El goce femenino o goce suplementario aparece en varios textos a lo largo de la enseñanza de Lacan, pero toma mayor importancia a partir del “Seminario XX”. Escapa a las palabras y a la representación, no se rige por las leyes del lenguaje y la significación. No está en referencia al goce fálico, es radicalmente diferente. Que ese goce suplementario esté del lado mujer, no quiere decir que el hombre no pueda alcanzarlo, como tampoco que las mujeres no estén ordenadas en el goce fálico.

Para Freud no hay más que una sola libido y esta está marcada con el signo masculino. Si el falo es el símbolo único para identificarse, ¿tendremos que deducir que hay un solo sexo? La carencia de significante de la feminidad, independiente de la significación fálica, constituye lo específico de la castración de una mujer.

La figura del padre primitivo en el lado hombre vale como interdicción del goce, sin embargo del lado mujer esta acción es diferente, porque no es lo mismo partir del temor a perder, que partir del deseo de tener. De esto se deriva una relación con el goce diferente. Las mujeres participan del goce fálico, pero tienen una relación diferente con aquello que le pone límite.

Lacan nos expresa con las fórmulas de la sexuación que La Mujer es “no toda”, está dividida. Ella apunta al falo como atributo de su compañero, pero la otra dirección de su deseo apunta hacia S(A/). Esta particularidad define el deseo femenino. Las tesis de Lacan colocan a la mujer más allá del Edipo, este es el lado de las fórmulas que no pueden calificarse de femeninas, pero definen otra cosa que el lado “todo” fálico.

Decir que la mujer está “no toda” en la función fálica, implica reconocerle un goce diferente que el que ordena la castración. El Otro sexo, La Mujer, tiene Otro goce que el fálico, que está en relación con el goce del Otro. Lacan en el “Seminario Aún” dio cuenta de la construcción de   una clínica “no toda” con manifestaciones esporádicas, en oposición a la constancia fálica.

Lacan imputa a Freud el hecho de haber trasladado a las mujeres lo que había señalado en los hombres, que les haya aplicado la misma medida, esto es la medida fálica. El problema, según Lacan, es no haber situado en la estructura la diferencia hombre mujer de manera satisfactoria.

Jaques Alain Miller en “El ser y el Uno” nos dice que Lacan, en un primer tiempo, consideró que la mujer tenía goce femenino y el hombre masculino. Más tarde planteó el goce femenino como el régimen del goce como tal. “El goce como tal es el goce no edípico, el goce concebido en tanto sustraído, fuera de la maquinaria del Edipo, es el goce reducido al acontecimiento del cuerpo”1 Se trata de un goce Otro que tiene que ver con el acontecimiento del cuerpo, ése cuerpo que goza de sí mismo es el cuerpo en su vertiente real.

El abordaje por parte de Lacan del goce femenino permitió llegar a la generalización del goce, dio lugar a un cambio en la concepción del síntoma, de la interpretación y del cuerpo, como aquello que “se goza”.

Los éxtasis de algunos místicos se aproximan al goce femenino. Un goce inquietante, perturbador, no limitado por el Principio del Placer, que se sitúa entre el placer y el sufrimiento. Un goce que la hace Otra para sí misma.

El ascenso de las mujeres en el siglo parece ir de la mano de la extensión del discurso de los derechos del hombre y de los ideales de justicia equitativa. Cuanto más triunfa esta justicia igualitaria, con lo que implica de medida común, más toma existencia el Otro y su goce opaco, fuera de la ley fálica.

Patrik Monribot en Meteoro número 2 “El erotismo y la ciencia” comenta que, frente al enigma del goce femenino el discurso científico falla, porque el goce femenino es efecto del lenguaje. Ningún discurso podrá eliminar esa falta estructural, ese agujero en lo simbólico, en cuanto a ese goce específico que determina lo que Freud llamó “Una laguna en lo sexual”.

Concha MIguelez. Socia Sede de Madrid de la ELP