Voy a establecer rápidamente las coordenadas en el seno de las cuales se situará el desarrollo que quisiera hacer respecto a algunas soluciones femeninas con la relación sexual, a las que llamaré saber hacer. La afirmación de Lacan, “no hay relación sexual que pueda escribirse”, afirmación que sirve de fundamento para el discurso analítico, produjo, en el momento de su enunciación, el efecto de una bomba y de un escándalo. Sin embargo, y conforme a la demostración lógica que Lacan hizo de ello entonces, hoy se verifica en el discurso del amo contemporáneo, lo cual, una vez más, él había anticipado. No desarrollaré el aspecto que la multiplicación de los modos de goce sexuales no correlativos a la diferencia hombre-mujer y a la norma edípica permite verificar en la psicopatología de la vida amorosa de hoy en día. La creencia en una relación sexual entre hombres y mujeres necesitaba de la univocidad del Nombre del Padre, incluso si, desde que Freud lo observara, la clínica analítica de los parlêtres extrajera el sentido opuesto. Hoy, por lo tanto, la idea de que no hay relación sexual entre hombres y mujeres se ha vuelto casi una evidencia, lo que desde luego no quiere decir que la fórmula se comprenda mejor.

Es necesaria aquí una oposición entre relación y lazo, incluso una alternativa: si la relación puede escribirse, entonces el lazo, es decir, el discurso, ya no es necesario; si la relación no puede escribirse, entonces, y cito a Lacan en el Seminario 18, De un discurso que no fuera del semblante, “es pues en un discurso donde los entes hombres y mujeres, naturales, si puede decirse así, tienen que hacerse valer como tales” [1]. Esta oposición entre relación y lazo se presenta según otras: escritura y lenguaje, letra y palabra. En la medida en que no puede escribirse bajo la forma de una relación en lenguaje matemático o incluso lógico, lo sexual es objeto de un decir, e incluso constituye, en tanto que significación imposible, el fundamento de todo sentido, o del sentido por el que no escatima esfuerzos el discurso del amo, es decir, también el inconsciente al que satura. Es porque la necesidad sexual no es, como Lacan lo dice en ese mismo seminario [2], “mensurable”, que de esa indeterminación se deriva la imposibilidad de inscribir una relación. En cambio, si bien no es posible escribirla como una función, es posible “enunciarla” [3]. El lenguaje no da cuenta de lo sexual como relación y, por la misma razón, produce la dimensión de lo sexuado como conjunto de ficciones. Por lo tanto, es en el nivel de los enunciados, de la enunciación, de la palabra y sus usos, que lo sexuado organiza el discurso. La fórmula “no hay relación sexual” tiene entonces como reverso “hay lazo que es sexuado”. Las soluciones subjetivas femeninas que vamos a considerar se sitúan en un discurso y, como tales, dependen del semblante y de la ficción. Constituyen un saber hacer allí que, desplegándose en el universo del discurso del inconsciente, apunta y designa, desde el lazo social, un vacío que constituye la relación faltante.

La astucia y el silencio

Hace algunos años, había sido llevada a trabajar un pasaje del Emilio de Jean-Jacques Rousseau en el cual comparaba una manera femenina y masculina de hacer con la ley y lo prohibido. No retomaré ese ejemplo, pero desarrollaré otro, fruto de la observación. Dos niños de la misma edad, entre tres o cuatro años, una niña y un niño, pasan sus vacaciones con otros niños. En la casa donde viven hay numerosos juguetes. Constantes disputas y rivalidades que engendran peleas a propósito de esos objetos, llevaron a los adultos a cargo a pronunciar una regla: “Los juguetes de la casa son de todos los niños”. Observarán la estructura de tipo “para todo”, que sitúa a la frase del lado de lo universal. El niño está en una habitación, absorbido por la utilización de un juguete. La niña llega, mira, toma su juguete y, ante sus gritos, le dice: “Los juguetes son de todos los niños”, y luego se va con su botín. ¿Qué ha hecho? Bajo la frase que repite, ley universal, hace surgir otra dimensión, no enunciada. Cortocircuitea el “paratodo” que no existe, mediante un acto que es el signo del “un niño”, existencia de lo singular, aquí de la singularidad de un deseo marcado por la competencia por el objeto que Lacan analiza de modo tan nítido en el Seminario La Angustia. Llamaré a esta solución la “astucia”, puesto que este acto en ningún caso pone en tela de juicio la ley universal como tal, sino que más bien se apoya en la formulación misma de esta ley, y sin embargo la revela como ficción, al mismo tiempo que reintroduce allí una dimensión que dicha ley ignora. En el ejemplo extraído del texto del Emilio, es introduciendo un espacio en blanco en la cadena de la demanda oral bajo la forma de un silencio, que el sujeto devuelve al Otro la carga de explicitar la demanda que él mismo prohibió en su formulación. La astucia implica entonces, en primer lugar, un saber de la falta y su aceptación; en segundo lugar, una utilización de la palabra que borra la posición singular del sujeto que permanece no dicha; en tercer lugar, un manejo de la falla en el Otro de la ley y del lenguaje. Supone una familiaridad con la función castración en la relación con el objeto. Estas soluciones son antiguas y llevan la marca del discurso histérico. Citemos a Lacan: “están las consecuencias para la posición femenina de la mujer del hecho de que no sea más que a partir de ser una mujer como ella puede instituirse en lo que es inscribible por no serlo, es decir, quedando apartado de lo que atañe a la relación sexual. De donde resulta el hecho, bien legible en la función tan preciosa de las histéricas, de que son ellas las que respecto de la relación sexual dicen la verdad. […] En lo que respecta a hacer de todohombre, ella es tan capaz como el todohombre mismo, a saber, mediante la imaginación.” [4] La cuestión es que ya no necesariamente le interesa hacer de todohombre, y la imaginación tampoco, cuando lo que busca es, a falta de un simbólico, un real que no fuera del semblante. Volvamos a esta misma niña. A la edad de la identificación con la Princesa y de la supremacía del rosa chicle, en la que había entrado precozmente, su creencia en los atributos fálicos a veces incluso la habían llevado a vestirse con tres vestidos, uno sobre otro. Al ingresar a la escuela primaria, sus padres, respetando esta orientación, le habían ofrecido un cuaderno provisto de una llave, que se proponía como diario íntimo de una princesa, su confidente. Algunos años más tarde, estaba tirado en un placard, abandonado y en desuso. Tuve la curiosidad de echarle un vistazo. Hacía tiempo que había perdido su llave. Pocas cosas escritas, pero una frase se repetía con el correr de las páginas, frase escrita en caligrafías distintas, jubilosas: “El príncipe azul es un cretino”. Debo decir que eso me atrapó. Por cierto, es un secreto, no es para gritarlo a los cuatro vientos, como lo hago ante ustedes. Pero me vi tentada de ver allí una modificación en la posición histérica. Al leer el breve texto que Jacques-Alain Miller escribió recientemente sobre Sarah Palhin, veo allí el mismo movimiento de levantamiento del velo sobre la castración y de cuestionamiento del al menos uno, en suma, una relación con la función fálica sin la creencia en la excepción de la función.

Dos referencias clínicas me permitirán avanzar un poco más sobre esta solución por medio de la astucia. Una paciente viene a consultar porque, desde hace algún tiempo, la relación con su marido se ha deteriorado, lo que la hace sufrir mucho, puesto que ella ama a este hombre. Reduciré los datos a lo esencial: con ocasión de una mudanza, encontraron cartas viejas dentro de un baúl que había permanecido por años en la cabecera de la cama conyugal. Entre esas cartas, algunas eran de un ex y breve amante, anterior a su matrimonio. Ella había olvidado su existencia, así como por otra parte había olvidado hasta el nombre de ese señor. Pero su marido lo tomó a mal, reprochándole particularmente haberlo hecho dormir durante años, dice no sin exageración, con esas cartas bajo su cama. ¿Qué dice ella? No comprende ni su ira, cuyos efectos ella sufre sobre la relación que amaba, ni su acto, al cual comienza a percibir como formación del inconsciente. Había olvidado, es cierto. No guardaba cariño por esas cartas bastante insípidas, pero entonces ¿por qué las había conservado? Y, en ese sitio, en suma, no verdaderamente escondidas. Un trofeo es el primer significante que le viene. Una venganza será el segundo, que evoca el hecho de que, al comienzo de su relación, su marido distaba mucho de serle fiel. Finalmente, si ese amante olvidado tenía una característica, era su anonimato durante su primer encuentro sexual, anonimato asociado para ella al placer inédito que había experimentado. Evidentemente, pensamos en La carta robada a la que vuelve Lacan, siempre en el mismo pasaje del Seminario 18 [5]. Cito: “No es poca cosa anteponer la carta en cierta relación de la mujer con lo que, como ley escrita, se inscribe en el contexto en que la cosa se ubica, por el hecho de que es, en su carácter de reina, la imagen de la mujer como consorte del rey. Algo se simboliza aquí de manera impropia, y típicamente en torno de la relación en cuanto sexual […]. En este contexto, que una carta le esté dirigida adquiere el valor que designo, el de signo.” Y entonces Lacan se cita a sí mismo: “Pues este signo – digo, se trata de la carta – es sin duda el de la mujer, por el hecho de que en él ella hace valer su ser, fundándolo fuera de la ley, que la contiene siempre, debido al efecto de sus orígenes, en posición de significante, e incluso de fetiche.” La carta entonces procede de un acto de rebelión, rebelión contra su estatuto de significante o de fetiche en el contexto de la ley. Pero aquí, hay más que la carta, signo de esa rebelión y de su ser fuera de la ley. Aquí es ella misma y no un tercero quien oculta la carta, poniéndola en este sitio singular. Es ella entonces quien destaca la deficiencia de la relación sexual sin embargo promovida por el matrimonio. Por medio de la carta puesta en ese sitio, ella funda la relación sexual “estatizada”, legalizada, sobre un signo que la socava, que muestra su valor de ficción y, con ello, libera su ser. ¿Quién se sitúa en esta sombra que la carta produce para su matrimonio? Evidentemente, su marido, quien, de este modo, tomaba para ella un valor suplementario siendo feminizado, pero también ella misma, ya que lo había olvidado: por consiguiente, recuperación de feminidad para ella misma también.

Otro elemento clínico: en su análisis, esta mujer sumamente respetuosa de la transmisión patrilineal del apellido a los hijos, esta mujer para quien, dice ella, era impensable que sus hijos no llevasen el apellido patronímico de su padre, del padre que ella les había escogido, se da cuenta de que en la elección de los nombres negociados con el padre, una letra de sus nombres remite a ella. El orden simbólico, la nominación del padre es respetada, pero curiosamente viene a introducirse otra filiación paralela, silenciosa, no reivindicada. ¿Cómo no poner en relación esta nominación invisible con el rechazo a formar parte de los medios de producción, o de reproducción, sin que ese rechazo constituya en lo más mínimo un cuestionamiento a esta piedra angular que es el Nombre del Padre? No un deseo fuera de la ley, sino un deseo a pesar de la ley.

Un último ejemplo clínico me permitirá pasar de esta clínica de la astucia a la del estrago. En efecto, la característica de la astucia es mantener juntos lo sexuado como discurso del inconsciente y su vía de verificación, como lo dice Lacan, “dedicada a captar dónde la ficción, si me permiten, tropieza, y lo que la detiene” [6]. Esta verificación lleva a cabo el olvido, el secreto, el silencio, la carta y la escritura. Implica una cierta ironía aplicada al discurso del inconsciente, es decir, al significante amo, al que se cuida mucho de cuestionar o poner en peligro.

El estrago y la injuria

En una relación tormentosa y dolorosa, con un hombre que seguirá siendo el hombre central de su vida, esta mujer esperará muchos años antes de decirle que ese niño que es el suyo y que quiere más que a nada, no es de él: versión soft de Medea que vincula la astucia (el niño es aquí la objeción silenciosa) al estrago de la elección de este hombre, y concluye con un claro ataque al lazo simbólico por el cual se regula la transmisión y la producción. Contrariamente a la solución astucia, la elección del estrago ataca el valor fálico que el objeto tiene para el sujeto, y funciona disociando los objetos a de su valor fálico. Es entonces una mortificación del falo, en la cual el imperativo superyoico de goce acaba con el deseo y su causa. Este imperativo viene de algún modo a ocupar el lugar del Ideal del yo. Es por eso que el estrago hace volver al sujeto a una falta de investidura narcisística de la imagen del cuerpo, una falta del yo ideal, conectado no al Ideal del yo y al Nombre del Padre, sino directamente en cortocircuito con el superyó. En este sentido, el estrago es una especie de empuje a la mujer, injurioso del orden simbólico y, por lo tanto, del deseo, que ya no puede circular. Es el asesinato del cuerpo vivo por medio del verbo, sin el recurso al corte fálico efectuado por la nominación. Sabemos que Lacan hizo del estrago una solución femenina para aquello que, de lo real del sexo, no es saturado por el discurso. Pero el lazo con un hombre toma entonces el color de este real. El estrago es entonces la relación que una mujer produce con un hombre por medio del sacrificio consumado del tercero fálico, que llegado el caso puede ser ella misma. Pero ser el objeto a sacrificar no hace sino volverlo más necesario: eternizar el sacrificio del falo, tal es este método con el que hacer ex-istir lo femenino. Hoy no diré más sobre este asunto, que fue trabajado varias veces por diferentes colegas, y del que ya pude ofrecer en otra parte algunos elementos clínicos.

El arrebato y lo que no puede decirse

Este término también fue esclarecido hace un tiempo por Jacques-Alain Miller y Éric Laurent durante una conversación de las secciones clínicas, así como por un artículo de Dominique Laurent. Me parece justificado hacer a nivel del lazo sexuado, es decir, del discurso, una tercera solución femenina. “No es decible precisamente lo que es místico”, dice Lacan en el Seminario 18 [7]. La solución arrebato responde entonces a este punto de imposible en el decir. La referencia de Lacan es a la obra de Marguerite Duras, pero podemos hacer entrar en este mismo registro sus desarrollos sobre el misticismo en el Seminario Aun. En 2006, en Roma, Jacques-Alain Miller dio una conferencia sobre una analizante de Lacan, sor Marie de la Trinité. LNA publicó una carta inédita de Lacan a Marie de la Trinité, y Kristell Jeannot dirige un trabajo de investigación sobre algunos de sus escritos disponibles. En su carta, Lacan evoca “ese lazo” del cual destaca que el trabajo analítico no tiene por objetivo liberarlo sino descubrir qué pudo volverlo, a partir de un momento dado, “tan patógeno”, de modo tal de permitirle “satisfacerse allí, en lo sucesivo, con total libertad”. El análisis no interviene entonces sino para elucidar lo que pudo entorpecer el funcionamiento de “ese lazo”, entorpecer esa solución por medio del arrebato. Lacan remite ese entorpecimiento al voto de obediencia que había ocasionado “temas de dependencia”. No es seguro que la solución por el arrebato incumba enteramente al orden del inconsciente, puesto que atañe al no todo y entonces no incumbe al para todohombre universalizante. Del mismo modo, no necesariamente toma apoyo en el valor fálico del objeto a , materialización del fracaso de la relación que produce el éxito del lazo. Por lo tanto, siguiendo a Lacan en el Seminario Aun, podemos hacer una clínica diferencial del arrebato, modalidad femenina que se presenta en la neurosis, la psicosis o la perversión. En consecuencia, no es suficiente con hablar del arrebato en general, porque hay varios arrebatos, y el de Lol no es el de Santa Teresa. El nudo común de las diferentes modalidades de arrebato es sin duda que, mientras que la astucia y el estrago se sitúan en el campo del decir, el arrebato se orienta hacia lo que de La mujer no puede decirse, hacia los límites que en ese punto encuentra el discurso mismo.

La escritura parece un elemento asociado esencial para esta solución, pero lo que busca escribirse es el encuentro indecible y sus marcas, no la relación.

Astucia y estrago: lo que no puede escribirse, puede decirse bajo la forma de un discurso que produzca el lazo sexuado; Arrebato: lo que de lo femenino no puede decirse en términos de para-todo, una vacuidad del cuerpo, busca escribirse. Ese vacío que se inscribe no es del orden de la relación, incumbe más bien a una tentativa de soldadura [8]. ¿De qué orden es entonces allí la escritura? Carta de amor, responde Lacan en Aun. Allí dice: “Que lo simbólico sea soporte de lo que fue hecho Dios, está fuera de duda.” [9] ¿El arrebato sería entonces la elección de volverse un cuerpo con lo simbólico, desaparecer soldándose a él? En ese caso, se esclarecería el hecho de que todo principio de autoridad, ocasionando el problema de la dependencia o de la obediencia, vuelve a llevar la ley allí donde no puede haber sino amor. Para concluir con una referencia más contemporánea, y porque pienso que la solución arrebato puede funcionar en estructuras diversas, mencionaré un breve episodio del último film de Tarantino, Death proof, el episodio del juego denominado por dos de los personajes como “del bálsamo” que, para uno de los personajes femeninos a destacar, consiste en agarrarse del capó de un auto encendido a toda velocidad. No cualquiera: aquel mítico de una película de culto cuyo título permite la interpretación de la curiosa experiencia que busca reproducir el personaje del film de Tarantino. El título es “vanishing point”: punto de desvanecimiento. En relación al título de Hitchcock, «A lady vanishes», «Una mujer desaparece», no se trata de la desaparición de una mujer, sino de un truco de magia, desaparición de un objeto fastidioso. Es la búsqueda del punto de desvanecimiento del sujeto en el éxtasis del cuerpo. Es una versión contemporánea del arrebato, no sin la función fálica, pero fuera de la ley.

La astucia y el silencio, el estrago y la destrucción por medio de la injuria, el arrebato y la vacuidad corporal del orden de lo indecible. Estas tres soluciones intentan hacer ingresar al campo del discurso, pese a la ley sexual, aquello que le es heterogéneo.

Marie Helene Brousse. Miembro ECF y AMP. Ex AE. 

Traducción: Lorena Buchner. Psicoanálisis Inédito. http://www.psicoanalisisinedito.com/

 

Notas:

*Intervención pronunciada el 12 de junio de 2010 en la Jornada sobre la égida del Campo Freudiano “Formas de la sexualidad femenina”, en Atenas, luego publicada en francés e inglés en el NLS Messenger N°669, como trabajo de referencia hacia el VII Congreso de la New Lacanian School celebrado en Ginebra el 26 y 27 de junio de 2010 bajo el título “Hija, madre y mujer en el siglo XXI”. Disponible en: http://www.amp-nls.org/nlsmessager/2009/669.html N. de la T.: Las ‘tres R’ a las que hace referencia el título del artículo aluden a la denominación de dichos conceptos en francés: ruse, ravage, ravissement, respectivamente astucia, estrago y arrebato.

  1. Lacan, J., El Seminario, Libro XVIII, De un discurso que no fuera del semblante, Paidós, Buenos Aires,
    2009, p. 136.
  2. Íbid., p. 121.
  3. Íbid., p. 122.
  4. Íbid., p. 132.
  5. Íbid., p. 122.
  6. Íbid., p. 123.
  7. Íbid., p. 27.
  8. Lacan, J., Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 210.
  9. Lacan, J., El Seminario, Libro XX, Aun, Paidós, Buenos Aires, 1991, pp. 100-101.