica respecto al goce: un campo del goce que no se drena por el falo y su función y que queda fuera de toda saturación por lo simbólico, por la palabra y sus leyes, por lo que ella, será no-toda, respecto a la función fálica. Sin que ello la excluya, por su condición de ser hablante, de su determinación por la función fálica.
Las feministas, sus movimientos, sus teóricas podrán exclamar: ¡una nueva treta discursiva para poner al hombre del lado del todo y a las mujeres del lado de la no-toda! Otra vez el menos de su lado!
La clínica nos enseña que hay goces diferentes y que esa diferencia no es igual a ningún menos.
La mujer como sujeto
Especialmente preciosa es la indicación que surge bajo su pluma como reivindicación: considerar la mujer como sujeto. Ahí hay que situar lo que corresponde a todo debate ineludible acerca de una igualdad entre hombres y mujeres: su estatuto como sujeto de derecho, civil y jurídico incluso.
Alli se juegan las cartas de esa insistente “igualdad” que hoy, resuena globalmente, y a la que no es posible desatender.
S. de Beauvoir da los instrumentos para sostener esa bandera, retomada por los diferentes movimientos feministas. Pero aquél, no es el campo del goce. En éste, no hay igualdad. En éste, domina y rige la singular elección de objeto que no se comparte, por ser lo mas particular que tiene cada ser que habla , y por resultar de la pura contingencia de los encuentros en los que, un cuerpo devenido deseante, queda apresado. Como nos lo enseña el psicoanálisis, no hay norma que diga lo que hay que hacer como hombre o como mujer, en el campo del goce sexual. Hay, lo que viene a ese lugar de vacío: invención.
El campo donde se realiza la solidaridad de inconsciente-pulsión, se juega con la inclusión del objeto a, recorte de goce y plus de gozar. Y es con ello que comienza la diferencia de los goces, sólo indicable después, a posteriori, en su realización.
¿De qué diferencia se trata?
En todo caso, en Simone de Beauvoir, es notable cómo su pregunta por el ser mujer, la formule -bordes sutiles-, desde la perspectiva de los hombres. Es a ellos a quienes dirige y espera la respuesta a su pregunta por el ser.
Esto llama la atención: nos entrega, al final de este primer tomo, los términos que componen ese ser una mujer para y desde la perspectiva de un hombre. Esas referencias literarias, de distintos escritores en las que se apoya, elevan una mujer a diferentes escabeles: la despreciada; como medida de la adoración al falo; la que equivale a la verdad; la idealizada inalcanzable y su Dios; la oportunidad del seductor y del amante y metáfora de la poesia.
Es decir, apela a lo que es una mujer , desde la perspectiva de lo que canta, trama, configura o construye aquél, que situándose del lado masculino de las fórmulas de la sexuación, hace de ella su Otro radical , causa de su deseo, a partir del montaje del que se sirve a tal fin, y bajo el que será presentado ese Otro que deviene partenaire.
Los cinco hombres que toma como ejemplos de qué es ser mujer, sirven ajustadamente a la demostración de cómo esa construcción depende y se organiza desde el fantasma. Del fantasma y del marco que le da no solo sus bordes, sino también la elucubración de un saber con el que se compone la figura de una mujer, en tanto debe servir al objeto a, como causa de deseo para la obtención de un goce. En este caso, fálico.
Una mujer, síntoma para un hombre
Lo que hay son los partenaires- síntomas. Asi, una mujer es síntoma para un hombre.
Él le canta, hasta el desgarro y su síntoma. Hoy mismo escuchaba a un cantautor quien entonaba canciones de amor a su amada, perdida o encontrada, presente o ausente, temida o temeraria, amable o cruel
Y para ella, ¿qué es un hombre?¿ y cómo se las arregla con lo real? Ese lado queda menos investigado por la autora.
Evoquemos esa angustia de la que hablaba Kierkegaard atribuyendo a la mujer una mayor relación con ella, y que la califica en algún punto, en tanto que la feminidad implica una asunción, inconsciente y no voluntaria, de lo real que, de su lado se juega en ese campo que le es propio: la relación con la menstruación, los dolores del parto, el desdoblamiento entre mujer y madre.
Y es ahí, en mi lectura, donde S. de Beauvoir parece apelar a la unidad, ideal, que supone puede obtenerse desde el hombre.
Sin llegar a ello, es desde su división subjetiva, de la cual la histeria es su paradigma, que busca al partenaire dotado de los poderes de un Otro al cual dirigirse, en la espera de que, al asegurarle que es ese objeto preciado de su deseo, podría colmar su falta.
Mucho habría que decir al respecto. Lacan no dejó de esclarecer esta confusión relativa a los importantes matices que implica ese “ser el objeto causa del deseo” de un hombre, para las mujeres.
En este último sentido, destaco ese marcado interés que demuestra Beauvoir, relativo a ¿qué es una mujer? para un hombre. Encontramos en su punto de partida, estudios comparativos del valor de un hombre y de una mujer, en muchas de las significaciones que circulan en cuanto a lo “que se dice”.
Notable uso de esos ejemplos literarios que demuestran en su insuficiencia, poder responder, desde allí, sobre algún universal.
Entre los polos más extremos tenemos a Montherlant y a Stendhal, pasando por D.H.Lawrence, A.Breton, P. Claudel cuyas mujeres son cada una, una construcción distinta .
Creencia, que en sus diferentes versiones, presenta a mujeres, en plural. No hay La Mujer.
Cada una de las presentaciones , demuestra resultar o deviene, una construcción hecha de elementos depositados en el lenguaje y rescatados como índices de lo más singular que , bajo esa figura, revela más bien una posición subjetiva respecto al Otro, en tanto alteridad radical. Pero no corresponde a ninguna esencia, eterna, ni universal.
Si no se trata de esencia alguna, sino subordinado a las variaciones discursivas de quien lo enuncia, ¿cómo concebir esa diversidad de creencia que inventa distintas mujeres?
Sin animo de ser exhaustiva en esta reflexión, me arriesgo a un pequeño ejercicio: ¿qué nos enseñan los ejemplos que trae Beauvoir, en este primer tomo de El segundo sexo ?
Que a pesar de la diferencia de versiones, algo se mantiene constante en cada una de éstas.
- El ser esa Otra ,causa del deseo, revela de la indestructibilidad del deseo , de sus condiciones y su permanencia , más allá del anudamiento particular que hace, a cada parlêtre, singular .
- La constancia de los fantasmas privilegiados, dibuja una relación particular a lo que se configura como partenaire.
- El deseo es la presencia efectiva de las pulsiones, en tanto tal, es que se pueden leer esas versiones como el efecto de la palabra en el cuerpo, en tanto origen común que produce sentido y goce. Inconsciente y pulsión.
Ninguna de esas versionas nos da la esencia de lo que es “ser una mujer”.
Beauvoir, una mujer
También para ellas, el otro sexo, es un Otro al que dirigirse en su radical alteridad para alojar ahí la metonimia del deseo e instituir vía el amor, ese punto de fuga inalcanzable que está en el horizonte de lo incondicional de toda demanda.
Si es así, ¿qué mujer encontramos como apuesta de ese encuentro con el partenaire-Sartre?
Su biografía da cuenta que nunca abandonó esa elección. Más bien se sostuvo ahí a pesar de las privaciones a la que ello la condujo: ni convivir, ni los hijos, ni la herencia de los bienes. Otra fue la elegida para el legado.
Si aludimos a los restos metonímicos de la huella del ser que habla, por atravesar el desfiladero del significante, queda la marca simbólica, ya imborrable, de su paso por la “trascendencia” y del lado del goce de cada uno, queda lo intransferible.
De la igualdad, ni rastros.
Del amor, encontró del lado de su partenaire, palabras, esas que al parecer, ambos amaban en demasía y a cuyo altar al menos para ella, ofreció su bien.
A lo que no renunció fue a su nombre, acto que inscribe a ambos unidos en la historia de las letras. Quizás, se trataba de realizar el deseo como “trascendencia” y apartarse de toda difamación procedente de la “inmanencia”.
Según se cuenta, Sartre la llamaba , y así selló desde el inicio su inquebrantable historia, bajo el nombre -¿de goce?- de “mi querido castor”, el que trabaja sin descanso.
Cuestión encarnada hasta su limite por S. de Beauvoir.
Mónica Unterberger. Miembro ELP y AMP. Madrid.
(*) de Beauvoir, S. – El segundo sexo, Volumen 1, Los hechos y los mitos; Ediciones Cátedra, Universidad de Valencia, Instituto de la Mujer, 1999.
(**) Extracto de un trabajo mayor.