Las próximas jornadas de la ELP “MUJERES”, nos permiten reflexionar, desde diferentes perspectivas, sobre un tema tan complejo como apasionante, que ha despertado mi interés para compartir en este blog algunas conjeturas desde la mirada literaria.

Al tomar la función de la escritura se hace imprescindible aproximarse al Seminario del Sinthome, en el que Lacan comienza un viraje, en lo referente al lenguaje y la relación al Otro, con su enseñanza anterior. La comunicación da paso a la Nominación singular, prevaleciendo la relación con lo Real. No se trata aquí de la palabra sino de lalengua, “El parloteo se anuda con lo Real”, nos dirá en RSI.

A medida que avanza un análisis vamos testimoniando que la clave, lo que está en juego, no es la comunicación sino que lo que se dice apunta al goce de lalengua, cuyo efecto es de afecto, en tanto es irreductible a los efectos del sentido. Desde el origen hay una relación con lalengua, una pasión que se sufre y remite al encuentro entre lenguaje y cuerpo, encuentro que deja marcas. Como señala JA Miller en “Piezas sueltas”, lo que Lacan denomina sinthome, es la consistencia de esas marcas, y por eso él reduce el sinthome a ser un acontecimiento de cuerpo.

El Sinthome es una suplencia del Padre, pero hay otro aspecto importante que conviene recordar por su transcendencia en la clínica y que aparece en este seminario, es el saber hacer. El arte de Joyce con los ecos de las palabras impuestas, con su síntoma, para con su obra literaria, es un buen ejemplo. No todo sinthome tiene esta altura, si se puede decir así, pero de lo que se trata es del arte de saber hacer con eso.

Partiendo de la disimetría que hay entre “una mujer es un síntoma para todo hombre, y éste una aflicción, incluso, un estrago para una mujer”, me sobrevino la pregunta de si hay para Una Mujer, en tanto su peculiar relación con el goce suplementario, una traba, un obstáculo, para crear una reparación del lapsus del nudo al estilo Joyceano, con esa potencia del Ego, que le llevo a hacerse un nombre propio. Joyce quería ser Joyce, y suplir así, la carencia paterna de manera definitiva.

Tras la pregunta pensé en dos escritoras que han tenido su impronta en la literatura contemporánea, ambas con un trágico final: el suicidio, y para las que la escritura fue una reparación asinthomática que ante la contingencia, que siempre es de lo real, se desbarataron.

Se trata de Virginia Woolf y Alejandra Pizarnik cuyas biografías tienen algunos puntos coincidentes: Woolf padeció una grave afección tuberculosa que la tuvo recluida un año en un sanatorio y también un asma; en su juventud comenzó con crisis nerviosas que terminaron con el diagnóstico de Psicosis maniacodepresiva, teniendo varias descompensaciones a lo largo de su vida. Pizarnik tenía un tartamudeo, asma y una obsesión por el peso que la llevó al consumo excesivo de anfetaminas y una posterior adicción, con un insomnio que la atenazó sin tregua.

Ambas una relación compleja con el Otro sexo atravesada por cierta confusión en la identidad sexual, arrebatadas por el Estrago materno y una fascinación por la muerte:

“La muerte es el enemigo. Contra ti me alzaré, invencible e inconmovible. ¡Oh Muerte!” (V. Woolf en Las Olas),

“¡Morir, claro que no quiero morir!, pero debo hacerlo, siento que está todo perdido” (A. Pizarnik en Los Diarios).

Lo que llamó mi atención, es como un tiempo antes del paso al acto, estaban enredadas con darle otra forma al lenguaje, como un ir más allá de lo formal del mismo, sin lograr una invención que las satisficiera. Virginia Woolf escribía “Entre actos” principalmente en verso y utiliza en ella palabras que riman para sugerir significados ocultos «¿Era aquella voz nosotros mismos? ¿Restos, pedazos, fragmentos, nosotros también somos eso? La voz se apagó», y Alejandra Pizarnik, su única novela “La Condensa sangrienta” con el empeño de aprender una nueva gramática para llegar a ese fin que rondaba su cabeza…..”Me oculto del lenguaje dentro del lenguaje. Cuando algo, incluso la nada, tiene un nombre todo parece menos hostil. Sin embargo existe en mí una sospecha de que lo esencial es indecible”.

Es la propia relación con la escritura que las permitió estabilizarse en un primer tiempo, la que las extravía después.

Si la mujer está más próxima a lo real, en tanto no hay escritura posible para ellas, al igual que para lo real, requiere cuando menos inventarse para sostener su existencia, ¿no necesitará de un artificio más preciso para sostenerse en lo imaginario con la eficacia joyceana?.

En “O peor…” Lacan ubica a la mujer entre centro y ausencia aludiendo a la duplicidad de tener un pie en el falo y otro en el S (/A) tachado, goce suplementario, que puede empujarla al empeño de darle consistencia al Otro o a perderse en ese goce indecible y sin límite. La metáfora del amor es una de las formas de saber hacer con el vacío del objeto para transcender la propia imagen.

“El amor se dirige al semblante “, nos dice Lacan en Encore, y parece que estas mujeres tienen dificultades para usar el semblante femenino en la dirección que conviene, cayendo en La melancolía por no poder colmar ese vacío del ser.

Ana Castaño. Miembro ELP y AMP. Madrid