Con este título, Virginie Despentes nos presenta un cuasi ensayo, que tiene mas bien la forma de un panfleto.

Al comienzo, su lectura hace retroceder al lector debido al tono que emplea. En efecto, la escritura de Despente describe sus experiencias con una crudeza brutal, sin vueltas ni concesiones.

Si se continúa la lectura, descubrimos en ella a una escritora ilustrada que se sirve de referencias a la filosofía, el feminismo y el psicoanálisis. Ello lleva a concluir que hay una intencionalidad en el estilo, buscado y logrado por la autora.

V. Despentes habla de esta época donde reinan la culpa y la vergüenza; pero ella desconoce ser un paradigma de lo actual en el que se conjuga no la culpa y la vergüenza sino la exhibición y la falta de pudor, enmarcándose en la ruptura producida entre lo íntimo y lo público. Se muestra así sin tapujos, ofreciéndose como un producto a consumir.

El libelo de la autora- inscripta dentro del movimiento punky- rinde culto a las mujeres, pero no a todas. Así, critica el modelo establecido, el de la mujer al servicio del hombre, dependiente y sumisa, rescatando a las feas, las cojas, las miopes, aquellas que no son miradas, ni tienen atractivo para los hombres. Es la anti-héroe por antonomasia.

Nos dice que como chica es mas bien King Kong que Kate Moss. Son sus cualidades viriles la que hacen de ella algo distinto de un caso social entre otros. Todo lo que le gusta de su vida, todo lo que la ha salvado, lo debe a su virilidad. Se alegra de ser mas deseante que deseable. Ser Virginie Despentes, nos dice, es interesante.

En un intento de encontrar la fórmula o la solución ante la inexistencia de La mujer, se apoya en la que considera la única salida posible de lo femenino. El problema es que pretende, en ruptura con los ismos actuales, dar la solución generalizada a la búsqueda de lo femenino. Así, la salida propuesta es el lesbianismo.

La violación padecida en unos de sus viajes de joven -donde recorría las rutas haciendo auto-stop para llegar a los conciertos- es un punto clave para comprender que es ahí donde ella encuentra la diferencia de los sexos, en la explosión de una sexualidad vulnerada en la que se siente mujer por primera vez.

Nos relata su experiencia sin pelos en la lengua, da a ver su fantasía encarnada en ese encuentro contingente en el que su cuerpo queda a merced de otro que la goza.

El episodio no hizo mella hasta el día en que recibe una llamada telefónica de una amiga que acababa de ser violada; es en este segundo tiempo donde se significa esa primera escena vivida por ella. Este hecho la conmueve, y a ello le seguirán días de tristeza.

No escatima en contarnos su escarceo con la prostitución, que más tarde equiparará a su relación con el mundo editorial. Se vende y vende su cuerpo, y en esta experiencia aprende los semblantes femeninos del gustar al hombre: tacones, escotes, vestidos y perfumes.

Su ser femenino, al que rechaza, lo encuentra y se cierne en el acto de la violación y en la práctica de la prostitución. Es entonces, en la extrema posición de objeto, que ella roza comprender lo femenino. Sin velos, sin florituras. El amor ¿campa por su ausencia? Ella lo encuentra en otro lado, se dirige a la Otra a la que ama y por medio de la cuál se hace representar. De allí su solución: ser lesbiana.

Esta es la solución que propone y en la cual se embandera, para captar y seducir a las jóvenes desorientadas ante la diferencia, la salida ya mentada por Freud de la homosexualidad.

Se podría tratar de una reivindicación del amor?

Virginie Despentes es una superviviente de una época que no da oportunidades, un producto de la misma, una abanderada del dar a ver que engorda el ojo, y se enmarca en el paradigma de un goce que se sirve de ella sirviéndose de él, vuelta de tuerca que la coloca como heroína de su época.

Ana Lia Gana. Miembro ELP y AMP. Madrid.